Como todo el mundo sabe, la adicción es una dependencia de sustancias nocivas para la salud física o mental.

También es adicción la afición extrema a alguien o algo.

Los españoles somos adictos a comer, a celebrar, a hablar en un tono de voz bastante elevado, a hacer todo en el último momento, cuando ya es tarde y se hará mal, a los puentes, al tapeo, etc. También hay adictos al trabajo, a las drogas, al juego, al mus o a la petanca sobre tierra.

Algunas de las anteriores adicciones son peligrosas para la persona que las sufre. Pero hay otras que son peligrosas para el conjunto de la sociedad. No es otra que la adicción a votar por votar. Como dejó escrito Antonio García-Trevijano en su, para mí, mejor obra, Pasiones de servidumbre, votar es una pasión. Yo voy un poco más allá y la considero ya, a estas alturas de la interminable transición hacia la nada más triste, adicción pura. Los adictos a votar cada cuatro años no escarmientan. Jamás tienen bastante decepción. Como es una adicción, sabe que les perjudica, que es fatal para la vida, que es pésima para la convivencia de todos. Algunos saben y muchos intuyen que no está bien eso de ir cada cuatro años a introducir una papeleta en una urna, sin otra responsabilidad, sin saber ni siquiera a quién, sin saber para qué. Aun así, acuden y seguirán acudiendo porque esa acción se ha convertido en adictiva para ellos, y no pueden quedarse en casa ni salir fuera de la ciudad ese día. Y no tendrán bastante con el corto paseíllo hasta el colegio electoral, sino que se pasarán la jornada entera pendientes de encuestas a pie de urna, cálculos de los famosos analistas de siempre, expertos en elecciones. Son licenciados en “siyalodijeyoísmo”. Siempre aciertan. Los adictos se tragarán todos los especiales electorales, esos circos mediáticos que, en lenguaje estúpidamente correcto, se llama la “fiesta de la democracia”. Si alguien les habla de estadísticas en cualquier otra esfera de la vida, con porcentajes con decimales, con cálculos complicados, en dos minutos perderán el interés diciendo que no son estadísticos profesionales. Pero mucho ojo cuando se trata de los porcentajes de las elecciones españolas. Ahí cambia todo. Y como todo es un circo, los medios de comunicación suelen tener un truco especial al término de la actuación. Siempre se escruta un noventa y tantos por ciento, jamás el 100%. Esto es para que nuestros queridos adictos se aferren a una última esperanza de que venzan los suyos, su equipo político, sus colores, sus siglas, sus corruptos, que sí, son corruptos y ladrones, pero son los suyos. Un día decidieron que serían de izquierdas o de derechas, rojos a azules, naranjas o morados, y ahí siguen. No existen derechas ni izquierdas. Se han adjudicado ellos mismos esos nombres, para disimular, para que parezca que hay bandos, pero no hay nada más que oligarquía y partidos estatales, todos iguales, que consensúan lo que solo a ellos interesa.

A los drogadictos, ludópatas o alcohólicos, para intentar curarlos de su fuerte adicción, se les ingresa en centros especializados, durante largos periodos de tiempo. A los adictos electorales nadie les dice que basta con que tiren el televisor de casa, que apaguen la radio durante unas semanas y que utilicen los diarios nacionales para avivar la hoguera de la chuletada. No hay que hacer nada más. Se curarán. Es mano de santo. Simplemente no se conecten a la propaganda que está hecha para crear esta adicción. Desengánchese de la propaganda socialdemócrata. Es por su bien y por el de todos los demás.

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