El director gerente del FMI considera poco probable que el cónclave del G-20+2 invitados de Sarkozy (Zapatero y el primer ministro holandés), produzca cambios sustanciales en el funcionamiento de la economía global. Strauss-Kahn dice que:“Las palabras suenan bien pero no vamos a crear un nuevo tratado internacional”. Mientras tanto, la ministra francesa de Economía, observa una fricción entre el capitalismo anglosajón y el capitalismo a la europea; y el comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la UE, Joaquín Almunia, recomienda acabar con los excesos del liberalismo y la desregulación que propiciaron Reagan y Thatcher para hallar un nuevo equilibrio entre mercado y Estado. Zapatero irá a Washington como el adalid de “las políticas socialdemócratas” contra las “ideologías neoliberales y neoconservadoras” cuyo ciclo histórico debe terminar ya que “la socialdemocracia va a demostrar su fortaleza ideológica y su capacidad de resolver y organizar mejor la sociedad en beneficio de los ciudadanos”. En la promoción de su libro “Rompiendo cristales”, Rodríguez Ibarra interpreta lo que nos pasa: “es indudable que ha habido dos fenómenos de hundimiento mundial; uno, la caída del Muro, y otro ahora, en el que se ha hundido el capitalismo”. Y lo que emerge es el socialdemocratismo. A su lado, Felipe González, apelando a su experiencia en la prevención del enriquecimiento ilícito, indica la necesidad de “un sistema de alerta global” que evite una “acumulación excesiva de dinero que busca únicamente dinero”; “El que quiera jugar a la ruleta que juegue, pero que no aplaste a la economía real”, concluye el ex presidente cuya gestión en “el país donde se podía ganar dinero con mayor rapidez en el mundo” se basó en la ortodoxia monetarista. José Blanco ratifica las impresiones de su jefe: “la actual situación se fraguó en los años 80” con “una revolución conservadora” que reclamaba menos Estado y más mercado; pero la victoria de Obama, según el vicesecretario del PSOE, constituye “un punto de inflexión en el giro progresista que está experimentando el mundo”; “han elegido a un presidente que apuesta por un Gobierno responsable”: algo imposible donde impere el Bienestar de los Partidos en el Estado. hechos significativos La situación en el Congo es “muy preocupante”, asegura la ONU. Rajoy confirma en la SER que “no es de izquierdas” pero sorprende anunciando que “es independiente”. El Euribor continúa bajando, lo que abaratará las hipotecas.
El animal veraz
Homero (foto: mharrsch) El animal veraz En su “Teoría de las pruebas judiciales en el Derecho soviético” Vyshinski indicaba cómo fabricar procesos en los que el juez no averiguase lo sucedido, sino la probabilidad de los hechos, considerando pruebas irrefutables las confesiones obtenidas mediante torturas. En 1956 esa doctrina fue repudiada como “atentado a la legalidad socialista y a los fundamentos de la jurisprudencia”. Cuando cesa el lavado de cerebro, en la sociedad que lo ha sufrido, permanece diseminado un tipo de cinismo peculiar que se manifiesta en un rechazo absoluto a creer en la veracidad de cualquier cosa, por muy bien fundada que esté. La búsqueda desinteresada de la verdad se remonta al momento en que Homero, mirando con los mismos ojos a amigos y enemigos, a la victoria y a la derrota, decide contar tanto las hazañas de los troyanos como las de los aqueos. Y Heródoto, inspirado en esa imparcialidad, nos dice que escribe “para evitar, que con el tiempo, los hechos humanos (de griegos y bárbaros) queden en el olvido”. Sin esa pasión por la integridad intelectual jamás habría nacido ciencia alguna. Si el mundo entero cambia, avanza ¿no he de osar yo romper mi palabra? Fausto no hubiera preguntado, en el inicio de “Los hermanos Karamazov” como el padre, un mentiroso empedernido, al monje “¿qué debo hacer para salvarme?”, “ante todo, ¡jamás te mientas a ti mismo!”. Anida la fatal sospecha de que puede ser consustancial a la política su aversión a la verdad e incluso el compromiso con ésta se presenta como una actitud antipolítica. Pero todo lo que difundan los altavoces de la oligarquía no servirá para establecer los hechos, que están más allá de los consensos políticos y editoriales. Que no tenemos democracia es una evidencia que debería caer como una cascada sobre la sociedad civil.
