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PABLO VILA VAYÁ

Aunque los hechos políticos trascendentales escapen en su mayoría a nuestro control, ninguno está a salvo de nuestro análisis. Como tantas veces ha expuesto don Antonio García-Trevijano, no se trata de contemplar fotos estáticas, sino la proyección de una película que hay que seguir fotograma a fotograma para que cobre coherencia. Partiendo de esa base, espero que mi intento de llamada al optimismo les resulte, cuanto menos, entretenido.

Desprovista del colchón ideológico y víctima de esa suerte de «niños burbuja» que genera su endogamia, la política española se muestra hoy ante nuestros ojos como lo que es, o como lo que lleva siendo durante casi cuatro décadas; es decir, nada, humo. Una mentira sustentada en el anacronismo de vivir en blanco y negro una parte excesiva del siglo XX. Aún en estos tiempos en los que la información fluye con relativa libertad, la propaganda y las diversas formas de manipulación mediática siguen siendo herramientas muy potentes, con las que convencer a un número considerable de individuos de que la basura es ambrosía. Afortunadamente, lo que se ha desatado en España durante la última legislatura no lo arregla la mera prestidigitación; no lo arregla ni la magia, en el caso de que exista. Lo cual, en mi opinión, es una «buena mala nueva».

Los oligarcas de la clase política española, antaño distantes y alambicados, corren ahora de un lado a otro, como pollos sin cabeza, poniéndolo todo perdido de sangre y plumas. En poco más de media legislatura hemos llegado a un extremo en el que ni la esposa del César es honesta ni hay forma humana de que lo parezca; se pasea borracha por el foro, trasero al aire, luciendo con alegría el mondongo ante una plebe estupefacta. El patetismo de estos shows juega a favor de nuestra causa. Que se celebren con tanta frecuencia es, por lo tanto, otra «buena mala nueva».

El bipartidismo consensuado baila, canta, posa, bromea, corta cintas y esquiva preguntas de fogueo con la agilidad de un hipopótamo. El PP corre a esconderse bajo las inesperadas faldas del ministro Margallo (¿?) al primer indicio serio de peligro. El PSOE, por su parte, a falta de una falda en condiciones, se envuelve en la bandera de turno y saca del desván ese logotipo infausto en el que muchos seguimos viendo una mano sucia sujetando una rosa podrida. Todo es tan burdo y ridículo que ha bastado con que se reduzcan a su concepción más primitiva términos como «estrategia», «marketing», «imagen» y demás eufemismos de la propaganda para que consignas populistas, trasnochadas e infantiles, se hagan hueco en el panorama electoral. Al tiempo, el nacionalismo aprovecha la coyuntura para reivindicar su concepción cavernícola del mundo mediante argumentos disparatados y soflamas cerriles. Lo de siempre, sí, pero más diáfano, más estrafalario y más endeble que nunca. Esto, repúblicos, me parece una excelente «mala nueva».

La prioridad del MCRC es evidenciar que lo infecto del guiso estatal reside en los ingredientes. Cambiar al cocinero o modificar la receta seguirá provocando náuseas, indigestiones y un sinfín de reacciones alérgicas. Partitocracia frita, partitocracia en pepitoria, sopa de partitocracia, partitocracia caramelizada, ¿partitocracia rebozada con bechamel federal? ¿Va en serio esto?…Parece que sí. Basta con un poco de desvergüenza, otro tanto de fatuidad, unas gotitas de ideología pueril, un buen chorro de demagogia… et voilà! Con variantes mínimas, casi imperceptibles, la receta lleva funcionando desde 1978 y los españoles forman largas colas para exigir su ración; que la saboreen, la escupan o la regurgiten es irrelevante. En su día se instauró el convencimiento de que lo importante es hacer cola para meterse en el buche la misma bazofia recalentada. Admitir que sabe mal, que apesta y que, en definitiva, es incomible, se considera el equivalente a reconocer la propia ignorancia; aquello del emperador desnudo, ya saben…

Cierto es que esta evidencia no tiene nada de buena y mucho menos de nueva, pero los que sabemos la dificultad que entraña introducir en el menú la libertad política colectiva no debemos pasar por alto un detalle crucial, y es que andan farfullando por ahí cosas sobre varios de sus ingredientes: «separación de poderes», «proceso constituyente», «legitimidad», etc. Con independencia de sus malas intenciones, de lo demencial de las propuestas y de lo imposible de su aplicación práctica, por primera vez se cuestiona seriamente el carácter casi divino de la Constitución española. Y esto sí, ¿eh? No me lo negarán.

Desde que el rey Juan Carlos puso pie y muleta en Polvorosa, las «buenas malas nuevas» se suceden día a día. Y seguirán llegando, no lo duden. Hay demasiadas cámaras, demasiados micrófonos, demasiados frentes para mariscales tan torpes. No pueden evitar que su ignorancia, su manifiesta incompetencia y su carencia absoluta de pudor queden expuestas a la opinión pública, la más cruel y despiadada de las opiniones. Esto debe ser un estímulo para nosotros, repúblicos. El camino, pese a ser largo y asaz tortuoso, cada vez está mejor pavimentado, aunque sea con cadáveres.

La cuestión es seguir andando, que el destino lo merece y se nos ha proporcionado un mapa trazado con extraordinaria precisión: «Teoría pura de la república». Inmejorable nueva ¿no les parece?

 

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