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viernes 26 diciembre 2025
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Disidencia

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Disidencia

Disidencia es, según el significado que nos señala el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, «la acción y el efecto de disidir» y, sobre esta palabra, disidencia, nos dice, «separarse de la común doctrina, creencia o conducta». No hay que confundir, pues, el significado de este vocablo con el de disentir que, según el mismo manual, nos revela la enorme diferencia entre uno y otro: «No ajustarse al sentir o parecer de alguien». Y pone como ejemplo «disiento de tu opinión». Pero sin separarse un ápice de la creencia o doctrina común.

El Estado de partidos tiene como savia y alimento el disentimiento, la distinta opinión, necesaria para su continuidad. Podemos colegir, por tanto, que tal concepto no entra en colisión con el eslogan, millones de veces repetido, del «consenso que nos trajo la democracia», sino que es la forma de participación y sumisión al sistema bajo la pátina de la pluralidad, lo que, en regímenes sin libertad política, como es el caso de los países que integran la Unión Europea, da como resultado la subordinación de la nación al Estado mediante la manipulación y la confusión en los conceptos, haciendo pasar al uno por el otro. No es lo mismo disentir que disidir.

La subordinación de las masas al Estado no es algo que nos pueda sorprender a día de hoy, ya que el siglo XX nos queda aún muy cerca y fue el siglo de los totalitarismos y, con ellos, el siglo del exterminio sistemático y la limpieza étnica. Pero detengámonos un momento, porque hay palabras que a fuer de repetidas se banalizan, decayendo su significado. Así, volvamos al diccionario de la RAE, que define el totalitarismo de la siguiente manera: «Doctrina y regímenes políticos, desarrollados durante el siglo XX, en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial».

El siglo en el que tomaron forma las ideologías —falsas todas, por su pretensión de universalidad, y perversas, en tanto que su motor principal es el odio— dio como resultado el Estado Total. Sugerente pastel en la puerta de la escuela de la ambición de poder, nada más y nada menos que el de la conquista del Estado.

El triunfo del Estado Total se da en el Estado de partidos, la mutación ha sido un éxito. Son los poderes ejecutivos de estos Estados los que concentran todo el poder, todos los poderes del Estado. El método de integración consiste ahora en la identificación ideológica de los mal llamados electores con los diferentes partidos que, como en los totalitarismos, son partidos dentro del Estado y, la disensión con el ganador, como apariencia de democracia, como un palimpsesto de la representación y el control ciudadano del poder.

No nos ha de extrañar, por tanto, que surjan partidos como setas después de un buen chaparrón. El objetivo no es otro que la consecución de un trozo del codiciado pastel. Así, hemos visto nacer partidos que los tertuliantes del régimen califican como antisistema porque tienen apariencia de disidentes. Pero que en absoluto lo son.

Se trata de la gran paradoja política de la partidocracia, pedir el voto a un partido antisistema que es parte integrante del sistema y que, además, alienta a la participación masiva, para que dentro del sistema se realicen los cambios profundos que dicen querer realizar, pero siempre dentro del sistema. O lo que es lo mismo, lanzarse como glotones sobre el dulce néctar del reparto del botín del Estado.

El Estado de partidos es el régimen distópico que anula y constriñe al ciudadano con la aquiescencia de éste; el engaño perfecto, todo apariencia, metaverso. Para eso ha creado una nueva versión del Estado asistencial, el de los derechos otorgados y la redacción de leyes que no parten de la necesidad ciudadana ni de su iniciativa, sino que son palabras dirigidas al viento ideológico de la servidumbre voluntaria y que el propio Estado fomenta.

El Estado de partidos genera las corrientes de pensamiento necesarias para su sostenimiento y éstas suelen tener dos o más premisas enfrentadas para dotar de verosimilitud a la falsedad, no sólo de sus postulados, sino de sus agentes emisores.

La partidocracia engendra su propia disensión, una falsa desavenencia que se define a sí misma como el Estado contra el Estado. Pero proscribe la disidencia, porque el disidente no acude a votar.

El valor de la ruptura

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 163 de «La lucha por el derecho» desdramatiza el término ruptura.

