Carlos-Villaescusa

CARLOS VILLAESCUSA 

Del determinismo histórico y la filosofía de la historia, a la incertidumbre inerradicable y el método científico apriorístico-deductivo

Más que la relación de los acontecimientos políticos, de las dinastías y de las circunstancias del pasado presentada con elegancia y realzada por medio de citas… [la Historia] contemplada desde su interior adquiere otro sentido que consiste en meditar, esforzarse por encontrar la verdad, en explicar con precisión la causa y los orígenes de los acontecimientos, y en conocer a fondo el porqué y el cómo de las cosas. La historia tiene pues sus raíces en la Lógica y debe ser considerada como una Ciencia.
Prefacio de La Muqaddima, Ibn Jaldún (1378).

 

Antonio García-Trevijano lo resume con la idea del «determinismo en la generalidad y el azar en la particularidad» [1] y, previamente, descubre la individuación y la aplica a la política [2]. Un proyecto depende de la voluntad, pero no hay proyecto de la historia, ni la naturaleza tampoco tiene proyecto. Tal vez, a juicio de Dios, todo es un proyecto de Él, pero es algo metafórico que no pertenece a la razón, que al igual que la corriente estoica tomaría como objeto la inevitabilidad de las cosas y entonces cobraría sentido la sabia meditación de Marco Aurelio de «que todas las cosas son desde la eternidad de igual aspecto, que se repiten cíclicamente» [3].

Si bien, se pueden advertir anticipadamente las consecuencias donde no hay libertad -tal es el caso de Aristóteles y Polibio, referido a la corrupción de las oligarquías-, donde hay libertad no puede existir determinismo ni ninguna predicción, y el futuro es una incertidumbre inerradicable. En otras palabras, «lo actual no es lo verdadero, ni todo lo efectivo, sino la parte visible de la realidad actualizada… En el tránsito de lo virtual a lo actual, en el proceso de realización de las cosas sociales, se abren tantos caminos de frustración como de actualización de un mundo de posibilidades» [4]. La ausencia de determinismo histórico desbanca la filosofía de la historia de los historiadores que pretenden descubrir en los ciclos una interpretación fatalista del sentido y las leyes ocultas del devenir [5].

De tal suerte, «la intuición es una segunda inteligencia que deriva del sentimiento y la estética de lo verdadero.» [6], una deducción que Ibn Jaldún atribuye a la capacidad natural de un arte, o inspiración divina, mediante la perspicacia en la conexión de la teoría a los hechos históricos teniendo en cuenta sus circunstancias, al interpretarlos o comprenderlos [7]: un método científico apriorístico-deductivo, de análisis de la historia en conjunción y simetría al practicado por los economistas de la Escuela Austríaca [8] y Kant [9], desde sus orígenes, y de enorme transcendencia para el futuro de las ciencias económicas y sociales [10].

El contexto es algo que condiciona, hace comprensible o hace entender la evolución de los grandes hechos, pero la Historia no está jamás definida por él. Sería tanto como la incoherencia “yo soy yo y mis circunstancias” [11]. ¿Yo y mis circunstancias? Serás tú, y transforma las circunstancias si puedes; si no, eres las circunstancias nada más, y el destino sí estaría definido por el contexto. Según eso nadie tendría personalidad, sin más que posiciones contextuales.

No hay historia con un porvenir predeterminado. Los acontecimientos no conllevan un destino prefijado que un conocimiento de la filosofía de la historia pueda conocer de antemano o a priori, sino que en la historia están las únicas causas que pueden explicar la evolución de las sociedades a posteriori. No existen leyes ni sentido del devenir histórico, y el futuro no es un ‘por venir’ sino un ‘por hacer’ que «está abierto a todas las posibilidades creativas del hombre, por lo que cada actor se enfrenta al mismo con una incertidumbre inerradicable» [12].

La explicación científica de la historia está basada en las teorías causales de los hechos del pasado que sirven para adelantar y explicar los que van a venir del futuro. En el buen historiador, los hechos están cargados de teoría, que diría Popper [13], y que Huerta de Soto [14] expresa más allá, pues «no hay hechos al margen de la teoría», y hace falta una teoría para interpretar los hechos de la realidad. En definitiva, no se puede aceptar una teoría que no sea aplicable con arreglo a la razón, la equidad y la moral del sentido común. Mas los que se instruyen sólo por los acontecimientos tienen una condición mental menor a los que se instruyen por el análisis y la experiencia y se adelantan al acontecimiento [15].

