Venecia (fotografía: Mª Ángeles Martínez) Amor y detrito No es fácil saber cuánta amistad ha impedido La Transición, pero debe de ser más o menos un desierto entero. De entre los que atesoran las relaciones personales, este es el sentimiento más volcado hacia lo público y, para su desgracia, cultiva precisamente los aspectos menos apreciados de ese ámbito hoy en día: lealtad, espontaneidad, entrega, alegría de vivir (no de disfrutar o entretenerse), equilibrio, dignidad, riesgo real, sacrificio. En definitiva, muy diferente al amor, cuya experiencia, precisamente por su carácter más conservador e intimista, podría parecer fortalecida en este trance histórico. Ni hablar. Es cierto, el amor no sabe de libertad; pero quien ama sí puede sentir su necesidad. Cuando ésta es arrojada a un lado, aquél se torna envidiablemente fermentativo. Tiene que acceder a cotas ardorosas de intensidad para compensar la bastardía de su nacimiento. Los amantes esclavos recorren el pequeño universo que les ha sido concedido persiguiéndose y discutiendo sin cesar, entregándose con brutalidad o ternura inigualables a la sensualidad que desprenden la cercanía y la confianza; obligados a reconocerse una y otra vez en los espejos que tienen que ser todos los paisajes, aunque sea difícil encontrar en ellos algo más que figuras sueltas, algo que no sea persistencia de uno mismo. Tanta humedad oscura nos lleva al detrito que recorre los canales de Venecia. Los puentes más románticos del mundo salvan colectores que empujan todas las citas secretas de Europa hasta el mar. En el limo de estas arterias de sentimiento, entre obras de arte perdidas, seguros de viaje y millones de profilácticos y juguetitos sexuales, se descompone el amor que surgió de la guerra mundial y la pasión de quienes han decidido no ser libres pensando que tal cosa no afectará a la veracidad en lo más íntimo de sus vidas. Es posible que conocer cuánto amor por minuto pierde un continente, exija la presencia de algún especialista… quizá uno en moho.
Aumentar el gasto
En todos los asuntos de trascendencia, o simplemente importantes, lo único que cuenta, poniendo fin a los escarceos opinativos de los dirigentes de los aparatos de partidos, es la opinión del que manda. El PNV se pliega en bloque al Plan Ibarreche, pese a la discrepancia previa del sector que interpretaba su Presidente, Urkullu. El PP acepta sin rechistar lo que tiene decidido Rajoy, in pectore, para la renovación del partido, pese a las voces que pedían su democratización. Los llamados barones del PSOE, que se oponían inicialmente a la federación fiscal propuesta por su colega Montilla, la han aceptado tan pronto como han conocido el deseo de Zapatero de que no sea fórmula bilateral para Cataluña, sino extensiva a todas las Autonomías, y de que entre en vigor de modo progresivo a partir de 2011, cuando haya sido superada la actual crisis económica. En el despliegue de opiniones técnicas, en defensa de la federación fiscal, realizado por “El País” entre profesores de universidad, destaca por su claridad en el error y simpleza en la fundamentación, la del ex-secretario de Estado de Hacienda y redactor de la Ley actual de Financiación de las Comunidades Autónomas, Don José V. Sevilla. Este señor ingenuo confiesa la barbaridad de que “la ampliación de tributos con capacidad normativa es muy adecuada…porque unas haciendas con tan grandes capacidades para decidir gastos deberían tener parecidas capacidades para obtener ingresos”. Esto no se hubiera atrevido a decirlo ni Lord Keynes. Es principio básico de toda economía o hacienda, publica o privada, que los ingresos determinen los presupuestos para el gasto, y no a la inversa. El Sr. Sevilla no descubre un nuevo fundamento para las Haciendas Autonómicas, sino que hace una descripción perfecta del mecanismo ilegal que ha disparado en las Autonomías el gasto sin control, y propone como remedio hacer de la elasticidad casi infinita del gasto público improductivo el patrón de los ingresos tributarios. ¡Igualar la capacidad tributaria con la capacidad de gastar de los cargos públicos! ¡Poner a los contribuyentes en manos de la megalomanía gastadora y la suntuosidad oriental de las obras colosales deseadas por nuevos ricos de poder y de gloria! ¡Volver a la Florencia de los Médicis, donde la pobreza medieval se pavoneaba y envanecía, paseándose entre la opulencia de los palacios familiares y la maravilla de las obras de arte colocadas en plazas y calles! florilegio "La promesa de mayores ingresos para el futuro aumentará los dispendios en gastos presentes, en tiempos de depresión, para subir la cuota de aquéllos."
