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lunes 29 diciembre 2025
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Apuntes sobre la libertad

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Antonio García-Trevijano nos enseñó que lo primero que el tercio laocrático debe conseguir es la hegemonía cultural para así poder estar preparados ante cualquier acontecimiento azaroso que contribuya a derribar el régimen vigente en España. Acto seguido, dicho tercio laocrático impulsaría la apertura de un periodo de libertad constituyente. Y si, y sólo si, esa libertad constituyente condujera a la instauración de una república constitucional —es decir, a una república con democracia representativa—, se habría conquistado la libertad política colectiva.

Cuando García-Trevijano hablaba de libertad circunscribía dicha idea al campo categorial de lo político, distinguiéndola de esta forma de la libertad vista, por ejemplo, desde un prisma económico, psicológico o espiritual; si bien sostenía que las raíces más profundas de toda libertad se hallaban en lo más hondo del ser humano.

Distinguió entre la libertad y las libertades, denominando a éstas últimas meros derechos o facultades otorgadas por el derecho. La libertad debía ser previa a todo derecho y las libertades resultado del mismo. «Allá donde haya derecho no puede haber libertad», declaró más de una vez. No porque quisiera deshacerse del derecho, sino todo lo contrario: porque quería que el derecho descansara, en lugar de sobre los brazos de quienes ostentaban y se repartían el poder, sobre la libertad de la nación.

También nos explicó que la libertad es fundadora y fundante. Fundadora en tanto en cuanto la libertad constituyente puede fundar la república constitucional, dándose así un carácter político institucionalizado a sí misma, a saber, convirtiéndose en política. Y fundante puesto que, contando ya con dicho sistema político que la asegura mediante la separación de poderes en origen, ésta, en calidad de libertad política, sigue operando, de manera más o menos latente, en la vida política de la nación, pudiendo incluso llegar a enmendar las lagunas constitucionales que la república constitucional tuviera.

La libertad política es la libertad constituyente institucionalizada. Y son las instituciones de la república constitucional, basadas sobre la lealtad, las que garantizan y canalizan el flujo de esa libertad original. Respecto a dicho extremo, además, el repúblico granadino puntualizó que no puede haber lealtad superior a la requerida por la libertad colectiva; que era ésta la única razón de existencia de la lealtad republicana, cuya fuente se encuentra en la más inmediata lealtad vecinal. «¡Lealtad, lealtad, tú eres matriz y compañera inseparable de la libertad colectiva!».

En otras palabras, la república constitucional, al ser la garantía institucional de la democracia representativa, es la que, en última instancia, garantiza la libertad política, tomando por ésta, como bien expresara el propio Antonio García-Trevijano, la facultad de todos los ciudadanos adultos para elegir, controlar y deponer a las personas que han de ocupar los cargos políticos en el Estado.

La libertad política colectiva no puede ser previa a la Constitución de la república constitucional puesto que en ese caso no podría ser fundante. Y si no es fundante, no es libertad política.

Asimismo, en la expresión «libertad política colectiva» el vocablo «colectiva» no hace alusión al carácter colectivo de la política, pues de ser así carecería de sentido su uso por resultar tautológico, sino que se refiere a la manera colectiva de conquistar esa libertad política. La palabra «colectiva» seguida de «libertad política» viene a reflejar que la libertad política ha de ser una conquista de la sociedad civil, impulsada por un tercio activo, pacífico y revolucionario de la misma.

La libertad constituyente es el origen de la libertad política colectiva. Pero la libertad política colectiva se encuentra en la libertad constituyente solamente en potencia, al igual que la persona adulta en el infante. Puede llegar a ser o no. Y solamente lo será si la libertad constituyente instaura una república constitucional. De ahí que podamos afirmar que la libertad constituyente y la libertad política colectiva son lo mismo, pero en diferentes fases o momentos evolutivos.

Efectivamente, por muy improbable que pueda parecer, no podemos descartar la posibilidad de que, por diferentes razones y variables incontrolables, haya libertad constituyente que nunca llegue a ser libertad política. Si lo que la libertad constituyente constituye no es una república constitucional, entonces no llegará a ser libertad política. Porque la libertad política, recordemos, ha de ser fundante.

En resumen, la libertad constituyente es previa a constituir un sistema político y, si el sistema que constituye es la república constitucional, esa libertad constituyente devendrá en libertad política debido a que, además de haber sido fundadora de dicho sistema, será fundante, y en cuanto tal podrá perdurar, impulsando y regulando la política nacional, en base a los preceptos constitucionales, resultantes del periodo de libertad constituyente, que la garantizan.

Así pues, dado que la libertad no puede ser concedida y aquello que se concede será cualquier cosa menos libertad —y quien lo acepte se convertirá en siervo de quien se lo haya concedido—, lo que nos queda por delante es la lucha por la hegemonía cultural. Porque la libertad hay que conquistarla.

Diálogo entre culturas

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Zapatero, el expresidente del gobierno español, llevó a cabo un proyecto llamado: alianza de civilizaciones.

Actualmente en el mundo solamente hay una civilización y muchas culturas.

Antonio García-Trevijano y Dalmacio Negro , 14 de enero del 2015.

Fuente RLC: https://www.ivoox.com/rlc-2015-01-14-falso-pacto-estado-audios-mp3_rf_3949425_1.html

Música: Presto. Allegro ma non troppo. 9ª sinfonía de Beethoven.

Entrevista a Marcelino Merino

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Hoy, en el cuarto capítulo de «La huella», Heliodoro Rodríguez entrevista al músico y asociado del MCRC Marcelino Merino.

Música: «Melodía para Lázaro», compuesta por Heliodoro Rodríguez.

Sin Constitución

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¿Qué constituye una constitución? El Estado no, pues únicamente lo ordena delimitando su función en lo político. Tampoco la nación, pues ésta es previa incluso a su existencia. Cabe preguntarse entonces cuál es el papel de cualquier texto legal que reclame ser una constitución.

La respuesta es sencilla: la finalidad de la constitución es transformar la potencia estatal en poderes políticos separados en origen. Ya el artículo XVI de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano establecía que donde no existe separación de poderes y los derechos no están garantizados no existe constitución.

Y para que exista esa garantía de los derechos debe existir la posibilidad de reclamarlos ante una Justicia independiente. Por tanto, si la jurisdicción no tiene la facultad de declarar la inconstitucionalidad de una norma o de un acto administrativo, tampoco existe orden constitucional.

Teniendo en cuenta esas sencillas reglas de lo político, las siglas TC no obedecen al uso ordinario de este acrónimo. En realidad, ni es Tribunal ni es Constitucional porque no forma parte de la jurisdicción ni está integrado por jueces del escalafón.

El justiciable, que sólo tiene la posibilidad del amparo particular, carece de legitimación para acudir ante el TC para solicitar la inconstitucionalidad de una ley, quedando reservado el recurso de inconstitucionalidad a la clase política que conforma el Estado de partidos (diputados, senadores, cámaras autonómicas, Gobierno y defensor del pueblo). El juez, en el ejercicio de su función, únicamente puede plantear impotentemente la cuestión de inconstitucionalidad en un reconocimiento explícito de subordinación a lo extrajurisdiccional.

Sin embargo, y estando a la acepción vulgar de la palabra «tribunal», las iniciales nos siguen sirviendo para referirnos a la misma cosa, pero en su verdadera naturaleza. La de Tribunal Constitucionario. Porque es constitucionario en la medida que amolda la legalidad a la situación de hecho. La excepcionalidad elevada a la generalidad de la ley. Su misión es servir de filtro último de los intereses políticos que manda la coyuntura, yendo de lo particular a lo general. Justo lo contrario de lo que es administrar Justicia.

El espectáculo patético de la partidocracia

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Hoy en el capítulo nº 29 del programa «Coloquio y análisis político» Pedro Manuel González y Manuel Ramos analizan con tres noticias el panorama político gris que que despliega la partidocracia:

Alemania cierra la era Merkel con la elección de Olaf Scholz como nuevo canciller | Internacional | EL PAÍS https://elpais.com/internacional/2021-12-08/olaf-scholz-es-elegido-nuevo-canciller-aleman.html

Olaf Scholz, el líder inesperado de Alemania que devuelve la sonrisa a la socialdemocracia | Internacional | EL PAÍS https://elpais.com/internacional/2021-12-08/scholz-el-lider-inesperado-de-la-alemania-postmerkel.html

Partido Popular Europeo: La salida de Merkel acentúa la pérdida de poder de los populares en la Unión Europea | Internacional | EL PAÍS https://elpais.com/internacional/2021-12-09/la-salida-de-merkel-acentua-la-perdida-de-poder-de-los-populares-en-la-union-europea.html

Biden alerta de que la democracia «está fallando» a cada vez más ciudadanos | Internacional | ABC https://www.abc.es/internacional/abci-biden-alerta-democracia-esta-fallando-cada-mas-ciudadanos-202112091457_noticia.html

PP y Cs acuden al defensor del pueblo para intervenir en el acoso al niño de Canet y lanzan iniciativas para forzar al Gobierno a responder | España | EL MUNDO https://www.elmundo.es/espana/2021/12/09/61b20668e4d4d8a7128b458d.html

De partidos y sindicatos (3ª parte de 3)

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En abril de este año (2021) y respecto a la financiación directa, leíamos en la prensa lo siguiente: «CCOO y UGT acaparan 74 de los 98 millones repartidos por el Gobierno en la última década. El sindicato vasco ELA (3´14 millones) es el quinto que más fondos del Estado ha recibido, justo por detrás de USO y CSI-F. El ejecutivo aumentó este año un 56% esta partida de gasto tras el tijeretazo de Rajoy por la crisis».

Se financiaban, pues, con subvenciones directas, con horas de trabajo al sindicato que paga el Estado, con unos cursos de formación cuyo desempeño corría a cargo de los sindicatos y pagaba el Estado a éstos, y con la pertenencia a consejos de administración de instituciones públicas y de entidades financieras.

Y lo que fue el culmen, a mi entender, se dio en la Ley Orgánica de Libertad Sindical de 1985. UGT y CCOO consiguieron una concesión institucionalizada del oligopolio de la representatividad sindical. En su artículo 6.2:

«Tendrán consideración de sindicatos más representativos a nivel estatal: a) Los que acrediten una especial audiencia, expresada en la obtención, en dicho ámbito del 10% del total de delegados de personal de los miembros de los comités de empresa y de los correspondientes órganos de las Administraciones Públicas».

Ello de principio suponía darle la exclusiva de la representatividad a nivel nacional a UGT y CCOO. Hicieron una ley para quedarse con las mesas de negociación en exclusiva. Los partidos gracias a la cuota del 10% eliminaban a cualquier sindicato de la mesa general de negociación. Ya tenían garantizada la financiación pública, ya se habían colocado en los consejos de administración… ahora a eliminar competencia.

Otra realidad simultánea se vivió en la mayor empresa del país: las Administraciones Públicas. Aquí surgió en los distintos sectores una conciencia de la necesidad de sindicatos profesionales con rechazo al sindicalismo de clase y autonomía de los partidos. Proliferaron así en este ámbito una multitud de asociaciones independientes que en las elecciones de 1977 para elegir vocales a la Asamblea General de MUFACE, y ante la sorpresa de todos, las asociaciones profesionales, cada una con sus propias siglas, consiguieron una aplastante victoria sobre UGT y CCOO.

Los partidos-sindicatos reaccionaron consensuando la susodicha ley que exigía el 10% para ser más representativos. La realidad es que, sumando todos los trabajadores de un sector concreto, puesto que eran asociaciones sectoriales, nunca podrían alcanzar el 10% de las Administraciones Públicas. Así se quiso impedir que un sindicalismo independiente, sin partido político detrás, pudiese competir en próximas elecciones sindicales.

Pero este oligopolio de facto se va a ver tocado por dos factores:

1.- Las mesas del ámbito autonómico posibilitan el que los sindicatos de tinte nacionalista y con mucha implantación en esa autonomía, y a veces a la sombra de partidos nacionalistas, consigan el 10% de esa comunidad, lo que les valga el título de «más representativos».

2.- En el ámbito de la función pública aquellos pequeños sindicatos profesionales que nunca podrían llegar al 10% de la administración se confederan, presentándose bajo unas mismas siglas que los aúnan. Así, va a surgir la Confederación de Sindicatos Independientes de Funcionarios (CSI-F) que va a conseguir ahora de esta manera superar la barrera legal del 10% y ser, por tanto, «más representativos» en las Administraciones Públicas.

Pero es claro que los sindicatos, porque así es el sistema que tenemos, son como los partidos que reflejan, órganos constitutivos del Estado. Se financian del dinero público. Viven dentro de un sistema corrupto que corrompe cuanto absorbe.

Hoy, con una afiliación bajísima tienen la consideración de «sindicatos más representativos»:

  • En la Mesa General, CCOO y UGT
  • En el ámbito autonómico, ELA y CIG
  • En Administraciones Públicas, CSI-F

El resto de sindicatos participan de mesas descentralizadas, viven de la financiación pública, dan cursos, y disfrutan de los otros privilegios, en la medida que con el sistema proporcional tienen derecho legal a hacerlo. Cuando algún sindicato, o algún partido, dice no tener financiación pública es porque no han conseguido tener derecho legal a ello. Pero ahí están, participando, con las miras en entrar en la gran repartija y traicionando a la nación, para llegar a ser en el Estado. Todo en él y por él.

Nuestra aspiración debe ser la de civilizar partidos, asociaciones, sindicatos, etc. Esto es, devolverlos a la sociedad civil, de donde nunca debieron salir.

Votaciones en Argentina

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Hoy publicamos el capítulo nº 12 del programa «Escenario internacional», presentado y conducido por Marcelino Merino. En este caso analizamos con Daniel Vázquez y Héctor Feliciano las votaciones en Argentina y su altísima abstención. Asimismo, damos un repaso a los regímenes políticos y las leyes electorales de Argentina y Uruguay.

Señas de identidad

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El igualitarismo tecnológico alcanzado por la sociedad posmoderna ha tejido un sinfín de redes de comunicación planetaria en tiempo real que ha facilitado y extendido como nunca antes en la historia unas influencias recíprocas que nos han llenado de pertenencias comunes a religiones, ideales, gustos y sensibilidades. Ha metido el mundo en una pantalla de 4 pulgadas y nos ha permitido establecer contacto o  trabar amistad con personas que viven a miles de kilómetros de nosotros sin necesidad de conocernos presencialmente.

Una de las consecuencias que podemos extraer de esto es que nunca hemos podido compartir nuestros pensamientos, cuitas y emociones con tantas personas como ahora, ni con tanta rapidez; que nunca antes nos habíamos parecido tanto unos a otros. Este igualitarismo tecnológico se ha convertido también en igualitarismo cultural y, sin embargo, seguimos teniendo esa humana necesidad de construir y afirmar nuestra identidad.

La identidad individual es el resultado del proceso de forjado del individuo, un conjunto de experiencias familiares, vitales, afectos y desafectos, virtudes, carencias e imperfecciones conformados de forma exclusiva en cada uno de nosotros por el azar, la voluntad, las múltiples influencias o el medio en el que nos desenvolvemos. Una huella indeleble que nos define como únicos ante los demás, plagada de pertenencias, de lugares comunes, con innumerables conexiones y afinidades que nos acercan a personas o a grupos sociales, políticos o deportivos con los que nos identificamos. Uno puede haber nacido en cualquiera de las grandes ciudades españolas y compartirá con algunos de sus paisanos la lengua, la religión, las costumbres locales o el equipo de fútbol. Con otros compartirá ideales éticos, compromiso político, profesión, gusto musical o la afición a los toros. Se sentirá depositario de la herencia vital de sus padres y abuelos, donde se crearon las primeras pertenencias y afinidades.

Podemos compartir muchos de nuestros rasgos distintivos y pertenencias con muchas personas, pero es absolutamente imposible compartirlas todas, ni tan siquiera con nuestros padres o hijos. Todo este conglomerado conforma la unidad indivisible y exclusiva de lo que somos y del concepto que tenemos de nosotros mismos, nuestra identidad.

La teoría de la identidad social de Henry Tajfel afirma que la pertenencia a ciertos grupos sociales influye y aporta elementos constitutivos en la creación de la identidad individual. Kenneth Gergen va más allá y plantea que nos encontramos ante la disolución del yo.

«El mundo posmoderno se caracterizaría por la pérdida de la esencia individual, la cual se debe en gran medida a la Saturación Social, proceso en el cual se despoja al individuo de su identidad propia». Son tantas las voces que escuchamos, las perspectivas tan diferentes que, inevitablemente, esa esencia individual se tambalea, cae y se reemplaza.

Este proceso de reemplazo se convierte en objetivo de la ingeniería social y el posmodernismo en su afán homogeneizador mediante la extrapolación, que va de lo individual a lo colectivo, inflamando una sola de estas pertenencias comunes para inocular en ella el virus de la totalidad y así completar con éxito el proceso de creación de la artificial identidad colectiva.

Las identidades colectivas no se hallan en el plano de los hechos, sino en el de la ideología y este aserto ocupa buena parte del pensamiento antropológico actual, lo que denominan «el paradigma identitario».

