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martes 30 diciembre 2025
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Del bien menor al mal mayor

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Hoy, en el trigésimo primer capítulo de «La cátedra de Dalmacio», presentado y conducido por Enrique Baeza, Dalmacio Negro Pavón (catedrático de Ciencias Políticas y autor de numerosos artículos y libros) disertará sobre la esclavitud y los nuevos tipos o formas esclavitud que vivimos hoy en día. También se referirá a la actualidad en Cuba y Francia. Algunas referencias en el planteamiento del programa están basadas en reflexiones del analista Alfonso Longo (https://youtu.be/fLk3qypE8dY).

Referencias a:

Friedrich Nietzsche

José Ortega y Gasset

Alfonso Longo

Étienne de La Boétie

Instituto Tavistock

Fundaciones filantrópicas

La voluntad de poder

La servidumbre voluntaria

Breve diccionario:

Inclusivo=Obligatorio

Sostenible=Rentable

Resiliente=Eugenésico

Digital=Fiscalización

Verde=Elitista

Cuidado=Control

Estado del bienestar=Dependencia del Estado

Mundo unido=Gobierno único

El 18 de julio, proyección y charla en Murcia

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El domingo, 18 de julio, a las 11:00, en el Centro Magalia de Alcantarilla (Murcia), se realizará la proyección de una intervención de Antonio García-Trevijano y después el repúblico y abogado Álvaro Bañón dará una charla. El acto, bajo el título «¿Hay democracia en España?», terminará con una tanda de preguntas. La entrada será gratuita.

El movimiento de protestas en Colombia, echado a perder por la dirigencia socialdemócrata

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Los valientes colombianos que salieron a las calles para protestar por la acción abusiva de un Gobierno que intentaba gravarlos con más y más altos impuestos, cuando ese mismo Gobierno ya los había conducido a la ruina económica, por obligarlos a cerrar sus negocios y actividades, para controlar los efectos de la pandemia, fueron traicionados por una autodelegación de líderes del paro cívico.

Mientras que los que protestaban de buena fe llenaban las calles de las ciudades, haciendo oír sus voces de rechazo a las malas medidas del Gobierno, los supuestos líderes del paro ponían en riesgo la integridad personal de los primeros al organizar, fomentar y agitar la violencia y el vandalismo.

Peor aún, ante las quejas de los manifestantes por los abusos de la policía, enviada por el Gobierno a contener el vandalismo, los dirigentes del paro, en lugar de averiguar la clase de abusos a que se referían, declaraban a los medios de comunicación —principalmente a los extranjeros— que se trataba de la misma brutalidad policial que se da en algunos otros países; es decir, de aquella que dispara, hiere y mata a vecinos pacíficos y desarmados. Pero dado que esta brutalidad no existe ni en Colombia ni en donde supuestamente es corriente —o sea en los Estados Unidos— el problema real al que esos colombianos se referían quedó sin resolver, al no ser siquiera mencionado.

Así, las acciones de los manifestantes fueron dilapidadas por los dirigentes del paro. Cuando los primeros tumbaron la reforma tributaria, a los segundos ni siquiera se les ocurrió exigirle al Gobierno que se abstuviese de intentar cualquiera otra reforma de subida de impuestos. Por el contrario, se les ocurrió demandar del Gobierno asistencia social para mitigar la pobreza, subsidiar la educación y mejorar el sistema de salud. Con estas demandas ya no es suficiente lo que se esperaba recaudar en impuestos mediante la reforma tributaria caída, sino que es necesario el cuádruple de dinero.

Como implícitamente el Gobierno y la dirigencia del paro están de acuerdo en que se trata de un problema de inversión social, el primero ya viene adelantando otra reforma tributaria en cuya elaboración tendrán participación todos los partidos políticos, incluidos los de oposición, y también los dirigentes del paro. Así, la subida de impuestos no murió, sino que se multiplicará, por consenso, ¡como si esto hubiese sido lo que pedían los valientes que salieron a protestar!

Pero la pérdida de los colombianos no se detiene en el tema de los impuestos, pues sobre la acción policial, el Gobierno —con pompa— ya publicó un proyecto de reforma, según el cual se cambia el color de los uniformes de los agentes de policía y se les exige a estos que tengan maneras más cordiales al relacionarse con la población. Pero los actos de la policía que coartan las libertades ciudadanas —por órdenes del Gobierno—, a los cuales inconscientemente se referían quienes protestaban, seguirán siendo ejecutados indefectiblemente.

