El otro día, expliqué en clase algo de Brentano, pensador austríaco 1838-1917 que junto con Dilthey 1833-1911 forman esas parejas de preferidos que uno tiene y que además de ser mis preferidos, ambos son fundamentales para la filosofía contemporánea. Es evidente que se discute con alguien dispute en francés porque hay un momento de no retorno en el que no hay en absoluto entendimiento y no sabemos por qué, no podemos identificar esos sentimientos orgánicos, viscerales que nos llevan al límite en un momento determinado aunque seamos personas pacifistas y huidpras de todo lo espectacularmente polémico. Es evidente que intuimos de alguna manera lo justo, lo moral, lo bueno y lo malo de lo que se está polemizando y difícil es saber en ese momento concreto quién lleva la razón, como si hubiera que llevarla alguien. Ese es uno de los quid de la cuestión: querer llevar razón.

Brentano en una conferencia que pronunció en Viena en 1889, con el título “De la sanción natural de lo justo y lo moral”, comienza preguntándose a cerca de estas cuestiones, cuando yo digo de algo que es bueno o malo, tiene que haber un fundamento, alguna sanción, algo que justifique el que sea bueno o malo. En este sentido, Brentano rechaza varias soluciones de otros filósofos anteriores: el hedonismo, el eudemonismo o eudaimonismo aristotélico, la moral kantiana…etc, haciendo corresponder a lo bueno lo verdadero, y a la ética, la lógica. El mandato ético, dice, es muy semejante al mandato lógico. Lo verdadero se admite como verdadero en un juicio: lo bueno es amado. A la inversa, lo falso es negado, y lo malo, odiado. Ahora bien, ¿qué me dice que una cosa es buena o mala? ¿El hecho de que yo la ame o la odie? NO. En la lógica tampoco depende la verdad de que yo la afirme o la niegue porque puedo equivocarme. No es que porque yo ame una cosa sea buena; al revés: porque es buena, la amo. Pero puedo equivocarme: no se debe limitar el error al campo del juicio; cabe el error, un error de otro tipo, en la estimación, de modo que podríamos resumir que lo bueno es el objeto, mi referencia puede ser errónea, mi actitud ante las cosas recibe su sanción de las cosas mismas, no de mi. Yo me encuentro amando u odiando algo. Puedo equivocarme ¿a quién voy a acudir para ver si es bueno o malo? Brentano recurre al paralelismo con la lógica: ¿qué es lo que me da en ella el criterio para saber si yerro o no? Hay muchas cosas que niego y otras que afirmo y creo firmemente; pero por un juicio más o menos oscuro, fundado en la fe, en la autoridad, en la costumbre, etc. Puedo creerlo con absoluta firmeza, pero esos juicios no tienen en si mismos el fundamento de su verdad: o no lo tienen, o lo tienen fuera de ellos. No tienen en si mismos justificación de su verdad, Brentano los llama ciegos. A diferencia de estos, hay otra clase de juicios que Brentano llama evidentes y que llevan en si mismos una luz que los hace aparecer como juicios verdaderos. No solo se creen y se afirman, sino que se ve que son verdaderos, y se ve con plenitud intelectiva que no pueden ser de otra manera. (Esto está muy cerca de la argumentación en el discurso dialéctico). Yo creo que dos y dos son cuatro, pero no porque me lo han dicho, sino porque veo que es así y no puede ser de otro modo. Los juicios evidentes son, pues, los que llevan en sí la razón de su verdad o su falsedad. Con esa misma claridad que observamos nuestro argumento, objetivamente, pretendemos que la otra persona que se encuentra en nuestra “discusión” estime de la misma manera que nosotros el concepto base a partir del cual queremos desarrollar esa idea. El problema, por tanto, reside en la no coincidencia de dos personas en el ejemplo de una discusión, para poder valorar moral y éticamente de la misma manera los objetos a debatir, no coincidirán nunca al tener cada uno un registro distinto de concepción y valor ético. Nunca habrá acuerdo.

Rosa Amor del Olmo

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí