No podemos reprimir la risa, según Bergson, cuando una persona nos causa la impresión de una cosa. Dondequiera que hallamos una semejanza completa, como en el Congreso, sospechamos que algo mecánico funciona detrás de la vida pseudoparlamentaria. Los diputados, obtenidos en el mismo molde, reproducen los mismos clichés. Pero a estos peleles ya nadie les da importancia alguna, sabiéndose cómo manejan los hilos los jefes de los partidos. Pues bien, el titiritero mayor ha ofrecido desde el Banco Azul un divertido espectáculo a propósito del enredo kosovar. Suele identificarse al buen orador por su fluencia de lenguaje, cuando hablar bien consiste en hacerlo precisa y juiciosamente o, sin ser premioso, meditando lo que se dice. Zapatero recita su papel como un pésimo actor, a golpe de consigna; antes de dudar o tantear, prefiere soltar cualquier vaciedad. Aunque nadie podrá superar la verborrea ininteligible de Felipe González, que lo une a Chiquito de la Calzada (véase entre las “Pasiones de servidumbre” de García-Trevijano, la “pasión de reír”) mucho más que a Cantinflas, con su incontinencia verbal. El “gag” hace que lo real sea fantástico; lo normal, inverosímil; y lo lógico absurdo; algo, en definitiva que no está lejos del nonsense que se halla al otro lado del espejo, o de esa capacidad infantil para adentrarse en el reino del caos y la confusión, que Lewis Carroll conocía perfectamente. El héroe cómico ignora las censuras: su anormal inocencia está más allá del bien o del mal. Desde el país de las maravillas, no se ven, y por tanto, tampoco se pueden reconocer, los errores que detectan los que observan la realidad. En pura lógica zapatérica, la sorpresiva retirada de tropas de un lugar en el que no debían estar, se ha hecho bien pero se ha entendido mal. Rodríguez Zapatero (foto: gorkataplines) Hablando de ensueños quiméricos, el método crítico-paranoico de Dalí estaba lleno de ellos. Fascinado con el hermano mudo de los Marx, le escribió un guión titulado “Jirafas montadas en una ensalada”. Groucho creía que semejante colaboración hubiera sido muy complicada: “Dalí no hablaba bien el inglés y Harpo tampoco”. Sin embargo, Zapatero, en la próxima Cumbre de la Alianza de Civilizaciones, dispondrá de un intérprete.
Separación de funciones
La separación de funciones no basta para que exista separación de poderes. A la autonomía funcional deben añadirse la institucional, organizativa y presupuestaria para que los poderes del estado sirvan como eficaz contrapeso unos de los otros. Esa autonomía absoluta del Poder Judicial aparejada necesariamente a la pluralidad representativa de su órgano de gobierno elegido por los distintos operadores jurídicos, lo dotaría automáticamente de capacidad para resolver cualquier conflicto interno que surgiese en su seno sobre la concreta atribución de funciones. Lo contrario, es decir, la mera separación funcional que instituye al Poder Judicial como mera dependencia ministerial, convierte al Ministro de Justicia en arbitrario croupier que reparte las cartas marcadas de las atribuciones competenciales en el mundo jurídico según la coyuntura política aconseja. El Ministro Caamaño, como concesión a los Jueces convocantes de la huelga del próximo 26 de Junio y como primera medida para conseguir neutralizar el paro, ha sacado de la Reforma de la Ley Procesal la retirada de la competencia a los Jueces sobre el señalamiento de juicios y actos judiciales, que dejaba así en manos de los Secretarios Judiciales la agenda judicial. La cuestión no es baladí, ya que afecta directamente al “tempo” de resolución y marcha de los asuntos, lo que en la lectura política significa ni más ni menos que determinar quién tiene la posibilidad de hacer coincidir actos procesales y fallos judiciales con actos de relevancia pública, como, por ejemplo, unas elecciones. La respuesta de los Secretarios Judiciales no se ha hecho esperar viendo la posición ministerial no sólo como un retroceso en unas nuevas expectativas competenciales más allá de su tradicional función de fedatarios públicos judiciales, sino como una auténtica bofetada de quien es su superior jerárquico. No debemos olvidar que los Secretarios Judiciales no son tan siquiera nominalmente pieza integrante del poder judicial, sino que dependen directamente del propio Ministerio mientras que los Jueces lo hacen del CGPJ. “Los secretarios no estamos dispuestos a que se nos imponga una jefatura superior de los jueces, eso sí que sería retroceder totalmente”, señaló Margarita Martínez, portavoz de Unión Progresista de Secretarios Judiciales. Mientras que la separación de poderes soluciona los particulares conflictos internos de la Justicia y los institucionales con el resto de Poderes del Estado, la división meramente funcional es fuente de conflicto y abono de corrupción y oportunismo político reduciendo a mera burocracia la función jurisdiccional.