Desde el momento en que la dirigencia del paro demandó inversión social sus metas quedaron limitadas a la obtención y reparto de dinero. Desde entonces quedaron por fuera las justas aspiraciones de numerosos manifestantes que necesitaban libertad y condiciones estimulantes para emprender de nuevo las actividades con que se ganaban la vida. La dirigencia no comprendió que la asistencia social no alcanza para proveer los medios de vida de los colombianos, y que tan solo la libertad puede proporcionárselos.

Que el Gobierno nacional fuera incapaz de comprender que no debería haber obligado a los colombianos a cerrar sus actividades y confinarse en casa durante la pandemia es normal, porque la clase política que la conforma imita, no piensa soluciones. Pero una dirigencia que se oponía a las medidas del Gobierno debería haber averiguado el error o falla de ellas y el acierto de aquellas con las que deberían haber sido substituidas.

El sentido común nos indica que lo que conviene a un país con tecnología de vanguardia no siempre conviene a un país rezagado. En Estados Unidos las medidas restrictivas a los pequeños negocios, aunque arruinaron a muchos individuos de la clase media, fortalecieron las arcas de los estados y a la gran empresa. Hoy, como nunca antes, los presupuestos de los estados de la Unión tienen superávit, hasta el punto de que ya se proyectan inversiones que serían excentricidades si no fuera porque si no se realizaran no habría ninguna otra cosa en qué gastar los fondos sobrantes.

En contraste, en Colombia, las duras restricciones que el Gobierno implementó durante la pandemia arruinaron a la clase media, y dejaron a los pobres sin tener qué comer; pero las arcas del Estado también quedaron vacías. Situación ésta que era previsible. En primer lugar, en este país, donde casi la mitad de los habitantes practica la economía informal —aquella que siendo lícita no se acomoda a los formalismos de la ley—, el día en que estas personas no pueden trabajar tampoco pueden comer. En segundo lugar, por no haber en Colombia empresas de vanguardia tecnológica no hubo quien tributara al Estado, cuando los pobres al no tener con qué comprar bienes de consumo no pudieron pagar impuesto alguno a las ventas —o a las compras o alcabala—.

Por lo tanto, una dirigencia sensata del paro habría fácilmente determinado que en Colombia urgía que el Gobierno terminara de inmediato las últimas medidas restrictivas de las libertades de la población, como abatimiento de la causa del malestar proletario. Sin esta terminación —y la garantía de que el Gobierno no implementaría medidas restrictivas sin antes considerar la situación particular del pueblo en situaciones como la de la pandemia— la exigencia de medidas de inversión social es condenar a la comunidad a la agonía, mientras recibe subsidios y paga alcabalas más que abrumadoras.

Las exigencias de los que dirigen el paro están conduciendo a que el Gobierno y el Congreso impongan, en cuestión de semanas, más impuestos. Esto es lo contrario de lo que los manifestantes buscaban con sus protestas. Pero la traición de la dirigencia del paro al pueblo colombiano no se detuvo ahí, pues también echó a perder la lucha que este dio en las calles para arrancarle al Estado la garantía de no molestar a los habitantes de Colombia sin justa causa para hacerlo.

Efectivamente, los manifestantes dieron la batalla en las calles para conquistar la garantía del respeto a la privacidad de toda persona en su cuerpo, en contra de las intromisiones del Estado o del Gobierno, por medio de los agentes de la fuerza pública. Incapaces de interpretar el meollo de la protesta contra los abusos policiales, los dirigentes del paro no vieron el problema que desde hace muchas décadas la población colombiana viene sufriendo por la acción de la policía, que la registra —como asunto de rutina de búsqueda de control del delito— corporalmente y la requiere a identificarse so pena de ser colocada bajo custodia.

Esas medidas rutinarias de la fuerza policiva, autorizadas por el Código de Seguridad y Convivencia Ciudadana, son violatorias de la dignidad humana y de la libertad, además de ser inútiles. Sin embargo, la dirigencia del paro, por su incapacidad de interpretar el malestar ciudadano contra la fuerza policial, creyó que se protestaba contra eso que se vocifera en los medios de comunicación masiva, pero que no existe en la realidad, salvo en casos excepcionales y que hasta el más inconsciente de los agentes del Estado rechaza y condena.

Esa dirigencia tampoco atinó en interpretar la otra causa de insatisfacción de los manifestantes contra la policía, que era la de haber tenido que soportar la vejación de ser obligados por la fuerza física del Estado a cumplir las restricciones a la libertad de movilización, que el Gobierno había ordenado, para aminorar los efectos de la pandemia. El sentido común indica que esa clase de restricciones no podían ser ejecutadas por la fuerza.

En síntesis, la dirigencia del paro malogró una digna lucha de un grupo de colombianos valientes, para la conquista de valiosos derechos, que de haber tenido éxito, su resultado habría estado destinado a regir durante siglos las relaciones entre el pueblo colombiano y el Estado. Infortunadamente, la dirigencia del paro no es mejor que el Gobierno ni que la clase política que la conforma. Todos ellos están convencidos de que todo se soluciona con inversión social, es decir, con dinero. Unos y otros son socialdemócratas, y nada más.

Nefelibatas

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Emil Cioran (1911-1995).

Decía Emil Cioran que «cuando el problema de la felicidad suplanta al del conocimiento, la filosofía abandona su dominio natural, para… ¡interesarse por el hombre!». También, y en referencia a Pablo de Tarso, afirmaba que «consiguió maltratar las conciencias para convertirlas en corazones».

En la monarquía de partidos bien podemos proclamarnos deudores de estas consideraciones para explicar sus indeseables efectos. La política es guerra incruenta, contraposición de intereses y continuo conflicto. Pero el consenso entre los partidos del Estado ha ocupado el lugar de la confrontación, destruyendo toda posibilidad de acción política al tiempo que progresivamente va engullendo a la nación, que, emasculada por el timo de la estampita de la papeleta electoral, acepta el engaño con resignada mansedumbre. Esta antipolítica ha dado a luz, mediante la superfetación de una falsa izquierda (ignorante y reaccionaria) y la de un nacionalismo paleto e igualmente reaccionario, a una nueva categoría social: los nefelibatas.

El nefelibata es bueno, orgulloso de su ignorancia y tendente al nihilismo. A pesar de declararse ateo, ha cambiado la fe en la idea de un dios romántico y la esperanza de trascendencia por la fe en una élite corrompida y ambiciosa, y la esperanza por la obediencia y la sumisión al Estado. Acostumbrado a sentir y no a pensar, repite con la convicción de un papagayo el mensaje que le llega desde el Estado, quien le habla del triunfo del hombre nuevo: él. No sabe, le aburre y tortura el conocimiento. Construye su propio presidio con los adobes caídos de una ideología imposible para un régimen sin libertad política en el que los soberanos a quienes sirve hace tiempo que la cambiaron por el lucro personal y el ansia de poder. Su analfabetismo político y su docilidad lo convierten en un auténtico creyente, un fundamentalista de la religión de Estado. Cree —porque lo siente— que la democracia es cualquier cosa que le digan sus nuevos dioses. Considera las regalías en forma de absurdos derechos otorgados, como «conquistas sociales», sin percatarse lo más mínimo de que estos «derechos» son las cuerdas que manejan al títere, a él. Su desconocimiento de la historia lo convierte en reaccionario pues proclama el absurdo de una España federal, sin tener las mínimas nociones de lo que fue la I República española, que no llegó a serlo porque ni siquiera llegó a redactarse una Constitución.

No existe hoy mayor enemigo de la libertad política y de la democracia que el nefelibata. Es incapaz siquiera de intuir que la democracia es desconfianza, control al Gobierno por parte de los ciudadanos y no al contrario; que la separación de los poderes del Estado es el fundamento de toda Constitución que por tal se tenga. Está inhabilitado para comprender el significado de la representación política porque también «siente» que su partido lo representa. Su conciencia y entendimiento se han convertido en corazón.

Relevo en el control de la Justicia

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», nos habla, en el capítulo nº 66 de «La lucha por el derecho», del reciente cambio de titular del ministro de Justicia y del Consejo de Justicia de una república constitucional.

Felipe en la Junta Democrática

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La historia de cómo Felipe González traicionó los principios de la libertad constituyente tras la toma de poder en el PSOE.

Antonio García-Trevijano Forte, 6 de diciembre del 2014.

Fuente RLC:
https://www.ivoox.com/rlc-2014-12-06-espana-sin-constitucion-la-contra-constitucion-78-audios-mp3_rf_3825620_1.html

Música: Badinerie BWV1067 J.S.Bach

Razón de Estado vs. utilidad pública

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Carlos Dívar, expresidente del CGPJ y del Tribunal Supremo.

La invocación de la utilidad pública como fundamento de los indultos a los sediciosos catalanes ha sido objeto de numerosas críticas. Generalmente se afea que tal utilidad no sea pública sino del partido que coyunturalmente ocupa el poder para permanecer en él.

Se trata de un análisis superficial, pues la manifestación de un interés político siempre es algo público por su propia naturaleza. Es la misma clase de error en que incurren quienes confunden la función social de la propiedad con la subordinación de esta a determinados intereses de grupo o clase.

Los indultos son de utilidad pública, es cierto, pues lo son para el Gobierno y para el colectivo que pretende beneficiar con su decisión. Tan cierto como que lo sucedido es mucho más grave pues en realidad cuando se dice utilidad pública se está queriendo decir razón de Estado; esa monstruosidad de lo político.

La estabilidad de gobierno tras el reparto del poder político, encumbrado como bien supremo, dio sentido al pacto pseudoconstitucional de 1978 sacrificando la libertad política y convirtiéndose en la fundamental razón de Estado de la fundación de esta partitocracia. La irrepresentación y la corrupción conceptual de la nación, subjetivizando su significado como hecho dependiente de la voluntad, tuvieron reflejo práctico en la organización territorial de las autonomías como natural consecuencia de ese consenso.

El sometimiento voluntario de la Justicia al poder político, asumiendo el rol de simple ejecutor de sus decisiones y renunciando a ser jurisdicción, constituyó la siguiente razón de Estado. Cuando aun así los hechos consumados en forma de sentencia contravienen esa razón de Estado se acude al indulto. Eso es lo que ha ocurrido. Dar vueltas al concepto de utilidad pública es simplemente miopía en el análisis.

Corría mayo de 1989 cuando el entonces presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Excmo. Sr. D. Carlos Dívar, señalara en su discurso con motivo de la renovación en la presidencia de la Audiencia Nacional que dicho órgano «debe regirse por algo tan fundamental como es la razón de Estado, porque el verdadero Estado es el justo y el de derecho».

Ante tales palabras es revolucionario pretender que simplemente sea la ley la que guíe las actuaciones de los órganos jurisdiccionales. La dignidad judicial desaparece a la misma velocidad en que se acepta el papel ejecutor de esa infame razón de Estado a la que se deja la función arbitral de determinar lo justo en una concentración de poderes incompatible con una democracia. La vacuidad del concepto de Estado de derecho se convierte en adorno dialéctico, edulcorante de tan manifiesta expresión de pleitesía.

Por si quedara alguna duda, en aquel discurso el presidente del CGPJ, que lo era también del Tribunal Supremo, se dirigió a los diputados del Congreso presentes en el acto, pertenecientes a la Comisión de Justicia, a los que expresó su deseo de que en el futuro pudieran incorporarse a los grupos de trabajo integrados por los vocales del órgano de gobierno de los jueces, el Ministerio de Justicia y las Comunidades Autónomas con competencia en materia de Justicia «en aras a una mayor colaboración, con el fin de alcanzar un acuerdo social por la Justicia». Dicho deseo es hoy una realidad en forma de subcomisiones técnicas de las distintas administraciones.

El círculo de la inseparación se cierra con el broche del consenso y la invocación una vez más de «lo social», postrera razón de Estado y excusa última para ofrecer los servicios de una Justicia sólo separada nominalmente del poder político. Es la praxis del Estado social, antidemocrático y de derecho que se traza en el artículo 1 del texto llamado constitucional.

Sujeto indeterminado

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Martin Niemöller (1892-1984).
Primero vinieron por los socialistas,
y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas
y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos,
y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí.

Este poema mal atribuido al dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht, que se encuentra grabado en el Museo Memorial del Holocausto, en Estados Unidos, tiene como autor al pastor luterano Martin Niemöller, contemporáneo y compatriota de Brecht.

Con estas letras dignas del Parnaso nos alertaba Niemöller sobre los peligros de la indiferencia. Él no sufría de este mal, por lo que fue arrestado en 1937 y confinado en los campos de concentración de Schsenhausen y Dachau, hasta que fue liberado por las tropas aliadas en 1945.