Desmontado el Estado de partidos

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A partir de un artículo de opinión del diario El País, cuyo autor es un historiador llamado Guillermo Gordaliza, se va constatando que no hay representación política ni separación de poderes.

Incluye el florilegio de hoy una interesante discusión entre don Dalmacio y don Antonio sobre si el actual Estado de partidos es un régimen, o un sistema político.

Referencias de don Dalmacio a Augusto Comte y a Feyerabend.

Antonio García-Trevijano Forte y Dalmacio Negro Pavón, 3 de marzo del 2016.

https://www.ivoox.com/rlc-2016-03-02-pedro-sanchez-aquino-sostiene-contra-audios-mp3_rf_10643253_1.html

Música: Andante sinfonía nº94 de Haydn.

Grecia, el Sur de Europa y la UE

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Hoy publicamos el capítulo nº 49 del programa «Escenario internacional» , presentado y conducido por Marcelino Merino, donde Juanjo Charro habla sobre el sistema electoral en Grecia y los mecanismos e instituciones de la Unión Europea.

Ritos y obediencias

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Acto de apertura del año judicial 2022-2023
Acto de apertura del año judicial 2022/2023.

Los ritos institucionales y el protocolo encierran el significado de las obediencias. En el Reino Unido, por ejemplo, uno de los momentos más pintorescos de la apertura de la legislatura resulta cuando el emisario del Rey (Black Rod) se persona en la Cámara de los Comunes para llamarlos a que acudan a la de los Lores a escuchar el discurso regio. En ese momento recibe un portazo en la cara y debe llamar tres veces antes de ser abierto. Sólo una vez concedido el permiso de entrada en la asamblea, los miembros del Parlamento caminan en procesión a la Cámara de los Lores para escuchar el discurso de apertura del Rey en que desgrana las líneas maestras de la política del ejecutivo al dictado del Gobierno.

En España, uno de los actos más destacados del protocolo de la Justicia es la visita del fiscal general del Estado al Palacio de la Zarzuela para hacer entrega al monarca del primer ejemplar de la Memoria anual de la Fiscalía, que posteriormente es presentada públicamente en el acto de apertura de tribunales de cada nuevo año judicial, que constituye el acto central de su liturgia. En último lugar, el jefe de los fiscales visita la Moncloa para entregar otro ejemplar al presidente del Gobierno que le nombró.

Este documento, que resume las intervenciones de las diferentes fiscalías a lo largo del último año, se hace público sólo posteriormente tras la intervención del fiscal General del Estado en el acto de apertura de tribunales en presencia de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Constitucional, Consejo Fiscal y del propio Tribunal Supremo, y al que también acude el Rey, ataviado con toga y puñetas.

En el caso español el rito también encierra la rendición de cuentas y sumisión simbólica del Ministerio Público al ejecutivo inseparado que ordena su actuación y nombra a su cúpula bajo requisito de docilidad, antes incluso de explicar su actuación en el año cerrado a una farsa de poder judicial, con monarca togado y empuñetado como notario de excepción en ambos casos. En el ejemplo británico se trata de un acto de reafirmación del legislativo que se repite desde que Carlos I entrara en los Comunes en 1642 para intentar arrestar allí a cinco de sus miembros.

Elecciones en vacaciones

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En el capítulo nº 63 del programa «La partidocracia entre líneas» Fernando de las Heras y Juanjo Charro analizan las votaciones del 28 de mayo y las causas del adelanto electoral de las generales al 23J.

Un fantasma recorre Europa, un fantasma recorre España

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Fantasma

El fantasma del conservadurismo recorre España. Partidos conservadores —llamados de derechas y derechas radicales—, vienen tomando el poder, tanto en el ámbito municipal y regional como previsiblemente sea también en el reparto de la cuota de poder nacional a partir del 28J.

En un ciclo inacabable de «ahora tú, mañana yo, alternamos luego existimos», votación tras votación —y no elección, porque elegir, lo que se dice elegir, no elige nadie, salvo los jefes de los partidos—, se van renovando las instituciones nacionales, regionales y municipales.