Son creaciones políticas de control social y de integración estatal (habría que señalar que si la característica fundamental de una colectividad fuese la identidad, implicaría que se está negando la diversidad interna de esa colectividad) tendentes a exacerbar los sentimientos de pertenencia a determinados grupos ideológicos, cuya característica común es la uniformidad en el pensamiento y la exclusión de los otros. De este modo, la identidad individual deviene colectiva y se convierte en doctrina política.

El movimiento identitario surge con fuerza en Francia, en la década de 1960, en el seno de movimientos estudiantiles de extrema derecha, a la sombra de la nouvelle droite. Siendo en su génesis racista y xenófobo, hoy ha maquillado su rostro abominable y ha diversificado sus objetivos: de la identidad de género, etnia o clase social, a las identidades nacionalistas excluyentes (la Europa de las 100 banderas).

Estos grupos de corte fascista han dulcificado su mensaje y éste ha sido comprado también por las falsas izquierdas de los regímenes de partidos estatales que, conociendo previamente los beneficios de la fragmentación social, han creado artificiosamente las más varias identidades colectivas —ideológicas, sociales o de pertenencia al  campanario del nacionalismo periférico— con el fin de ampliar su cuota en el reparto del poder y las prebendas que reciben del Estado, mediante el sistema electoral proporcional.

Las identidades colectivas han llegado a ser identidades asesinas, como nos sugiere Amin Maalouf. El identitarismo es etnocéntrico y particularista, y más estatalista que nacionalista. Al considerar su particularidad como totalidad elimina la condición de ciudadano —al que convierte en mero portador de un árbol genealógico— y disuelve la libertad política y el principio de representación en su idolatría de una mítica pureza racial o cultural.

Cuarenta y tres años sin Constitución

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 86 de «La lucha por el derecho», nos habla de los dos motivos que hacen que en España no haya Constitución.

El vino podrido

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El noble ideal de Montesquieu de que la moderación y la virtud rijan las pautas colectivas de vida sólo es posible con reglas del juego político sabias, es decir, democráticas. La libertad política es aquella que permite a los gobernados elegir y deponer a sus gobernantes. Es fácil caer en el error de considerar la libertad política como una consecuencia natural de las libertades civiles (como la libertad de expresión, de asociación, etc.) e identificarla con el derecho al voto. Nada más lejos de la realidad. La libertad política presupone la existencia de libertades civiles, pero no a la inversa: la existencia de libertades civiles no garantiza la libertad política. Para asegurar la existencia y permanencia de la libertad política en una verdadera democracia, los mecanismos necesarios deben estar incorporados a las reglas recogidas en la Constitución (separación de poderes y representación).

Si lo mejor de la sociedad, desde Sócrates, no va a la política, al menos la república constitucional preservaría en los hombres públicos una suerte de decencia y de decoro, de pundonor, que les llevaría a dimitir si rompieran el vínculo de confianza que les liga con el elector.

Pero fuera de esas instituciones, la degeneración de las pautas colectivas de vida política no tarda en hacer aparición. No falla. Donde no hay responsabilidad, no hay confianza. Y no hay vino bueno que resista a aguarse en odres podridos. El coqueteo con la amoralidad o con menos elegancia, el hábito de vivir en la mentira política que caracteriza a todo hombre público alimentado en las ubres de la Transición no hace discriminaciones.

Decepción tras decepción. Ahora tocó  el turno a juristas de reconocido prestigio (letrados de las Cortes Generales) que sin criterio jurídico serio vieron como el Supremo español corregía su dictamen de exoneración del diputado de Podemos. Importo más la sumisión servil que mantener con fundamento su opinión jurídica. Antes leguleyos que juristas de prestigio.

¿Dónde queda el jurista, la lucha por el derecho, el prestigio entre sus colegas? El vino bueno se echa a perder. Importa que conociendo ellos la lógica pervertidora de las costumbres de nuestra Transición, sabiendo que en Roma no se puede estar sin ser cómplice de la mentira, decidan vivir en Roma. El hombre digno sabe que nada tiene que hacer en el espacio público creado por la ficción-mentira de la Transición porque no sabe mentir. Y en él sólo sobrevive quien miente porque sin mentira no hay cabida en el juego de reparto.

Importa saber por qué personas que iniciaron tempranamente en la vida el camino del mérito intelectual a través del esfuerzo, que creyeron que la verdadera pasión de distinción se cimenta en la sólida y constante búsqueda de la sabiduría, inviertan sus prioridades y pongan el mérito y el prestigio profesional al servicio del dinero y de la fama rápida y no el prestigio jurídico al servicio de un mayor ideal.

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