Un día cualquiera
Parlamento europeo (foto: freshwater2006) El Parlamento europeo pide congelar los fondos para España por su terca pasividad ante el urbanismo salvaje. PP y PSOE se culpan mutuamente. Los cadáveres del Yak-42 llegaron sin documentación oficial. Sus entierros fueron ilegales. Socialistas y populares acuerdan, antes de constituirse el Parlamento Vasco, nombrar a Patxi López lehendakari y a un diputado del PP, presidente del legislativo. La fiscalía anticorrupción acredita regalos a Camps por 7.393 euros. Un asesor del Gobierno cobró 156 mil euros por el informe sobre el “Prestige” en que se basó la Juez para calificar de correcta la actuación de la autoridad. El Presidente de la Xunta pide la apertura de nuevas diligencias judiciales. La chapuza nacional: ¿qué caramelo ofrecerá el Gobierno español para que EEUU olvide su profunda decepción por la maleducada retirada de Kosovo. “España es un viejo imperio en muletas” (Fidel Castro). ETA atenta contra un empresario. Tres diputados de Aguirre señalados por varios delitos en el informe de la Fiscalía Anticorrupción. Un piso para el Alcalde de Majadahonda. El nuevo Presidente de la Audiencia Nacional declara que en el Tribunal Supremo se aburría. Por acuerdo de los portavoces del Parlamento, se aprobó en secreto, sin leerlo, el informe que permite a los diputados actividades extraparlamentarias remuneradas. PP y ERC firman una moción del Ayuntamiento de Cardedeu para que Cataluña sea un Estado dentro de la Unión Europea. Si las elecciones se pierden, se entiende que las faltas han sido purgadas, y si se ganan, perdonadas. La banca pide conocer el plan de ajuste que prepara el Gobierno. Comisiones Obreras pide cambios en el Gobierno para poder superar la crisis. España decae en tecnologías de la información, por detrás de Portugal, Eslovenia, Republica Checa y Chipre. Poder abortar y no poder votar. ¿Por qué hay tanta corrupción en España? La principal causa es el alto número de cargos de libre designación política en todas las instituciones, donde actúan de redes clientelares para que su partido gane las elecciones. El PSM impide el paso de inspectores a las obras ilegales de su sede en el Palacio de la Prensa. La policía desmantela un supermercado de la droga en Cañada Real. Getafe, capital de los contendores quemados. Aguirre reparte por segunda vez las televisiones locales a los mismos. Los anti-Bolonia colapsan Barcelona en su marcha contra los Mosssos. Estas son las noticias y opiniones del boletín de la “democracia” española (El País, 27-3-2009).