Washingtonianos
Ninguna persona sensata espera que de la sesión del G-20+2 salga una decisión de los Estados reunidos, que cambie el modo de producción capitalista, para hacerlo volver a sus principios originales o para adaptarlo a los nuevos tiempos, como suponía aquella célebre y fantasiosa demagogia de monseñor Sarkozy, para la refundición santificadora del capitalismo. También es ilusorio que tan esperada reunión washingtoniana llegue a constituir un gobierno mundial de las finanzas públicas, que no ofrece más expectativa que la nominal de ser bautizado, por el gerente del FMI, con la voz portuguesa “gobernanza”, indicativa de la labor de una gobernanta casera o doméstica. La experiencia enseña que una reunión de este tipo acuerda otra reunión del mismo tipo, y que el consenso sólo puede crear otro consenso. Pero sin el nuevo Presidente de EE.UU., sólo caben consensos transitorios de regulación del sistema financiero y de calificación de solvencias, estatalización parcial del capital bancario, sin rescate de activos dañados, y ahorros simbólicos en remuneraciones a ejecutivos. En 1989, el economista británico John Williamson definió el “consenso de Washington” como un modo común de pensar la acción concreta de los organismos financieros internacionales, sedentes en esa capital, bajo el supuesto indiscutible de que el capitalismo liberal, en abstracto, sin intervención directa del Estado, dicta la mejor regla general de actuación financiera en el mundo entero, sea cual sea el nivel de bienestar o desarrollo económico. Ese consenso mental, en el que nunca participaron los pueblos emergentes o empobrecidos, ha quebrado con el estallido liberal de las burbujas inmobiliarias y financieras en los países más ricos del mundo. La regulación del mercado contradice la libertad de mercado. Todos buscan con ansiedad un nuevo “consenso de Washington”. Pero entre el liberalismo doctrinario de Bush, las improvisaciones oportunistas de los gobiernos de la UE y el pragmatismo interventor de China, India, Brasil y Rusia, no hay más principio de mediación que el ofrecido, para la coyuntura depresiva de los años 30, por la teoría keynesiana del déficit presupuestario para la creación de empleo mediante inversiones públicas. El dilema del G-20, más España y Holanda, está en salvar Wall Street, motivo por el que ha sido convocado, o salvar la industria de Chicago, abocada a la bancarrota y al desempleo de millones de trabajadores. florilegio "La demagogia de los gobernantes irresponsables genera expectativas tan irreales que ni siquiera causan ya frustración en los ilusos gobernados."
Contra el derecho público
El derecho de autodeterminación, que el movimiento nacionalista enarbola como un dogma tan incuestionable como la facultad del individuo de disponer de su vida en ejercicio de su irrenunciable libertad personal, allana toda diferencia entre el Derecho Público y el Privado y convierte a los pueblos en entes titulares de derechos subjetivos como puedan serlo las partes contratantes en el Derecho Mercantil o los contrayentes de matrimonio en el ámbito del Derecho Civil. Este salto conceptual no es en modo alguno inocente, y genera un problema político más complicado que el propio conflicto que, supuestamente, pretende resolver: el grado de libertad que puede alcanzarse en las relaciones contractuales o de amistad bilaterales, donde, teóricamente, la situación permanece bajo el control de los sujetos protagonistas, -sin excluir que ello sea, en ocasiones, una pura ficción que los propios sujetos necesitan para creerse libres- no es ni remotamente posible allí donde uno de los sujetos es el poder político y el otro una comunidad pretendidamente soberana: esta diferencia sustancial desplaza el ámbito del problema del Derecho Civil al Derecho Constitucional; las controversias, en uno y otro campo, son de naturaleza radicalmente diferente. El Estado no es una asociación voluntaria de poder conformable con arreglo a las apetencias y designios de súbditos y poderosos: no es un "proyecto sugestivo de vida en común", según el disparatado y sentimental aserto de don José Ortega y Gasset, deudor de la concepción de Renan de la nación como “plebiscito diario”: dislate que han terminado por asumir nacionalistas y supuestos antinacionalistas que rechazan el nacionalismo ajeno desde la base del nacionalismo propio. Oponer a un “proyecto sugestivo de vida en común”, por ejemplo el País Vasco, otro proyecto que se pretende más sugestivo aun, por ejemplo España, es una estupidez similar a la de pretender de un enamorado que cambie sin más de amada. La patria no se hace; la patria no es un proyecto sino el suelo donde se nace y el presupuesto de toda acción política. La autodeterminación, es decir la secesión (pues una autodeterminación que no contemple en su horizonte como permanente posibilidad la secesión, no es más que vacua retórica) se ejerce de hecho y hasta puede negociarse con la potencia considerada ocupante; lo que es jurídicamente insostenible es exigir un previo reconocimiento de la secesión como un derecho unilateral ejercitable cuando la parte autodeterminada lo estime oportuno. La autodeterminación carece de toda realidad jurídica y sólo puede ejercerse de hecho; y se ha ejercido, conviene subrayarlo, no como derecho sino como hecho, sólo cuando la ocupación se ha vuelto militar o económicamente insostenible, o bien como resultado de una guerra de secesión.
Estrategia electoral
En las recientes elecciones estadounidenses, los estrategas del Partido Demócrata buscaron una narrativa, una historia bien contada; una persona que la transmitiese: un negro orgulloso, culto y bien educado, que creyese en el “sueño americano”, con una biografía posracial y sin rencor; una persona que inspirase a la gente para ser mejor y de la que pudiesen enamorarse pues sabían que las emociones tienen más poder que la lógica en los momentos de votar. En definitiva diseñaron las acciones a ejecutar y una serie de movimientos a la vista de la información que recibían de los demás actores. Los tácticos trataron de ejecutar correctamente los planes y describieron las acciones específicas que se habían de realizar en los lugares concretos (Estados o Distritos), teniendo en cuenta las reglas del juego para cada caso (el nº de compromisarios para la elección del Presidente o de distritos de cada Estado para los Representantes en el Congreso). Centraron sus acciones en conseguir aquello que más se necesitaba en cada Estado: animar a la gente a inscribirse en el Registro de electores en aquellos Estados que consideraban minoritarios, el candidato debía exhibir un comportamiento religioso y familiar en aquellos lugares más tradicionales y moldear el discurso dependiendo del lugar en el que lo pronunciase. Desmenuzaron el electorado contratando a empresas especializadas en “microtargeting”, de esta forma tenían el mapa de USA dividido en condados por colores (azul-demócrata, rojo-republicano y tonalidades de grises en los indecisos); como los militares, estudiaron las condiciones geográficas y ambientales del escenario de la escaramuza. Los encargados de la logística calcularon la posición que deberían ocupar la multitud de grupos de voluntarios que surgieron en todas partes; los “blogeros” afines que lanzan sus “memes” (ideas que se propagan rápidamente de blog en blog) por toda la red; las “think tank” colaboradoras (“Brookings Institution” que elaboró un informe advirtiendo de los 10 Estados indecisos, “Center for American Progress” en la que trabaja John Podesta, el seleccionador del futuro equipo del Presidente); los Gobernadores estatales y poderes locales afines; y el equipo que controlaba la financiación de la campaña. Al igual que en el mundo empresarial, la logística (puente entre la producción y la venta) trató de que la oferta electoral llegase oportunamente a los potenciales votantes. Barack Obama y John Podesta (foto: CAPAF)
Justicia gratuita
