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GABRIEL SÁNCHEZ CORRAL

Es día 13 de Noviembre de 1608 y son varios los testigos que han visto cómo un hombre cae desmayado ante la imperiosa e iracunda respuesta de otro sujeto. Acaban de presenciar un encendido debate en el que Edward Coke, ahora echado y sin sentido en el piso, ha tenido la entereza y el valor de alzarle la voz a todo un ungido por el Creador, al rey Jacobo I de Inglaterra.

“El common law protege al rey”, había dicho Coke minutos antes. “Eso constituye traición, el rey protege al derecho, no el derecho al rey”, había contestado Jacobo I.

Sir Edward Coke (1552-1634) fue un abogado, parlamentario y juez inglés que destacó sobremanera también, como jurista y pensador político durante los reinados de Isabel I y Jacobo I de Inglaterra. Coke es uno de esos hombres que a lo largo de la Historia se han destacado por su oposición frontal al avasallamiento de los poderes absolutos o de aquellos que pretenden serlo. Sir Edward se desmaya porque ha tenido el valor y la osadía de hacer frente al rey Jacobo, que pretende colocarse por encima de la ley. El rey y sus partidarios justifican su pretensión de hacer las leyes, en base a un derecho natural que lo coloca además, como fuente emanadora de las mismas.

Dos corrientes filosóficas del momento están chocando frontalmente en esta contienda. El rey quiere fortalecer su poder personal y desea acaparar igualmente las funciones del Parlamento; tiende a lo que se ha dado en llamar Absolutismo, que posteriormente y gracias a las ideas de Jean Bodin, entre otros, triunfará en la Europa continental. Los defensores de esta doctrina política basan su autoridad en el filósofo Francis Bacon y en la teoría de la razón natural de las leyes. Coke, por el contrario, defiende que la confección y justificación de las mismas proviene de una razón artificial. Pero aparte de esto, Edward Coke también es uno de esos hombres fundamentales, en la defensa de la independencia de los jueces respecto de otros poderes intrusivos. El colapso de los nervios del Justicia Mayor Coke, consolidó la independencia judicial en los sistemas políticos de los pueblos anglosajones.

Todo poder tiende a ser absoluto, y los pueblos que quieren conservar su libertad han de ponerle límites y controles. La separación de poderes en origen, es indispensable en todo sistema político que garantice de facto la libertad colectiva de los ciudadanos.

Hoy por hoy, en España no disfrutamos ni de lo uno ni de lo otro. En nuestro país, un solo poder se enseñorea sobre la ciudadanía. La oligarquía de partidos estatales tiene cautivos los tres poderes que asegurarían la democracia formal. Necesitamos muchos Edward Cokes que se opongan al poder arbitrario y sin control de la partidocracia.

Si Coke fuera contemporáneo nuestro, palidecería cuando observara cómo el Ejecutivo dispone y dispensa los dineros que deben capacitar al poder judicial, a través de un injustificable Ministerio de Justicia; vomitaría cuando viera cómo el falso Legislativo y su afamada dedocracia nombra a los integrantes del Consejo General del Poder Judicial; y volvería a desmayarse cuando asistiera al reparto proporcional por cuotas de partido, de los jueces del Tribunal Constitucional, cuya misión -se supone- es la de interpretar, observar y hacer que se cumpla la Carta Magna que ordena la Nación. Todo un disparate.

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