Polisemias y circularidades
A fuerza de aunar en un mismo concepto matices tan dispares en contextos tan diversos, la ‘democracia’ ha acabado por no significar ni más ni menos que lo que sus defensores quieran que signifique. Conspicuo representante de tal confusión es D. Gregorio Peces Barba, que en una oda difusa, inaprensible para la más cabal voluntad de entendimiento, publicada en EL PAÍS el 25 de marzo (“El valor de la política democrática”), atribuye a la democracia la “cultura laica que expresa el espíritu de la modernidad y que supone filosofías mundanas, idea de progreso, respeto al conocimiento racional, al saber y a la difusión de las luces humanas frente a la fe, pluralismo y tolerancia, rechazo del adoctrinamiento y de la servidumbre, defensa del disenso, valor de la conciencia (¿?), espíritu crítico, alejamiento de la violencia, defensa de la paz e impulso de la inteligencia creadora”. Ciertamente, es difícil saber si todas esas virtudes son causa, consecuencia de la democracia, o condición necesaria de la misma; no menos difícil que determinar el significado de vaguedades tales como “el espíritu de la modernidad”, como si tal concepto fuese unívoco, como si la modernidad no fuese, precisamente, la condición sine qua non, el suelo necesario sobre el que pudo perpetrarse un crimen como el exterminio judío: Hannah Arendt tiene páginas lúcidas al respecto. Y no menos misteriosa es una noción como “el valor de la conciencia”; difícil es igualmente saber el significado de “la defensa de la paz”, pues fuera de un contexto concreto en el que tal defensa se sustancie, el concepto en cuestión no es más que vacua retórica de homilía dominical. Pero, con tal magma de atributos que terminan por cristalizar en un concepto tan polisémico que su determinación semántica tiende a cero, Peces Barba ha conseguido, justamente, dejar a salvo el aspecto verdaderamente crucial de la espinosa cuestión a la que dedica sus reflexiones: nada nos dice de la naturaleza objetiva de las instituciones políticas, como si tal aspecto fuese irrelevante. Y debe de serlo para un discurso cuyo núcleo es una “ética pública” bajo la que el poder “sea visible”, porque “no hay democracia sin luz y taquígrafos”. ¿Y espera Peces Barba que la luz y los taquígrafos aparezcan por graciosa concesión de aquellos que, entregándose a las oscuras transacciones del consenso, han atropellado sin contemplaciones la más elemental exigencia de publicidad en las deliberaciones asamblearias? Este sistema les ha enseñado que los problemas políticos no se arreglan mediante la pública discusión, como antaño se creyó del parlamentarismo y del fundamento racionalista que se le atribuía, sino mediante el intercambio privado de prisioneros. Proponer soluciones cuya mera posibilidad pasa por la inexistencia del problema que pretenden solventar, es caer en la más estrepitosa circularidad.
Tradición de protesta
Barack Obama (foto: Barack Obama) La furia desatada en E.U.A. por las inyecciones de dinero público al gran capital financiero, que incluyen amenazas de muerte a los ejecutivos beneficiarios del American International Group (AIG), recuerdan que una ayuda económica selectiva y desproporcionada a ciertos sectores de la sociedad nunca será bien recibida por un país que ame mínimamente la libertad. Especialmente cuando los receptores de la ayuda han manifestado cierta ineptitud en sus empresas que, de acuerdo con la lógica del sistema competitivo de la economía que ellos apoyan en teoría, debería mandarles de vuelta al punto cero. La economía global es, no obstante, una red de gran fragilidad. No discuto, pues, hasta qué punto el Estado debe intervenir en las crisis económicas de sus respectivos países; tan sólo constato que el malestar popular creado por medidas gubernamentales que benefician a los que causaron la situación en primer lugar, sin pedirles cuentas, se remonta a una vitalidad democrática que aquí poseemos en menor medida justamente por carecer de una tradición democrática sólida. Aquí las denuncias apenas transcienden la anécdota. En E.U.A. las medidas adoptadas están empobreciendo la imagen de Obama a pasos agigantados, y ello se reflejará en las próximas elecciones. Aquí, nos guste o no, bailaremos al son de los dictámenes gubernamentales, y los cambios de gobierno son sólo cambios de fachada. La retórica cambia, pero las medidas serán iguales con uno u otro partido porque todos están encarcelados por una visión unívoca de cómo tratar al pueblo (y a la banca). En realidad, el gobierno no gobierna. Qué más quisiéramos nosotros poder acudir a una cita como la que presento a continuación, por uno de los padres fundadores del país americano: “Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo sobre la tierra que conquistaron sus padres”. Es de Thomas Jefferson, en 1802.
