Hasta hace poco tiempo hemos conservado muy calladamente el odio a lo viejo, a lo deforme, a lo inútil, a lo que no es brillante o de juventud; es más, llevados por un espíritu de compasión malsana, hemos procurado defender al débil, respetar al anciano, levantar al caído, reformar al llamado incurable. Ahora ya no hay razón alguna para fingir lo que no se siente. La verdadera caridad estribará en propinar a esa turba de seres que perturban la marcha social eutanasia a todo pasto o a troche y moche que también vale.

Esta palabra que equivale a muerte buena, muerte anticipada y endulzada con fines humanitarios está de moda, aunque de nuevo tampoco tenga nada. Ahora leemos por ahí en artículos esparcidos por periódicos y revistas la idea de que puede ser lícito abreviar los sufrimientos del incurable, y ya por sus indicaciones o por las de la familia atribulada, proporcionarles un eterno sueño. Esta idea, triste es decirlo, cruza por la mente de los que rodean a un moribundo. La amante esposa, el hijo apenado suelen pedir a Dios lo que más convenga al enfermo, o sea la terminación de una agonía penosa y cuando ello es así, todos respiran con alivio de saber que seguro estará en otro lugar mejor y sobre todo que no ha sufrido y que por nada del mundo se debe prolongar la agonía. A principios de siglo XX -decía el Doctor Fausto- por lo visto existía la figura del despenador cuyo trabajo consitía en abreviar los últimos instantes de un rudo batallar con la muerte. En la literatura, en el arte y en la política se debería de hacer lo mismo, se está ensayando con éxito el procedimiento y ojalá vaya a más. Hay que acabar con los viejos obligándoles a morir; -proclaman unos- porque es indispensable proclamar la juventud o la fuerza dominadora eterna, artística. Asistir a la desaparición de lo abortado, de lo deforme, de lo leproso en el arte y en la literatura eso sí que me subyuga enormemente. Me enloquece diría yo.

La cuestión es que ahora lo de la eutanasia va un poco más allá y no solo permite desaparecer lo viejo –qué cosa más terrible terminar con lo sabio- sino todo aquello que no soporte su existencia. ¡No puedo, no puedo…que me lleven!. Punto. Según estádísticas -es de suponer fidedignas- porque son del Institut Harris Interactive que creo que son alguien, el 92% de los franceses están a favor de la eutanasia activa para pacientes cuyas enfermedades no pueden ser curadas por la medicina. Osea, a río revuelto ganancia de pescadores. Todo el mundo apoya la idea de no querer sufrir, de no querer perpetuar la vida tontamente. Cruel contradicción, se diría. Unos matándose por alargar la vida humana y otros matándose por poderla quitar con alegría y evitando sufrimientos, como si los únicos sufrimientos que existieran en la vida fuesen los dolores de un cáncer en estado terminal, por poner un ejemplo. Todo duele señores, la depresión por ejemplo también, muchas veces se está en estado terminal en muchos sentidos del cuerpo y de la mente y ¡amigos! hay que aguantarse…ojalá le dieran a uno mataculillo para salir del atolladero, pero no, no es así…

La reciente despenalización parcial de la eutanasia y del suicidio asistido en Holanda reabre debate sobre cuándo, cómo y quién decide la muerte de un ser humano. Morir para dejar de sufrir. Provocar la muerte, para no ver sufrir, no querer ver nada u obviarlo todo. Raro, muy raro. Pedir ayuda para dejar de vivir. Son los derechos que claman los defensores de la eutanasia y del suicidio asistido. Complacidos, el pasado 1 de abril aplaudieron la entrada en vigor de una nueva normativa en Holanda que detalla en qué casos no se penalizará a quien provoque la muerte de otra persona.

Según enlistaron los legisladores holandeses, los pacientes terminales afectados por «sufrimientos insoportables» podrán ser ayudados, si lo quieren, a morir por sus médicos, que deberán atenerse a medidas concretas. Otro cantar es la deontología de los médicos para ejercer de enterradores, muchos no lo pueden ensamblar con el juramento de HIpócrates, y no pueden y no pueden. Holanda, que se caracteriza por ser una sociedad  “pionera” en legislaciones de esta materia, se convierte así en el primer país del mundo en el que la eutanasia (aunque parcial) alcanza status legal. Los legisladores, eso sí, especificaron que quien practique la eutanasia deberá estar convencido de que el paciente «ha hecho una elección voluntaria y bien meditada». ¿Eso cómo se sabe? El médico, por su parte, obligado por esta nueva normativa, debe consultar con otro médico independiente antes de aceptar la petición de un enfermo para que le ayude a morir. Esta segunda opinión “podrá dar su consenso por escrito sólo tras haber verificado las condiciones del paciente”.

La ley reconoce la validez de una declaración escrita en la que se expresa la intención de recurrir a la eutanasia, incluso en el caso en el que el paciente no sea ya capaz de decidir. Precavidos, los legisladores holandeses, limitaron la edad para solicitar la eutanasia: hay que haber cumplido 16 años. De los 12 a los 16 años, será necesaria la aprobación de los padres.

El respeto de todas las “condiciones” exigidas por los parlamentarios, será verificado por “Comisiones de Vigilancia” integradas por tres especialistas en materia legal, médica y ética. Con esto se cubre el expediente y se deja vía libre a decisiones y decisores que harán de su capa un sayo.

Miedo me dan todas estas incongluencias y esas ganas de no querer sufrir nada en la vida en pos de un hedonismo desenfrenado cuando el ser humano ha sido capaz de resistir, encontrando ahí su poderío y su victoria en la vida y con Dios. En fin, creo que los acontecimientos no se deben precipitar, que en el caso feliz de que uno haya llegado al final de sus días, pues lo más natural es morirse y a poder ser naturalmente, claro, privilegio de los elegidos parece ser. Hay que tener suerte en la vida y en la muerte. Yo con el principio de no intervención, me vale, osea, traducido: ¡que me dejen morir en paz!. Si uno está en esa situación clara de descerebramiento total en los que la persona deja de ser lo que es, supongo que sí se agradece el que te dejen en paz de máquinas y de vida asistida, pero cuando la naturaleza manda de verdad las cosas se ven distintas, el problema es ir contranatura como es el caso de los niños, de jóvenes…qué se yo. Más que odio a lo viejo, lo que hay hoy es la debilidad de odiar todo aquello que no podemos soportar y por tanto de querer eliminiarlo como sea, de modo que es en ese dolor que nos inmiscuimos en la barbarie absoluta.

Seguiremos hablando.

Rosa Amor del Olmo

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