Manuel Garcia Viñó

 

MANUEL GARCÍA VIÑÓ.

Cuarenta años de calumnias han predispuesto a muchos españoles contra la república, que ni siquiera saben lo que es; ni siquiera saben que es una forma de estado presidida por alguien que se ha ganado por sus méritos estar ahí y al que se puede echar si no cumple, y no por un fastasmón cuyo único mérito es llevar una determinada sangre, sea o no sea idóneo, y al que hay que llamar majestad inclinando la cabeza. Algo de la Edad Media, cuando se creía en el derecho divino de los reyes.

Yo no voy a decir que la República no cometiera errores. Pero constituyó el primer intento serio de modernizar este país que caminaba con dos siglos de retraso por la historia. La República otorgó el voto a la mujer, inició la Reforma Agraria (mientras la gente se moría de hambre, había cientos de enormes latifundios improductivos), acabó con el analfabetismo creando 37.000 escuelas, acabó con el caciquismo, legalizó el divorcio, reguló el estatus de los hijos de madres solteras, reformó la enseñanza y el ejército, y muchas cosas más, entre ellas y más importante, separó a la Iglesia del Estado, como Francia hizo en el siglo XVIII. La Iglesia siempre ha mandado en España –y sigue mandando bastante– con resultados nefastos.

En primer lugar, en los albores de esta situación, con la expulsión de los judíos, que supuso una sangría de la que aún no nos hemos repuesto. Salieron de aquí los mejores banqueros de Europa, que enriquecieron a Holanda. Por causa de esta expulsión, uno de los cinco más grandes filósofos de toda la historia, Baruch Spinoza (antes Espinosa; los otros cuatro son Kant, Hegel, Leibniz y Descartes) no fue español, sino holandés. Una serie de reyes igualmente retrógrados (entre ellos, Felipe II, que, entre otros errores, prohibió a los españoles ir a estudiar a universidades europeas) siguieron esta senda de oscurantismo, preocupados sólo por atender las consignas del papa y ser el brazo armado de la Iglesia. Así empezó España a ser un país atrasado, situado al margen de la Historia y a tener en el mundo fama de país de catetos. Algo que casi es todavía. Por las descritas circunstancias, España no ha aportado absolutamente nada ni al pensamiento ni a la ciencia de Occidente. Tómese cualquier libro –todos los libros— de sociología, biología, antropología, medicina, filosofía, ciencia de la literatura, estética, física teórica, astronomía, etc., consúltese la bibliografía al final y no se hallará un solo nombre español. España no participó ni en la Primera ni en la Segunda Guerra Mundial, es decir, que en dos ocasiones en que Europa se jugó su destino, nosotros no tuvimos nada que decir ni que aportar.

La República iba camino de remediar todo esto. Si no lo logró no fue porque fracasara por falta de calidad humana, política e intelectual de sus dirigentes, sino por las zancadillas que le pusieron la Iglesia, los militares, la derecha y la extrema izquierda. Ésta, liderada por Largo Caballero, creyó que, con la victoria de la izquierda en las urnas, había llegado el momento de hacer en España una revolución como la rusa. Y cometió toda clase de desmanes que luego el franquismo atribuyó a la Republica.

 

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