Defensa sainetesca
Los funcionarios de la OTAN, la Administración estadounidense y los altos cargos diplomáticos no salen de su asombro ante la espantada unilateral con la que ha amagado la ministra Chacón, sin mantenerles informados a través de los canales apropiados. En el “Corriere della Sera” recogen las declaraciones de un general italiano, molesto con la actitud española: “como mínimo son unos maleducados: retiran sus 632 militares de la zona occidental de Kosovo, donde operaban bajo nuestro mando, y ni siquiera han tenido la delicadeza de llamarnos por teléfono”. En la prensa de toda Europa aluden a este insólito desastre diplomático, negando la versión oficial de España acerca de la retirada de las tropas –no reconocer al nuevo Estado kosovar por consideraciones relacionadas con los separatistas vascos y catalanes- ya que ha pasado bastante tiempo desde la declaración de independencia. Por tanto, la prisa del Gobierno español ha sido interpretada como un gesto demagógico para desviar la atención de la acuciante crisis económica. Zapatero ha dado la consigna de cerrar filas y asumir colectivamente la concatenación de errores en Kosovo: “todo el Gobierno conocía la decisión” (hasta Moratinos ha dicho que lo sabía y, por supuesto, apoyaba). Ante el vergonzoso espectáculo que está dando el Gobierno, según Pío García Escudero -el portavoz del PP en el Senado-, el jefe del Ejecutivo, tras pedir a don Pío que “tengan pudor”, ha desempolvado la ilegalidad internacional de Aznar al enviar tropas a Irak. Por su parte, la responsable del desaguisado, Carme Chacón, tranquiliza a la opinión pública: “si ha habido un equívoco, ya se ha aclarado” e insiste en reprochar a la oposición formal que sólo le interese desgastar al Gobierno, “a costa de lo que sea”. En los ámbitos militares no creen que el prestigio internacional de España y su influencia en el exterior sufran merma alguna, puesto que antes de este despropósito, ya estaban convencidos en los despachos de Washington y de la OTAN de la dudosa fiabilidad o la falta de seriedad hispánicas. hechos significativos Frente a la fenomenal abstención que se presume, el Parlamento Europeo ha orquestado una campaña preventiva para las elecciones del 7 de junio, con eslóganes tan originales como este: “Si no votas, no te quejes”. El presidente de la CECA denuncia que el intervencionismo de Esperanza Aguirre en Caja Madrid es el más descarado que recuerda en sus 26 años de trabajo en el sector.
Ilusión del arte
Victoria de Samotracia (foto: TekhnePhile) Ilusión del arte Ninguna mentira iguala la ficción del poeta y ninguna realidad, la verdad de la poesía. La razón aparente de la obra artística está en su belleza emotiva o descriptiva, pero su justificación y propósito, en la verdad que expresa. Este modo potente y placentero de transmitir ideas verdaderas o emociones inefables tenía que ser cultivado, primera y primorosamente, en los jardines de la religión y del poder, puesto que éstos eran los pilares de la sociedad que mayor necesidad tenían de ser representados por ficciones. La estética del arte apareció inicialmente difuminada por los fenómenos místicos y políticos que la reclamaban. Solo lució al completo su esplendor cuando se rompieron las veladuras de la devoción y del afán de dominio que la promovieron, o sea, cuando la obra de arte dejó de ser útil a los dioses y a los hombres poderosos. Así se explica que las esculturas griegas no disminuyeran sino que acrecentaran su belleza, cuando las divinidades abandonaron los templos olímpicos y las estatuas humanas perdieron, al romperse, sus cabezas ciegas. El arte gana en emoción lo que pierde en vigor el sentimiento colectivo que lo justifica. La mística del cielo y la gloria de la ciudad enmarcaron la belleza artística con halos dorados, para adornar los oratorios y decorar los palacios. Pero la pátina del tiempo se ha tomado cumplida venganza. Lo que ella obscurece no es la belleza, que si cabe aumenta, sino los sentimientos de devoción o sumisión a que la estética artística obedecía. Cuando la fe se hace liturgia y el poder deviene anónimo, la belleza de lo que antaño era ornato y ostentación se torna exquisita o imponente, y se revuelve contra las sombras de sus antiguos amos, aún conservadas en su vieja pátina. La estética se hace entonces la ilusión de que por fin reina sobre la magnificencia de las dos ciudades y de que las abarca, cuando en realidad lo que domina es un cementerio de ideales, y lo que abraza son cadáveres. A la estética clásica le sucede como a la bella joven enviudada. Engrandece su belleza con la apariencia del nuevo misterio que le comunica la nostalgia reaccionaria de su servidumbre pasada.