El gobernado no es libre de elegir ni a su representante de distrito ni al jefe del ejecutivo, ni tampoco al alcalde ni al concejal de su barrio o distrito. El elector no puede elegir a su presidente del ejecutivo (a ése lo eligen los diputados de listas de partido que previamente han sido designados por él) y el elector tampoco puede elegir a su diputado de distrito. En España no existen diputados de distrito. Los diputados cumplen las órdenes de sus jefes de partido, por eso van en unas listas y casi nadie los conoce (excepto los jefes de partido). Sólo rinden cuentas ante los jefes del partido que los ha puesto ahí.

Nada de separación de poderes en origen, nada de representación política del elector. Y a todos estos se les llena la boca con palabras como Estado, nación, democracia, ciudadanía, participación ciudadana…

Todas las naciones europeas están privadas de la libertad política colectiva. En el Reino Unido sí eligen a diputados de distrito, y en Francia también —sin embargo, todo hay que decir, el mandato imperativo de los votantes del distrito está prohibido por la Constitución de la V República—. No obstante, tampoco en estos dos países hay separación de poderes en origen.

Lo que vivimos en Europa no es otra cosa que el vaivén recurrente de la socialdemocracia, de manera que no me equivocaría al decir que tanto la izquierda como la derecha están atravesadas por esa bien conjugada atmósfera liberal y socialdemócrata, que hace posible la alternancia de las oligarquías partidarias en el poder político. Mientras tanto, las masas se distraen y confunden y van prestando su adhesión, se adhieren y votan por afinidad ideológica, por identificación. Por simpatía y afinidad se integran en el Estado.

La lógica e histórica polarización entre esa izquierda social, más preocupada por la justicia social y la igualdad, frente a la derecha, más preocupada por la propiedad y la seguridad, se disipa o confunde en las manos de estas oligarquías estatales, y muy poco cambia de verdad cada vez que una sustituye a la otra. Este régimen de poder es cerrado e impide que sea el ciudadano quien los controle cuando mienten, se corrompen e incumplen lo prometido.

Bajo este régimen es imposible elegir y, lo que es peor todavía, es imposible controlar y deponer a quienes ostentan un cargo público. Los españoles tenemos todos los derechos imaginables, menos el principal, el de elegir a quién nos ha de gobernar y a quién nos ha de representar.

Y, de esta manera, y desde el año 1977, un fantasma recorre España, el fantasma de la partidocracia.

De democracia nada. Que lo llamen partidocracia u oligarquía, pero democracia no es. Que digan que esto les gusta, que así, ellos, están mejor que de otra forma, pero que no mientan. Sin representación y sin separación de poderes en origen no hay democracia. Estas dos condiciones son ineludibles para que un sistema político pueda ser llamado democracia, democracia formal, democracia como forma de gobierno. Otra cosa es la democracia material, o democracia social, que lucha por la utópica justicia social, y que se rige por el principio de igualdad.

Vivimos en un régimen partidocrático que ha retirado el mandato imperativo al elector para dárselo a los jefes de esos partidos estatales. Y, aunque en la carta otorgada del 78 se dice expresamente que está prohibido el mandato imperativo, lo cierto es que todas las leyes en España se han aprobado y se aprueban por el mandato imperativo del jefe del partido a sus respectivos diputados de listas. Y aquí encontraremos la explicación al desamparo que han sufrido y sufren, por ejemplo —y este es un solo ejemplo de los miles que hay—, los afectados por la línea de alta tensión de Adif en el Valle del Guadalentín (Totana). De los 10 diputados regionales de Murcia en las Cortes Generales ni uno solo de ellos se ha interesado por estos vecinos y por el atropello que sufren de parte de esta empresa estatal durante toda la legislatura. Como fantasmas, están desaparecidos.

Entrevista de Pablo Rottas a Daniel Vázquez Barrón

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El 31 de mayo de 2023, a las 19:30, el uruguayo Pablo Rottas entrevistó a Daniel Vázquez Barrón, quien explicó, entre otras cuestiones, qué es la democracia formal:

Partidocracia y Justicia

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 162 de «La lucha por el derecho» nos habla de la consecuencia de tener a un Gobierno legislando y a una Justicia dependiente del poder político.

Se ha analizado la siguiente noticia: https://confilegal.com/20230529-los-laj-no-se-fian-del-ministerio-y-piden-una-reunion-urgente-para-garantizar-la-subida-pactada-de-450-euros/

¿Qué une más, la monarquía o la república presidencialista?

