Jose María de la Red Mantilla

JOSE MARÍA DE LA RED.

Sabido es que no hay partido político, sindicato, asociación empresarial e institución pública que no esté corrompida. Los escándalos de corrupción salpican desde la más alta magistratura del Estado al más insignificante municipio.

Es tanta y tan abundante la podredumbre que algunos atormentados ciudadanos sugieren que los grandes partidos, mediante consenso, adopten medidas para acabar con tan denostable lacra para “nuestra democracia”. Lo de nuestra democracia lo he puesto entre comillas, pues ni es nuestra ni es democracia.

Pero volviendo a lo del consenso. Quien haya ingeniado semejante despropósito tiene que ser, sin duda alguna, tonto o, de no ser así, tomarnos a todos por tontos, pues es de tantos imaginar que la zorra cuidase el gallinero.

Sostiene García Trevijano, y yo comparto, que la corrupción en España emana de la naturaleza misma de la partidocracia. La falta de representación política directa del electorado en las instituciones políticas y la ausencia de división de poderes desde el origen.

Si el consenso consistiera en introducir reformas políticas que conllevasen un régimen electoral plenamente democrático y establecieran la separación de los poderes del Estado, supondría que la monarquía parlamentaria de partidos oligárquicos de Estado, vigente desde 1978, se habría hecho el harakiri.

Sin embargo, en el ojo del huracán mediático de la corrupción lo que se adivina es que el consenso únicamente se activará para, como en otras tantas ocasiones, el encubrimiento político de los crímenes de la corrupción y, en último extremo, para el indulto de los pocos condenados que por corrupción lo lleguen a ser.

El leader Rajoy, para probar la inocencia de su partido, ha mandado hacer una auditoria externa de las cuentas de su partido, e internamente encarga a su tesorera realizar una investigación.

Es obvio que los sobres con dinero “B” no están apuntados en la contabilidad del dinero “A”, y seguro que la tesorera del P.P., tras someter al tercer grado a los miembros de la cúpula del partido, alcanzará una verdad irrefutable: Nadie, nunca jamás, ha recibido un sobre.

Mientras esto sucede en Génova la muchachada de Ferraz aprieta las mandíbulas por eso de sacarse las espinas de Filesa y otras mangancias. Pero los dioses socialistas, ya sabemos, aprietan pero sólo ahogan al trabajador confiado.

La corrupción de la partidocracia no tiene remedio, tiene silencio, encubrimiento y conspiración para tapar y hacer que todo se olvide; pero remedio no tiene.

Los mecanismos que los demócratas siempre alegamos, los cheks and balances, controles y equilibrios entre los poderes separados para que ninguno abuse o se exceda en su ejercicio, no están en las mentes “cupulares” de la partidocracia. Al fin y al cabo con un buen y discreto indulto lo apañan todo y el negocio sigue.

La corrupción es el gran negocio de la Transición, la más grande y fructífera industria nacional que vive de robar a los jubilados, engañar a los pobres y dejar en el desempleo a más de 6 millones de personas.

Al fin y al cabo hemos de agradecer a los dioses de la clase política que la corrupción solo haya hecho desaparecer del mapa económico nacional un billón de las antiguas pesetas por año desde el 78 del siglo pasado.

Más de 6 mil millones de euros por cada uno de los 37 años desde que se inició la interminable y fatídica Transición, que hacen un total, a la fecha, de 162 mil millones de euros, en paradero no tan desconocido.

Ese es el precio que pagamos los ya esquilmados contribuyentes, y que también se nos cobra en nuestros costillares, pues en eso consisten los recortes cuando en los bolsillos solo quedan agujeros.

Hay un remedio auténtico y definitivo, la determinación de los ciudadanos honrados dispuestos a desahuciar de sus dorados despachos y de sus lujosos salones a los ladrones. Para eso se necesita valor e inteligencia, y de momento son mayoría los cobardes y los necios que aún creen que la democracia es esto de que disfrutan los partidos, que enriquece a sus oligarquías y nos empobrece a todos los demás.

Los ladrones hace ya 37 años que están de acuerdo en robarnos a manos llenas y lo llaman consenso.

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