Dinero por basura
El Presidente Obama ha sido hasta ahora un formidable restaurador de la ética pública y de la esperanza colectiva en los valores de la democracia. Resiste la comparación con Lincoln. Pero en materia de política económica carece de criterio firme y fundamentado. En este dominio parece inferior al pragmático Roosevelt. Situado en las antípodas morales de Bush, continúa no obstante la acción emprendida por éste para afrontar la crisis económica. Antes de ser Presidente, apoyó sin reservas la iniciativa del Secretario del Tesoro, Henry Paulson. Y ahora, mediante una gigantesca financiación con fondos públicos para sanear el sector crediticio, al no pretender el rescate estatal de la banca, sino la salida de activos dañados de los balances de las entidades financieras y aseguradoras, sigue por un atajo indirecto el mismo camino republicano de confiar la solución al mercado. En síntesis, la coincidencia del Plan Obama con el de Bush, consiste en la creencia de que los activos dañados, sobrevalorados en los balances de la banca con precios arbitrarios porque no hay mercado, valen más de lo que nadie está dispuesto a pagar por ellos. Y su diferencia estriba en que la administración Bush pretendía que el Gobierno comprase directamente esos activos-basura, mientras que el nuevo Secretario del Tesoro, Geithner, para evitar la condena por la opinión pública de que se ayude con dinero de los contribuyentes a los causantes de la crisis, confía la labor de basurero a un transitorio mercado de inversores privados que reciban en préstamo, casi gratis, los fondos estatales necesarios para comprar la basura. El plan Bush tropezaba con la dificultad, de hecho insuperable, de dar un valor objetivo a los activos-basura, que pudiera ser precio aceptable de la compraventa. El plan Obama, más ideológico y menos pragmático, entrega ese arbitraje a la “experiencia del mercado”, como ha dicho el primer asesor del Presidente. El anuncio del Plan Obama, que en el fondo es una operación especulativa de alto riesgo, ha despertado, como era de esperar, la ilusión de banqueros, agiotistas y especuladores. Las Bolsas subirán hasta que la realidad triunfe sobre las ilusiones. Pues esta “experiencia del mercado” está basada en un círculo vicioso o en una petición de principio: que el mercado inmobiliario se reanime con esta operación. Cosa improbable, pues la crisis del sector no proviene de la falta de inversores potenciales, sino de una aguda y profunda contracción de la demanda real de compradores de pisos y oficinas, en un mercado saturado de oferta. Lo probable es que este plan no funcione bien. florilegio "En la crisis económica, el hábito de especular toma por realidad la ilusión."