La rueda de prensa conjunta que ofrecieron el pasado 6 de noviembre Dña. Esperanza Aguirre y D. Alfredo Pérez Rubalcaba tras la firma del convenio para la mejora de la seguridad ciudadana en la Comunidad de Madrid, se convirtió en nueva escenificación de la ausencia de separación de poderes. Las bromas de ambos políticos sobre la financiación de la Justicia Gratuita del hijo de Osama Bin Laden, retenido en el aeropuerto de Barajas, a costa de una u otra administración es recogida en la prensa con la banal consideración de la noticia simpática o anecdótica del día, cuando en realidad pone de manifiesto la iniquidad de este Estado de poderes inseparados. Aguirre y Granados (PP aranjuez) El regateo económico entre ambas administraciones sobre la asignación de efectivos policiales pone a las claras las miserias del estado de las autonomías y la batalla partidista planteada en términos económicos en asunto que tan directamente afecta al ciudadano como es su seguridad, que queda así al albur del juego de intereses políticos. Por otro lado demuestra como la persecución del hecho criminal se limita a la utilización de la policía administrativa como único instrumento, sin que se intuya siquiera la implicación de la Justicia, creando una auténtica policía judicial sólo dependiente de Jueces y Magistrados tanto económica como administrativamente. Pero lo que resulta sobresaliente es que se circunscriba al orden político un derecho tan esencial como es el propio a la defensa, del que el acceso a la Justicia Gratuita en ausencia de medios económicos del justiciable es garantía material. La dotación administrativa por vía presupuestaria de los ejecutivos estatal o autonómico a los colegios de Abogados y Procuradores para hacer frente a tal imprescindible coste, sitúa de forma inaceptable en el ámbito político el ejercicio efectivo del derecho a la defensa. Esa dotación económica por vía administrativa es la que sustenta que sea la propia Consejería o Ministerio el que a través de sus Comisiones de Justicia Gratuita decida en último término quien es beneficiario de tal derecho y quien no, dejando a los colegios profesionales la función residual de simples tramitadores de las solicitudes. Sin independencia económica, no se puede hablar de independencia funcional u organizativa. La separación de poderes en el reconocimiento y gestión del Derecho a la Justicia Gratuita exige que una organización judicial también independiente, a través de los correspondientes Tribunales Superiores de Justicia, sea quien reconozca y gestione la concesión de tan capital derecho.
Lo más grande
Klaus Schwab y George Bush (foto: World Economic Forum) Si en el Cielo se convocaran elecciones a Dios y los partidos numénicos presentaran candidatos (tenemos que reconocer que lo más ajustado al Reino que no es de este mundo es la partidocracia), sería nuestro deber apoyar con el voto el refrendo del candidato G-22 (es de suponer que en la Perfecta Eternidad los candidatos serían verdaderamente serios y se seleccionarían tecleando un código, como esas canciones tristes que las Seeburg emiten en las películas). Así pues, G-22. En opinión de San Anselmo, incluso los ateos deberían reconocer a Dios como el ser que no puede pensarse como más grande. Claro que quizá el ejemplar cristiano no tuvo en cuenta que un ser que puede ser nombrado pero no pensado (infinito, nada), podría ser más grande. Incluso que, como piensan los hindúes, bajo lo más grande puede haber una tortuga que chapotea en un río de leche. El grupo golpista que se encontrará en Washington el día para decidir nada y consensuar todo, cumple todas las condiciones mencionadas. Casi podría constituir un eslogan olímpico: ni más grande, ni más nombrado e imposible de controlar, ni más jarana en ríos de leche. Sin embargo, no deben subestimarse las acciones sin decisión surgidas de los consensos de urgencia. Quienes no conocen la democracia ni la historia piensan que Adolfo Hitler fue alzado democráticamente hasta la cancillería del Gobierno alemán. La realidad es que un acuerdo entre quienes esperaban su fracaso, quienes querían aprovechar los espacios arrebatados a los partidos tradicionales por un grupo vocacionalmente residual y el desconfiado Hindenburg, fue la causa. El consenso. Claro está que la situación no es la misma, entonces se consensuó para frenar el cambio temido y ahora, los desleales presentes en la cumbre lo harán para maquillar la temida continuidad. Hasta la omnipotencia divina tiene un límite, marcado por el principio de contradicción. Ni siquiera el Dios del consenso puede crear al mismo tiempo un homo politicus que sea inocente y culpable del mismo crimen.