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Cristo Redentor

Por qué la república no es de izquierdas ni de derechas

El día 22 de mayo, las luces del Cristo Redentor (Río de Janeiro) fueron apagadas durante una hora como muestra de solidaridad con el futbolista brasileño Vinicius. La unidad y el patriotismo que los brasileños demostraron en contra del supuesto racismo español evidencian, al igual que en los casos estadounidense o francés, que la hipotética ventaja de la monarquía frente a la república —consistente en ser una institución que une al país y garantiza su estabilidad y permanencia— no es más que una falsa y manida cacofonía, repetida por los defensores de esta institución medieval o propia de una novela caballeresca.

Unidad, patriotismo y república: esas cosas tienen en común los norteamericanos, los franceses y los brasileños. Paralelamente, en España —país sumido en una crisis social, política e identitaria sin precedentes, con nacionalismos y regionalismos creciendo como setas en un otoño lluvioso, y con terroristas y secesionistas en las instituciones—, padecemos una clase política acomplejada, sumida en una epidemia de histeria colectiva. Es esa misma clase dirigente la primera en subsumir un problema particular (el de cuatro fanáticos que insultan al jugador del equipo rival) en un problema total, totalitario, que debe afectar a todas las esferas de la vida política y social, aduciendo, a cambio de rédito electoral, que España es un país racista. Y así, en ausencia de verdadera política, se pretende que esa ficción moral rija nuestra actualidad.

La pseudoconstitución española reza que el rey es el símbolo de la unidad y permanencia, ¿pero de qué?, ¿de la nación? Pues no, de ningún modo. Si leemos detalladamente el artículo 56.1, veremos que el rey es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado; garantiza la estabilidad del Estado, de sus privilegios y de los de la clase política, pero en ningún caso la de la nación española.

El ejemplo brasileño, en contraposición a la situación en España, pulveriza todo eslogan mendaz según el cual una monarquía pudiera conducir al patriotismo o a una supuesta unidad de los españoles. El sentimiento monárquico y, por ende, el Estado monárquico son pasionales, no son racionales. Las mentiras emotivas acuden directamente a las emociones: son teoría sentimental. En cambio, el principio de isonomía republicano es teoría presentimental: se sustenta en el cálculo de la utilidad y en la igualdad ante la ley, que, al contrario que el elitismo social, conducen a la unidad, y nada uniría más que un presidente de la república elegido por mayoría absoluta de todos los españoles. La identificación de la monarquía juancarlista con el patriotismo o la unidad es pura confusión doctrinal, fruto de la propaganda sistémica, aprendida en el seno de la socialización y mantenida, por desgracia, de manera notablemente estable en el tiempo. Esta confusión mental se une a la ruina moral y a la bajeza intelectual, que en ocasiones llegan al puro sectarismo de la pasión colectiva de los gobernados, dividiéndolos en luchas instintivas de carácter sagrado (divide et impera).

George Orwell nos lo explicaba en la novela 1984, publicada en 1949: «La ignorancia es la fuerza del sistema». La inconsciencia es la ortodoxia del régimen monárquico del 78: la irracionalidad elevada a virtud. Desvirtud de no entender que la forma de Estado republicana no es un dogma ideológico ni un sentimiento de masas. La palabra república hace referencia a «lo político» (el campo de la concreción política que figura en los textos anglosajones como Polity). La república, por lo tanto, no puede ser de izquierdas ni de derechas: es aideológica, anterior al fundamento de gobierno, o para que se entienda mejor: anterior al contenido mismo de la acción de gobierno. La república no conoce de jugadas ni de ideologías; se limita a definir las reglas constitutivas del juego político (Polity). 

En conclusión, el significado de la palabra república (res publica) no denota sentimientos subjetivos e indefinibles como izquierda o derecha. La deformación del lenguaje para que el significante república connote adhesión ideológica a la izquierda mantiene en los gobernados prejuicios útiles para los gobernantes. Es un protervo instrumento de tiranía, pues nada tiene que ver la república constitucional con la Segunda República.

La república es, pues, como expresó don Antonio García-Trevijano, «la garantía institucional de la democracia». Democracia formal como reglas del juego político, desprovista de ideología y con instituciones inteligentes que limitan el abuso de poder.

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