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La imagen podría pasar desapercibida para los ojos de cualquier individuo. Sin embargo, me resulta bastante complicado recordar, en los distintos países que he visitado, que se le ponga un precio a las obras públicas, y que este se muestre, cual prenda en escaparate.

Nos encontramos ante una sociedad, la española, que sabe positivamente que se encuentra en un sistema donde nepotismo y latrocinio son sustentos del poder. Siguen votando en masa, e incluso defendiendo a capa y espada los fraudulentos valores democráticos de este régimen, pero en el subconsciente están arruinados moralmente; son sabedores de la tiranía oligárquica que rige sus vidas, y pese a ello, conviven con su decadencia, mientras su nivel adquisitivo se ve mermado inexorablemente.

Esto ha hecho que de un tiempo para acá se haya impuesto la moda de justificar el porqué de nuestros impuestos, acreditar que el destino de los tributos que pagamos recae finalmente donde debiera, y para ello necesitan evidenciarlo con esta extraña parafernalia que supone el etiquetar todo aquello que es digno de vanagloria. Recordemos que el máximo exponente de este desaguisado fue el magnífico bodrio que surgió de la prodigiosa mente del señor Zapatero, denominado ‘Plan E’. Lo verdaderamente relevante no era el que se potenciara el empleo público, ni la inversión. Lo fundamental era el cartelón con la cifra en euros que se había destinado a susodicha obra, para de nuevo hacer ver a lo que llaman, la gente, la bondad de sus mandatarios.

En el caso que nos ocupa se me plantean varias dudas. Yo no sé si por 30.250 euros esta rotonda es barata o cara. Cierto es que hemos llegado a un nivel de podredumbre que hasta me parece una ganga. La verdad es que no nos han confeccionado un catálogo estatal de rotondas como para tener un rasero con el que medir. Si lo hicieran, además de tener una noción de cómo está el mercado de las rotondas, también nos percataríamos de que hay cosas que son irrebatibles como:

-Una rotonda siempre está rellena. Es la antítesis de un donut. El relleno puede ser variado: horrendas esculturas de artistas afines al poder; exóticos jardines de alguna empresa conocida por un concejal e incluso donativos de grandes empresas de forma altruista (activado el modo ironía). Lo que es evidente es que en el relleno está lo bueno. Es ahí donde se han de lucir y lo que hace que el pastel sea jugoso.

-Una rotonda es redonda. De momento, hasta que a alguien  demuestre lo contrario, son circulares. Esto lo hacen bien. De lo contrario, se evidenciaría su dejadez hacia nosotros. Aunque alguna eminencia ya habrá pensado que igual si la glorieta fuera rectangular se ahorrarían unos euros que podrían desviar hacia sus bolsillos. Todo se hablará. La socialdemocracia puede hacernos ver redondo un rectángulo. De hecho, creo que consiste en eso precisamente.

-Han eliminado un montón de semáforos. Habría que investigar quién los fabricaba. Al pobre lo deben de haber arruinado. Además, lo han hecho sentirse como un monstruo. Sus semáforos son malos. Las rotondas son buenas. No gastan energía. No contaminan.

En definitiva, y pese al tono jocoso de este artículo, nos hayamos de nuevo ante un poder que necesita apuntalar este tinglado. Es consciente de que se desmorona su credibilidad; de que la legitimidad se desvanece irremisiblemente, y de que ese pueblo, que aparentemente sigue siendo fiel al sistema, necesita ya de mensajes subliminales que refuercen la ecuanimidad del Estado. Estas etiquetas, con un supuesto PVP de las obras que realizan, no son más que eso: un andamiaje moral para una administración corrupta hasta la médula. La finalidad es que todos veamos lo bien que se gasta nuestro dinerito, no vaya a ser que…

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