Consenso léxico
La transición política española es el paradigma del consenso léxico en la impostura antidemocrática y quizás por ello concite tanta imitación en multitud de supuestos cambios de regímenes políticos oligárquicos en el mundo de los últimos veinte años. La “apertura” de Carlos Arias Navarro, presidente del gobierno de Franco en 1974, llegó a imponerse como sinónimo de “convivencia, tolerancia”, y del “no querer imponer tercamente una opinión o criterio” como revelaría la “reforma política” de los mismos procuradores franquistas unos años más tarde frente a la racional “ruptura”. Que las modificaciones y falsificaciones semánticas de los dirigentes del régimen autocrático tuvieran tal éxito en los medios de comunicación, clase política e intelectual, revela hasta qué punto el consenso político ha sido el opio del pueblo democrático en España. Pero hay resquicios en dicho consenso léxico porque ha sido imposible que determinadas palabras muten por encantamiento. Un ejemplo de ello es el campo semántico de “partido”, “partidismo”, “partitocracia”. Todas ellas siguen manteniendo el significado democrático por el que el logos político español puede realizar la “ruptura” con la situación política actual que niega las reglas pertinentes de la separación de poderes, representatividad y elección directa del jefe del estado. Dichas palabras conservan aún su connotación negativa en el “lenguaje ordinario” y, por mucho que el “poder cultural y mediático” ha intentado e intenta inyectarle caracteres positivos ante la sufrida población, no lo han conseguido. Los españoles han convertido en verdadera “resistencia léxica” las connotaciones negativas de partido y partitocracia. Lo muestra la casi clandestinidad de la militancia de partido, la financiación pública de los mismos y de sus campañas “electorales”, y su marketing permanente para no caer en el despotismo más evidente; y lo demuestra la imposibilidad de evitar la sonrisa cómplice en el “español medio” cuando se le trata de hacer entender que “nuestra democracia de partidos” es un sistema político “representativo” de sus intereses, que “hace ya años (¿1981?, ¿1996?) tenemos una democracia representativa” homologable con las de Europa y ¡EE.UU.! Para el sano sentido común, sin embargo, los partidos actuales siguen siendo “órganos” –instrumentos- de una minoría para “codearse” con los poderosos financieros y económicos que se “abrieron” desde el franquismo de don Carlos Arias a una apariencia de sociedad abierta. Rodríguez y Rajoy (foto: sagabardon)
Géneros de escepticismo
Baraca Obama (foto: radiospiker photography) Cuando recae el escepticismo sobre la victoria histórica de Obama en las elecciones presidenciales estadounidenses, cabe desmenuzar sus (sin)razones. Por un lado está un sano y justificable escepticismo, pero de carácter muy local y no generalizante, que se pregunta si la promesa se cumplirá o en qué medida. Aquí entraría por ejemplo la valoración de otras circunstancias históricas que, aun siendo muy distintas, fueron también prometedoras. Pero difícilmente puede decirse que fueron en balde. Naturalmente está también el que siente escepticismo porque no coincide con las ideas de Obama, pero éste no es un escéptico en cuanto tal, sino alguien en crítico desacuerdo, quien llegado el caso aportaría sus razones. Después tenemos al escéptico por sistema. Con éste no se puede hablar, pues en él sólo atendemos al sordo monólogo del nihilista que apela a su soberana subjetividad como criterio definitivo para todos los asuntos. Y, aunque de un tipo en principio muy diferente, está el utópico: aquél que se mantendrá escéptico porque la realidad no alcanza, ni nunca alcanzará, su visión. Éste es el tipo que más me interesa, porque en él adivinamos con mayor claridad la inclinación, sutil pero determinante, hacia una aceptación de la victoria de Obama como algo decisivo, aunque no definitivo, pues tal cosa no existe en la historia, o hacia un rechazo que tiende por eso mismo a distorsionar la realidad, a no comprender su significación. Aquí el utópico se ha dejado invadir por un sentido de la perfección-en-el-mundo que lejos de ser provechosa es dañina, pues es fanática por naturaleza. Comprender la naturaleza de las cosas es un paso indispensable para seguir comprendiéndolas mañana desde puntos de vista, si cabe, más anchos. Pero dado que existe una poderosa tendencia psíquica (e histórica) a ignorar y por ende borrar los “momentos estalares de la humanidad”, y por ello, paradójicamente, a regresar a pretéritos patrones de servidumbre, es preciso recordar al atribulado soñante que su pensamiento es contraproducente, y que ganaríamos mucho más si manteniendo su vista en el futuro ideal, también abrazase los frutos del presente con la alegría de la que habló García-Trevijano hace unos días. No alegrarse porque las cosas podrían ser aún mejores es un tipo peculiar de insensatez.
