Jose Maria Alonso

JOSE MARÍA ALONSO.

Entre el bienestar y la abolición.

Quiero comenzar este artículo llamando la atención sobre el llamado Proyecto Gran Simio, fundado en 1993 y que reclama un igualitarismo moral para todos los grandes simios (chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes).

En el libro del mismo título, el filósofo Peter Singer arguye que los seres humanos son animales inteligentes con una vida social, emocional y cognitiva variada, y resalta los descubrimientos que apoyan la capacidad de los grandes simios de poseer racionalidad y autoconsciencia,  así como la capacidad de tener consciencia de ellos mismos como entidades distintas con un pasado y un futuro. De manera, defiende Singer,  que si los grandes simios también muestran estos atributos que se dan en los seres humanos ( las conversaciones documentadas vía lenguaje de signos con simios son la base de estos descubrimientos), se merecen la misma consideración que los humanos aplican a los miembros de su propia especie.

Es necesario que paremos aquí para intentar analizar si lo que realmente quiere Singer es que los animales sean sujetos de derecho de manera individual, colectiva,  de ambas o de ninguna. Según la definición jurídica, a un sujeto de derecho le son imputables de manera directa por la ley derechos y obligaciones. Ese sujeto de derecho se denomina ¨persona¨, y se clasifica en personas físicas (de existencia visible, natural y que son sujetos de derechos individuales) y personas jurídicas que son de existencia ideal y son sujetos de derechos colectivos.

Es claro que los Grandes Simios no pueden constituirse como persona jurídica y reclamar derechos colectivos por sí mismos. Sin embargo según la correlación que hace Singer respecto a lo que hace que a los seres humanos se les considere de manera individual como personas –consciencia de sí mismos como entidades diferenciadas con proyección temporal de pasado y futuro, y con intereses individuales-, podría hacer pensar que esos Grandes Simios pueden ser considerados efectivamente de manera igualitaria a los seres humanos. De hecho lo que defiende Singer con su postura es que SON personas, al igual que los seres humanos.

En cualquier caso es evidente que a los Grandes Simios no les pueden ser imputadas obligaciones, y que aunque pudieran serlo costaría mucho que esos animales pudieran comprender que las tienen, y que su incumplimiento tendría consecuencias legales aplicables de manera coercitiva por miembros de otra especie, se me ocurre a vuelapluma la pregunta: ¿cómo meter en la cárcel a un animal que ya vive privado de libertad?.

Todo el edificio construido encima de lo conocido como Derechos de los Animales se tambalea ante un análisis para cuya realización no es necesario ser jurista, basta con la aplicación del sentido común y el conocimiento del significado de los términos para darse cuenta de que los animales no son sujetos de derecho, y de que no pueden reclamar ante los tribunales por sí mismos. Aún habrá quien quiera erigirse en tutor y representante legal de los animales para reclamar en virtud de la institución jurídica de la tutela su protección, al igual que si fuesen menores incapaces de gobernase por sí mismos o como si fueran seres humanos que sufren una enfermedad mental que les incapacita. Vemos de esta manera cómo intentar meter jurídicamente con calzador a los animales no humanos en las instituciones jurídicas de los animales humanos es imposible, por mucho que se intente.

Otra cosa es que los seres humanos sí tienen DEBERES PARA CON LOS ANIMALES, lo que incluye entre otras las obligaciones de no ejercer sobre ellos torturas, de no experimentar con ellos, de provocar en ellos el menor dolor posible (emocional y físico) a la hora de su sacrificio para satisfacer el gusto omnívoro de la especie humana.

En ese ámbito es en el que se mueve realmente el filósofo Peter Singer, que abandera el sector conocido como ¨bienestarista¨ dentro de los defensores de los llamados derechos animales. Singer, que aboga por los grandes simios, comete el error de dejar fuera de ese selecto club a la mayoría del resto de los mamíferos, que también tienen cierta consciencia de sí mismos e intereses, y que tambien son seres sintientes, puesto que son capaces de experimentar dolor y sufrimiento al igual que los seres humanos por poseer un sistema nervioso central muy parecido y similares centros receptores del dolor.

Otro filósofo y jurista, Gary Francione, abandera el sector más duro entre los defensores de los animales, el conocido como ¨abolicionista¨, defendiendo que los animales no humanos no son de nuestra propiedad, y comparando su situación con la sufrida por los seres humanos negros durante la época en la que la esclavitud era legal.

Francione defiende que una teoría abolicionista no debería requerir que los animales tuvieran características cognitivas más allá de su capacidad para sentir dolor para ser considerados miembros de la comunidad moral, lo cual incluiría el derecho básico y pre-legal a no ser propiedad de los humanos. Rechaza la posición de que los animales no humanos deban tener características cognitivas similares a las humanas, como el lenguaje, cierto desarrollo intelectual o determinada autonomía para tener el derecho a no ser usados. Francione deriva este derecho del principio de igual consideración, por el cual mantiene que si los animales son considerados una propiedad, sus intereses no pueden recibir una consideración igual.

En relación con esto, Francione señala que las personas vivimos en una esquizofrenia moral en nuestra relación con el resto de animales. Por una parte, tomamos los intereses de los animales no humanos en serio, hasta el punto de que muchas personas vivimos con animales a los que consideramos como un miembro más de la familia. De hecho les atribuímos un valor moral intrínseco, somos capaces de acariciarles con ternura y atisbar sentimientos similares a los nuestros en sus miradas, pero a la vez nos comemos un bocadillo de chorizo, hecho con partes del cadáver de otro animal que no difiere demasiado biológicamente de nuestra mascota o de nosotros mismos, y cuya mirada podríamos considerar tan tierna como la de nuestro fiel compañero canino.

En conclusión, pienso que el ámbito de la relación de los seres humanos con los demás animales con los que compartimos el planeta es de carácter ético y moral. He querido dejar de lado las consideraciones religiosas para poder analizarlas en otro artículo, pero abogo por eliminar la crueldad (que es siempre innecesaria) de nuestra relación con los demás terrícolas, ya sean humanos o no humanos.

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