Otro instrumento inversor
Por si fuera poco lo ofertado la semana pasada con la potente expansión monetaria cuantitativa, el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, junto con la plana mayor de la política económica federal, el Secretario del Tesoro (Timothy Geithner), el presidente del Consejo Económico Nacional (Lawrence Summers), la jefa del Consejo de Asesores de Economía (Christina Romer) y el presidente de la Reserva Federal (Ben Bernanke), han presentado el Programa Público-Privado de Inversión (PPIP) con el que se pretende limpiar el sistema financiero de créditos irrecuperables con la ayuda de los inversores privados. Timothy Geithner Este PPIP prevé la compra de préstamos de dudoso cobro que desechen los bancos (valor= 100 unidades) por inversores privados, mediante subastas (adjudicado en 84). El adjudicatario pagará una parte (6), el Tesoro otra (6) y para el resto (72) la Corporación Federal de Seguro de Depósitos concederá un crédito. Si al vencimiento el activo vale 90, ambos ganan 3; si vale 50, uno pierde 6 y el otro 28. También prevé la compra de activos financieros basados en hipotecas mediante la creación de un Fondo de inversión de la siguiente forma: si ese fondo creado logra captar 100 unidades de ahorro privado, el Tesoro pone otras 100 y le puede conceder otras 200 de crédito. Las reglas del juego están definidas y ya hay jugadores que han manifestado sus ganas de participar: fondos de pensiones, fondos de inversión y algún fondo de alto riesgo. Los impulsores del plan saben que dichos instrumentos simulan un “banco malo” dedicado a adquirir “activos tóxicos” desechables por todos los inversores, que los inversores privados buscarán beneficios con poco riesgo, que puede socializar pérdidas y privatizar beneficios y que puede conllevar un alto precio para la economía nacional. A pesar de todas las críticas (Joseph E. Stiligitz, Paul Krugman, entre otros) y de todos los riesgos, lo van a poner en marcha con todos los honores. A grandes problemas, grandes soluciones, eso es audacia política.
Checks & Balances III
Que lo antedicho* no es una abstracción, sino una constatación que tiene fiel correlato en la práctica del parlamentarismo moderno, puede comprobarse con unos pocos ejemplos incontestables. El sistema de frenos y contrapesos, que Carl Schmitt describe con minuciosidad, solamente tiene lugar allí donde la separación entre los poderes ejecutivo y legislativo es efectiva; inversamente, la falta de experiencia al respecto es la prueba incuestionable de la falta de tal separación. Cuando se insiste en el peligro que representa la mayoría absoluta para el control del poder, se oculta la escabrosa verdad: el verdadero peligro viene dado por la previa inseparación de poderes, para la cual es irrelevante la existencia o inexistencia de mayoría absoluta. Parece olvidarse, a este respecto, lo acontecido en la última legislatura presidida por Felipe González, donde a pesar del gravísimo deterioro institucional provocado por el caso GAL, el caso Filesa o la comisión de delitos por parte del Director General de la Guardia Civil, el Partido Socialista, sin mayoría absoluta, mantuvo sin embargo el apoyo fiel del nacionalismo catalán. ¿Cómo esperar lo contrario de un grupo parlamentario devenido en socio de gobierno?, ¿cómo, si han vendido su derecho a controlar la acción de gobierno en todos los órdenes a cambio de su cuota de participación en el mismo, por exigua que ésta sea? Fue entonces cuando el nacionalismo catalán fue alabado por mentes menos ingenuas que maliciosas por su gran “sentido de Estado”, fórmula misteriosa de imposible precisión, pero siempre al servicio del poder establecido. Aquella legislatura, en virtud del “sentido de Estado” que hizo dimitir al Poder Legislativo de sus facultades de control sobre el Poder Ejecutivo –si es que tal dimisión no está ya in nuce en la propia naturaleza del parlamentarismo partidocrático- pudo ser caracterizada por Antonio García-Trevijano como “crisis de Estado sin crisis de Gobierno”: fórmula feliz en la cual se condensaba la situación de un gobierno emancipado de todo control político y en situación de sumir a las instituciones en un deterioro progresivo sin posibilidad de contrapesos internos al propio sistema. El grado en el cual las instituciones se ajustan al sistema de “checks and balances” ha de medirse no ya por el número de leyes que las cámaras aprueban sino precisamente por el número de proyectos de ley que son rechazados o devueltos para su revisión. No sería ocioso examinar detenidamente el proceso por el cual se aprobaron en Estados Unidos las medidas contra la crisis económica; compararlo con el modus operandi seguido en España, donde la discusión parlamentaria, a fuer de prevista, pactada y programada, fue completamente inútil, sería un ejercicio de conclusiones desoladoras. Los señores ya habían cocinado en sus despachos las medidas que no podían más que ser refrendadas por el personal de servicio parlamentario.