Enseñanza española y régimen político
Hasta el siglo XIX, y desde la búsqueda de la kalokagathía griega -la cualidad ideal de aunar lo bello y lo bueno-, pasando por la humanitas latina, el Humanismo renacentista y llegando, incluso, hasta el ideal “pansófico” de un Comenius, la esencia de todo aprendizaje consiste en la relación vertical entre el maestro o instructor y el alumno que pretende ser instruido. Dicha verticalidad queda establecida por la promesa y esperanza de mejoramiento, de ascensión -intelectual o espiritual- hacia un objetivo que siempre coincide con la areté, virtud que se encarna en un ser humano y lo convierte en paradigma que debe ser imitado. La educación no es posible sin que se ofrezca una imagen del hombre tal como tiene que ser. A pesar de los cambios culturales, sociales, políticos, ideológicos o económicos, la verticalidad se mantiene estructuralmente, si bien lo único que se ve afectado es ese paradigma, ese imperativo de lo humano. Jamás se discute en Occidente el objetivo de hacer a los hombres mejores a partir de la paideia ni, por supuesto, la necesidad de que sea precisamente mediante la superación, la excelencia y el mérito como el ser humano lo logre. Sólo “los mejores” han de conseguir “lo mejor”. Con las utopías socialistas del XIX emerge un nuevo punto de vista. La preocupación por la miseria en la que vive la clase surgida de la Revolución Industrial crea dos necesidades imperiosas: la búsqueda de la igualdad social y un nuevo ideal de Estado benefactor -pero todopoderoso- que la procure. En la educación, lo que al principio supone tan sólo una modificación en el paradigma de la areté se tornará, tras el auge de los movimientos sociales, en la destrucción de la verticalidad antes citada, sustituida ahora por una horizontalidad impuesta verticalmente desde esa infalibilidad mesiánica y judeocristiana que, a partir de Lenin, caracteriza los regímenes social-comunistas. El proceso queda definido en la confusión -siempre intencionada- entre lo social y lo político y su posterior homogenización. Puesto que el Estado invade lo social, resulta lógico que, en esta tabula rasa, el sistema de enseñanza corra una suerte parecida. Se recrea en lo educativo el mismo proceso que sacrifica la libertad para salvaguardar la igualdad, supuesto fin de todo grupo humano que se precie. No sólo el paradigma de la areté cambia radicalmente, sino las bases sobre las que su búsqueda se asentaba. Enseñanza española y régimen político David López Sandoval Paradójicamente, mientras los países comunistas se apartan de esta lógica haciendo de sus universidades auténticos templos “meritocráticos”, Occidente se lanza, tras la década de los sesenta, a la loca carrera de la “comprensividad”. Pero el Occidente que surge entonces bajo los adoquines parisinos debe conjugar su tradición liberal con la renacida tendencia de las mayorías. Las nuevas propuestas pretenden importar las utopías del primer socialismo al ámbito de la escuela. En España, hay tres momentos importantes: el krausismo, la Escuela Única de la Segunda República y los daños colaterales del mayo francés, de los que la “Ley Villar Palasí” es el más mortífero. Si los regímenes totalitarios no tienen que esconder sus pretensiones, para la nueva “democracia” española resulta vital la retórica que transforma el sistema de enseñanza en todo un simulacro “baudrillardiano”. Porque tanto la verticalidad como el mérito huyen de la retórica del simulacro y abrazan la de la imitación de modelos de conocimiento, y porque han de situarse más allá de cualquier imposición exógena, de cualquier ideología aniquiladora de la libertad de cátedra, el sistema educativo actual, al haber acabado con la esencia de cualquier instrucción, es antinatural y sólo sirve al poder establecido. Nunca