Ahora no nos acecha la sombra de un Holocausto, aunque sí otras, más sutiles y menos peligrosas al menos en apariencia. Pero sigue habiendo cobardes. Ignavos, las almas que en vida no hicieron ni el bien ni el mal, por su elección de cobardía, que eran castigadas por tal motivo  en el Antiinfierno de Dante.

En cierta ocasión, hace ya tiempo, volviendo de la facultad una tarde, me intentaron atracar en plena Gran Vía madrileña. Citando a un célebre boxeador, «todo el mundo tiene un plan hasta que recibe un puñetazo en la cara». El puñetazo metafórico que recibió mi atracador fue encontrarse con que la chica de 1,60 metros, en cuya mochila hurgaba, se encaraba con él, increpándole de puntillas. Afortunadamente, se marchó antes de darse cuenta de que me sacaba sus buenos 20 centímetros y medio cuerpo, dejándome en medio de la calle con la adrenalina pulsante en los oídos y las piernas temblorosas. Al mirar alrededor, los espectadores cerraban filas en torno a mí. Habían observado la escena como si de una performance callejera se tratase. Y nadie hizo nada. Y si me hubieran atacado, nadie habría hecho nada.

Es lo que suele pasar, y parece que estamos acostumbrados. Parece que las cosas no nos ocurren a nosotros, sino cerca de nosotros. ¿Hay que dar la cara por algo, asumir responsabilidades? Que lo haga otro. ¿Y ese otro quién es? Pues bien, se trata de una entelequia a la que yo denomino «sujeto indeterminado». Formado por todos y por nadie, el sujeto indeterminado es ante quien se escuda el aburrido y desengañado burócrata de turno con el que nos topamos cada vez que tenemos que realizar alguna gestión kafkiana, quien ante la falta de algún dato, fotocopia o duda, se encoge de hombros muy digno e indiferente porque no es su problema. Y no, no puede ayudarnos ni sabe a quién hemos de dirigirnos.

Vivimos muchas situaciones individuales en las cuales o somos víctimas del sujeto indeterminado o nos escudamos en él para no tomar partido, para no dar un paso al frente y así poder seguir cómodos y calentitos en medio de nuestra desidia.

Y a nivel colectivo todavía es más grave. Mientras que el individuo per se pueda ser inteligente, la inteligencia de la muchedumbre es igual a la raíz cuadrada de los miembros que la componen. A nivel institucional la cosa se complica porque tenemos por un lado al sujeto indeterminado en el poder y por el otro a una pluralidad de personas que de forma individual son racionales y tienen criterio, pero que como masa son dúctiles y maleables. Y rematadamente idiotas.

Si a la hora de  pedir responsabilidades o exigir derechos el sujeto indeterminado se enfrenta a una caterva de indolentes ignorantes, es normal que las responsabilidades sean eludidas y los derechos pisoteados.

Incluso los altos cargos de la Administración del Estado están sometidos, no sólo al mandato imperativo de su partido, sino a la sempiterna sombra del sujeto indeterminado, del cual las caras visibles de dicho partido son tan solo la fachada. A un ministro, junto a su cartera, despacho, coche oficial, sueldazo y prebendas varias, le entregan una serie de obligaciones contraídas por su predecesor o incluso por los anteriores a las que tiene que dar salida: promesas, contratas, proyectos de ley…

Como dijo Burke, lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada. Votemos a personas, con nombre y apellidos. Con potestad para responsabilizarse de sus actos. Votemos como singularidades y no en proporción. Seamos gramos y no milésimas partes de una tonelada. Debemos dejar de ser masa aborregada, ser valientes y defender con la cabeza bien alta nuestro criterio, nuestra lucha, nuestra verdad. Exijamos que asuman sus errores y que afronten las consecuencias.

Freud «mató al padre». Los modernistas querían torcer el cuello al cisne de engañoso plumaje. Yo propongo defenestrar al sujeto indeterminado.

Razón de Estado vs. utilidad pública

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 65 de «La lucha por el derecho», realiza una crítica en relación al tema de los indultos y de su utilidad pública, que obedece a la razón de Estado.

Democracia: mayorías, no pactos

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Hoy publicamos el decimosexto capítulo del programa «Coloquio y análisis político» realizamos una lectura crítica de la prensa en torno a los nuevos pactos entre Pedro Sánchez y Esquerra Republicana de Cataluña. En este decimosexto capítulo del programa han participado Fernando de las Heras, Juanjo Charro y Pedro Manuel González.

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