Numerosos periodistas españoles se empachan la boca con frases del jaez siguiente: “El sagrado derecho a la información”; “el periodismo tiene la trascendental misión de informar a la sociedad y hacerlo de manera veraz, valiente y con independencia”. No me quedan ya más palos por caer de este pobre sombrajo cada vez que les leo o les escucho decir esto.

Efectivamente, en la Constitución Española existe un artículo que lo corrobora: el derecho a la información. Ocurre lo mismo que con el derecho al trabajo, el derecho a una vivienda ¡¿digna?!, etc, etc. Nuestra carta otorgada, denominada por muchos constitución, podría contener una lista de derechos muchísimo más extensa. Lleva habiendo ejércitos de parados desde hace 40 años, sin que el artículo que dice que los españoles tenemos derecho al trabajo haya podido solucionar nada. Tenemos ese derecho, bravo, muy bien, es maravilloso; y después, ¡¡QUÉ!!

Hay derecho a una vivienda digna para todos, pero la terca realidad nos muestra cómo millones de personas deben hipotecarse de por vida para adquirir un simple inmueble de unos pocos metros cuadrados, con materiales baratos, porque para que ese piso fuese construido, tuvo que haber antes un bonito desfile de maletines llenos de papeles morados. Todo este trasiego maletinil encarece el precio real de la vivienda digna y se convierte en vivienda de precio indigno, de timo a gran escala, de robo al pueblo.

Y hay derecho a la información, sí. Pero los encargados de que podamos acceder a él han decidido que nanay, que por delante está la plata, la guita, el dinero, y que deben servir a sus amos, que son los que les financian a través de la publicidad institucional y privada. Por si este dinero no fuera suficiente, que pronto no lo será, se incluyen anuncios de prostitución explícita que ocupan solo unas pocas páginas, con letra pequeña, y que son muy rentables. Para que nadie se escandalice, se prohíben tres o cuatro vocablos malsonantes que se sustituyen por sus respectivos eufemismos (siempre exentos de imaginación) y ¡a cobrar!

No nos informan de nada. Existen cuatrocientos mil telediarios cada día en las tropecientas mil millones de cadenas que hay. De qué nos informan entonces estos informantes. Es muy sencillo:

– Accidentes de tráfico, con sus estadísticas, los muertos de menos de este año en comparación con el anterior, etc. Somos cifras, meros números para contentar a unos o escandalizar a los otros, que son parte de lo mismo.

  • Todo tipo de sucesos escabrosos, con lujo de detalles, y a las horas de la comida y la cena, para que aproveche mejor.
  • Qué ha dicho Rajoy, qué ha contestado Iglesias y qué opinan del trascendente discurso Sánchez y Rivera. Es decir, alta política.
  • Previsión del tiempo, con continuas alertas a la población ante extrañísimas heladas o ventoleras en invierno y horrorosas y cataclísmicas olas de calor en los meses de julio y agosto, con recomendaciones de no salir de casa, de beber agua si se tiene sed, de no hacer esto o de hacer lo otro. A cada pueblecillo se desplaza una bandada de corresponsales, serios y circunspectos ellos, que nos informarán de algo que podemos obtener mirando por la ventana o sacando la mano a través de ella. También se nos informa acerca de los centímetros de nieve caídos en Burgos o Teruel en enero, o de cuántos grados a la sombra se alcanzaron en Jaén un 15 de julio cualquiera.
  • Y deportes. Mucho deporte. Pero no cualquier especialidad. Solo el de masas. Al ajedrez se le considera deporte también y no mencionan jamás ni el nombre del actual campeón del mundo. Fútbol, fútbol y cotilleo sobre las miserias de esas relucientes estrellas del firmamento, que se dedican a patear bolas pero que podrían, sin problemas, llegar a ganar el Premio Nobel que se propusieran.

Toda esta información es inútil para nosotros, no necesitamos saber nada de esto, no nos aporta nada. Pero sí precisamos, en cambio, información sobre nuestro sistema político, por qué no hay democracia, quién diseñó este juego aberrante y para qué. Queremos que se nos informe de quién se encarga de mantener este gran engaño, con qué intereses lo hacen, a quién beneficia y cómo silencian y ningunean socialmente a todo aquel que enciende la linterna de la verdad.

Derecho a la información… ¡Hipócritas! Derecho a recibir basura a discreción, sin pausas, sin un solo día de descanso. Dejen de informarnos más, por favor. Cada diario contiene lo mismo que el otro. Cada telediario es una vulgar copia del anterior. Y así año tras año.

No sean tan hipócritas y modifiquen el nombre de ese derecho. Escriban, en su lugar: “derecho a la propaganda, al autobombo de la oligarquía, al servilismo de la clase periodística, derecho a extender la confusión, derecho a no pensar y a utilizar frases estereotipadas, clichés manidos, socialdemócratas frases hechas, vulgarísimos lugares comunes; derecho a repetir consignas caducas y cursis, derecho a tener derechos hasta diluir el significado de esta palabra”.

Señores informadores, ¡qué aburrida es su información, cuán monótona, qué cargante y qué poquito informa! Ah, pero eso sí, el derecho a ella lo tenemos bien asegurado en un impoluto artículo constitucional. ¡Pero qué me he creído yo! Está visto que no me acabo de enterar. Soy tan torpe…

De hecho, voy a acariciar la página donde se halla este bendito artículo, que fue generosamente concedido por los padrinos patrios. ¡Qué maravilla!

Lo sé, lo sé, señor Savater. No merezco vivir en España. No se preocupe, que ya me fui hace tiempo. Cuando vuelva a poder, siempre según su justo y magnánimo criterio, hágamelo saber, por Dios.

Cuando quiero informarme, que no es cada día ni a todas horas, entro en el establo, que para eso está.

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