en España hubo un control tan férreo de la labor del profesor, que se ha visto obligado a abandonar la esencial búsqueda de la areté para impartir la impostada doctrina de la salut publique. A pesar de lo expuesto, las explicaciones que se suelen dar a la decadencia de la enseñanza española obvian un dato aun más relevante: el contexto donde empieza. Que Transición política y reforma educativa coincidan en el tiempo no es casualidad sino mensaje cifrado que la perspectiva histórica va revelando poco a poco. La senda que abre esta evidencia habrá de ser, sin duda, mucho más provechosa. La verdad política se muestra tozuda a pesar de los verdugazos propinados desde hace treinta años para intentar domeñarla. Su heroica contumacia tiene hoy recompensa, pues ha aprendido a guarecerse tras la pantalla virtual del mundo esperando las pequeñísimas ocasiones que se le prestan, como poros por donde comienza a transpirar libre. Todo, en España, nace y muere en ella, en su ausencia quiero decir, y todo -no podía ser de otra manera- es a su vez consecuencia de ella misma, de su ocultamiento, de su perversión, de su miseria. La verdad, empero, de la representación de la sociedad civil, de la libertad política, de la supremacía del individuo frente al Estado no advendrá, como algunos piensan, con la actual crisis económica sino un poco más tarde, cuando se apele a la inteligencia del pueblo, a su iniciativa, a su clarividencia, y se descubra que éstas apenas sobreviven. Entonces se mostrará tal y como fue el engaño, y se descubrirá al fin que, para que triunfase, se requería la participación de todos, la servidumbre autocomplaciente de treinta años de reformas educativas. Cuanto ha acontecido en España se ha sostenido en el pedestal de la ignorancia. El régimen franquista la forjó poco antes de su metamorfosis porque comprendió que sería lo único que garantizase su perpetuación. La impostura mediática, la hipocresía partidista, de nada habrían de servir sin el fundamento de la inopia voluntaria. Pero, ¿cómo conseguirla? Institucionalizándola, es decir, que ésta fuese uno de los pilares del régimen político que se inauguraba. Por ello se hizo imprescindible un movimiento previo a la transición política, la Ley General de Educación y la Reforma Educativa de 1970, que, transido de “nuevos valores pedagógicos y democráticos” -team teaching, educación personalizada, etc.-, preparaba el terreno para el desmantelamiento posterior de aquellos otros valores que se consideraban una antigualla por pertenecer a una ley, la Ley Moyano, que, en su estructura, había perdurado durante más de un siglo. Tres fueron las vías que se siguieron a partir de entonces: desprestigio paulatino de la labor de los profesores, introducción en las aulas del pensamiento dominante del nuevo régimen y, por último, aparente inestabilidad que, con el disfraz ideológico, permitía que la sociedad desviara la atención hacia la superficie de lo que en realidad estaba ocurriendo. La mengua del oficio docente comenzó con la ley de 1984, que regulaba la Función Pública -a ella hay que añadir las reformas efectuadas en 1988 y 1993- y que establecía una serie de normas concernientes a la movilidad de los funcionarios, a su nivel y a la asignación de destinos que claramente discriminaban a los profesores. Posteriormente, en 1985, la LODE daría la puntilla definitiva, al completar este aislamiento laboral con el desdoro social, creando el Consejo Escolar del Estado y los Consejos Escolares de centro. En aquél los sindicatos comenzaron a suplantar a los docentes en las futuras negociaciones; en éste los claustros dejaron de ser el principal órgano rector de escuelas e institutos. A partir de entonces, la LOGSE de 1990 y la vigente LOE no hallarían ningún obstáculo página siguiente {jomcomment}

