MANUEL GARCÍA VIÑÓ.

Este artículo ha sido suscitado por una carta que ha llegado a la redacción de La Fiera Literaria, la cual contiene, entre otros, los siguientes párrafos:

No rechazo la república; creo que puede ser mejor que la monarquía. El problema en España es que el modelo de república es la del 31 al 39 (sic), en mi opinión, uno de los períodos más sangrientos y traidores de nuestra historia.

Recuerdo, hace un mes, a un preboste republicano y de izquierdas, heredero de aquellos del 31, promocionando la tercera república; no hablaba de sus virtudes o ventajas para los españoles: Mostraba una guillotina; creo que ésa es la mejor demostración de lo que fue la 2ª y sería la 3ª.

Vamos a ver: la República es una forma de estado. Al hablar de la República, no tenemos por qué relacionarla, ni mucho menos juzgarla, por ésta o aquélla República concreta histórica o actual. En la pura teoría, se presenta como una forma de estado mucho más racional, democrática y moderna que la Monarquía. Hablar de Monarquía democrática es, según la clasificación de Aristóteles, una contradictio in terminis. De los 300 países que hay en el mundo 293 son repúblicas.

Si a la muerte de Franco las cosas se hubiesen hecho justamente y con honradez, España sería hoy una República. En primer lugar, porque cuando el golpe de estado de Franco y todos sus militares perjuros (como él, habían jurado lealtad a la República) estaba vigente un régimen republicano elegido por el pueblo. Se tendría que haber reinstaurado. Como España seguía dominada por los franquistas –el primer gobierno de la supuesta democracia lo compusieron exministros franquistas– tampoco se hizo un obligado y justo referéndum para que el pueblo español eligiese la forma de estado que quería. De haberse hecho, hubiese ganado la República. Las encuestas del momento arrojaban estas cifras: 47% de republicanos, 38 % de derechistas y 15% de falangistas. Pero entonces vino la traición de Felipe González y Santiago Carrillo que, siendo presidentes de sendos partidos republicanos, vendieron a la República, aceptando la instauración de la Monarquía a cambio de que legalizaran sus partidos. Por ende, el nuevo gobierno, tan franquista como el anterior –Suárez y todos sus ministros eran antiguos franquistas–, con vistas a las primeras elecciones, legalizó a todos los partidos, incluso a los de extrema izquierda, pero no a los partidos republicanos, por lo que éstos no pudieron presentar listas. Una canallada, una falsificación histórica, que parece mentira que no se recuerde más.

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