Ibn Jaldún nos avisa sobre los primeros que «así, presentan la historia… como formas carentes de materia o como hojas de espada sin funda», pero «que a la crítica corresponde decidir lo que debe ser admitido de sus obras pues la civilización posee, en sus circunstancias, elementos intrínsecos a los que es posible remitir las noticias y en los que es posible apoyar los relatos y los materiales históricos» [16]. Y el escollo para comprender las inconexas circunstancias de los hechos del pasado, será salvado con la perspicacia utilizada por los grandes escritores y economistas de la humanidad cuya inteligencia alcanza la psicología literaria o comprensión timológica [17]. Así, «sólo una inteligencia muy superior, madurada por una vasta sabiduría, puede prestar tal acento y tal poder de atracción a unos pocos hechos, de modo de volverlos representativos de toda la realidad» [18].

En definitiva, no hay más conocimiento que el generalista y, aunque la información sea particular, la razón tiende a verdades universales, de tal suerte que, «cuando se conoce el contenido fáctico de uno de los términos de una proposición lógica, la totalidad del sistema ligado a este término se vuelve, por así decirlo, luminosa» [19]. De nuevo, Santayana lo precisaría refiriéndose a la inteligencia, la «chispa de donde procede esta difusa iluminación» [20] que señala la irradiación de la verdad resultado de la facultad racional. Y, en Al-Farabi, «ese algo cuya situación respecto de ella es como la luz respecto de la vista» [21], que sugiere el conocimiento apriorístico-deductivo. Un proceso que Hayek entiende como una función de la consciencia de origen fisiológico [22] .

 

Referencias:

[1] A. García-Trevijano, Teoría Pura de la República, El buey mudo (2010), p. 51.

[2] A. García-Trevijano, «Principio de individuación», República Constitucional (octubre de 2007).

[3] Marco Aurelio, Meditaciones,  Alianza Editorial (1996), nº. 14, Libro II, p. 9.

[4] A. García-Trevijano, «Lo actual», Diario La Razón (23 de noviembre de 2000).

[5] C. Villaescusa García, Austro-liberalismo en Ibn Jaldún: una solución y explicación a las crisis económicas, Tesis (2015),  pp. 11-3 y 349-67.

[6] A. García-Trevijano, «Principio de Mediación», República Constitucional (7 de octubre de 2007).

[7] Ibn Jaldún, Introducción a la Historia Universal, Almuzara (2008), pp. 12-13.

[8] L.v. Mises, Teoría e Historia, Unión Editorial (2003); y C. Menger, El método de las ciencias sociales, Unión Editorial (2007).

[9] I. Kant, Teoría y praxis, [Edición electrónica: Universidad ARCIS]; y Probable inicio de la historia humana, Tecnos (1994).

[10] C. Villaescusa García, op. cit., pp. 273-299.

[11] J. Ortega y Gasset, Mediataciones del Quijote, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes  (1914).

[12] J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, Unión Editorial (1992), p. 46.

[13] K. R. Popper, La lógica de la investigación científica, Editorial Tecnos (1980).

[14] J. Huerta de Soto, «Método y crisis en la ciencia económica», en Estudios de Economía Política, Unión Editorial (2004), pp. 59-82; y «Huerta de Soto sobre Menger», Libros de Economía y Empresa, año II, Nº. 2, primavera, pp. 59-60.

[15] A. García-Trevijano, Teoría Pura de la República, El buey mudo (2010), p. 442.

[16] Ibn Jaldún, op. cit., pp. 6 y 7.

[17] L.v. Mises, op. cit., p. 321.

[18] G. Santayana, La vida de la razón o fases del progreso humano, Tecnos (2005), p. 269.

[19] Hazlitt, La economía en una lección, [Edición digital en la red], p. 106.

[20] G. Santayana, Dominaciones y potestades. Reflexiones acerca de la libertad, la sociedad y el gobierno. KRK Ediciones  (2010), p. 85

[21] Al-Farabi, Al-Madîna al-fàdina, en R. R. Guerrero, La recepción árabe del “De anima” de Aristóteles: Al-Kindi y Al-Farabi. CSIC (1992), p. 201.

[22] Hayek, La contrarrevolución y la ciencia. Estudios del abuso de la razón. Unión     Editorial (2003), p. 242.

 

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