ILLY NES.
Soy un militar que conoce los temas de defensa, de modo que entro en contacto con una empresa y me nombran jefe de seguridad. Era la época en que empezaban a extenderse los vigilantes en España. Vivía muy bien porque claro, cuando salía a realizar las inspecciones de noche, a la vez que trabajaba, follaba. Había veces que echaba hasta tres y cuatro polvos diarios con diferentes personas. Además, como era el responsable, llegaba a la discoteca donde trabajaba y todo eran invitaciones, todo el mundo te conocía y te pagaba una copa. Allí fue donde empecé a beber. De hecho, tuve un accidente con el coche en la feria de San Miguel, la fiesta de Torremolinos, por ir bebido y quedarme dormido. Me costó 400.000 pesetas arreglar el coche, no me maté de milagro. Sólo había tomado… 7 botellas de fino. Fue una época en la que empecé a meterme rayas de coca y a fumar porros.

En el Seminario, el único periódico donde leía algo porque se publicaba alguna cosa sobre la “peste gay” o el “cáncer rosa” era El País, que yo cogía muy disimuladamente porque me daba pánico leer cosas sobre el Sida y que me identificaran como homosexual. Cuando abandoné el Opus, salí como un caballo desbocado, había sido tanta la represión sexual, tanta la represión de libertad, que me dediqué a follar como un loco.

Un día, viendo la televisión con unos amigos mientras comíamos pescaítos fritos, de repente veo mi foto en el programa de Paco Lobaton, casi me caigo del susto. A la mañana siguiente cojo el teléfono y le digo: “Mira Paco, soy mayor de edad, oficial del Ejército y tengo derecho a fijar mi residencia donde me salga de los c… ¡Cómo vuelvas a sacar mi foto sin permiso en televisión te arruino!”.

Llamé a mi padre y le dije que estaba bien. Yo había cortado los vínculos con todo el mundo, absolutamente con todos. Recapacitas y se produce lo que en términos escolásticos es la metanoia, el cambio. Y de repente llega la necesidad de volver a tus orígenes y empezar de nuevo. Yo tenía una ventaja: estando de oficial en Hoyo del Manzanares durante varias temporadas, me tocó viajar al extranjero como técnico de comercio exterior de una empresa del sector agrícola.

Iba con pasaporte falso, evidentemente estaba trabajando para los servicios de información del Ejército. Y aquello me procuró contactos con el mundo de la empresa. Por supuesto el empresario no sabía que yo era oficial, lo único que sabía es que yo vendía semillas, que vendía abono, sistemas de riego y que importaba a Méjico.

Tuve la suerte de conocer al Premio Nobel de la Paz y padre de la revolución verde, Norman Ernest Borlaug. Gracias a él no se murió de hambre mucha gente en Bangladesh. También tuve el privilegio de conocer a Ramón J. Sender. Cuando vino a España, me pidieron que lo acompañase, que le hiciera de cicerone. He tenido mucha suerte en la vida y me considero un privilegiado, obviando todo lo malo que me ha pasado. No cabe duda que he conocido a mucha gente.

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