Danzas nacionalistas
El lastre del consenso, en forma de precariedad moral e inseguridad intelectual, impide la elevación de las disposiciones políticas por medio de la razón y la libertad. El consenso, fuerza aglutinante de los que dirigen, se corresponde con el gregarismo de los que son dirigidos. Esta primitiva y esterilizadora concepción política suspende el raciocinio diversificador en aras de la unidad de destino de las voluntades oligárquicas. Al desprendernos de tamaña rémora, situaremos los asuntos públicos sobre el noble y vasto territorio de la Democracia. El lehendakari continúa con su plan soberanista; Artur Mas proclama el derecho de los catalanes a la autodeterminación; y el Sr. Montilla, tras reclamar un nuevo sistema de financiación autonómica, puesto que Cataluña “ya no puede esperar más”, afirma que “si España deja de interesar y convenir a todos no será de todos”. Ante semejante escalada centrifugadora, la elección directa del poder ejecutivo o presidencialismo resulta indispensable. No sólo porque privaría a los profesionalizados muñidores del Poder, de las componendas parlamentarias que ofician el entierro de la separación de poderes, sino también, porque devolvería al nacionalismo, regionalismo y aldeanismo políticos a sus correspondientes reductos. El particularismo étnico-lingüístico, conforme a su inviabilidad estatal, se autoexcluiría de las elecciones presidenciales; lo que representaría un gigantesco avance con respecto a la presión que ejercen los poderes periféricos sobre el Gobierno central, merced a la proporcionalidad asimétrica (la simétrica es una entelequia indeseable) del nefando régimen electoral vigente. Don José Montilla (foto: guillemespriu) Con un sistema presidencialista, los aspirantes a la obtención del poder ejecutivo serían aquellos que concitasen un apoyo significativo, es decir, nacional. Con unos medios parejos de difusión y defensa de los programas políticos, se irían configurando las opciones más interesantes para la sociedad civil, que antes de su convocatoria electoral delimitará las candidaturas que puedan entrar seriamente en liza; en cualquier caso, será la propia ciudadanía la que definirá el número y características de aquéllas, y no una oligarquía de partidos que constituye híbridos estatales de gobernantes seminacionales y gobernadores nacionalistas.
El liberalismo
Desde el punto de vista de las ideas, la crisis del partido popular es, sólo formalmente, una disputa entre la socialdemocracia y el liberalismo. El partido popular, un típico catch-all party, es socialdemócrata conforme a las exigencias del consenso que sustituyó al Movimiento. El Movimiento, sustituido por la ideología socialdemócrata en la que veía la Monarquía, tomando como ejemplo las Monarquías nórdicas, la posibilidad de afirmarse, se “pluralizó”. UCD era ya socialdemócrata y el problema consistió en construir un partido socialista capaz de sucederle, para mediante una evidente “pasada por la izquierda” legitimar la Monarquía para el consumo interno y de cara a la Europa socialdemócrata. El minúsculo partido socialista interno, que había desbancado en Suresnes al histórico, republicano y anticomunista, se nutrió fundamentalmente de la burocracia del Movimiento y del régimen anterior, empezando por la que se había agrupado en UCD, oportunamente autodestruida para nutrir el partido socialista y dejarle paso. La socialdemocracia empezó a reinar en España conjuntamente con la Monarquía. Algunos liberales estuvieron en UCD y luego en alianza popular o el partido popular, al que afluyó la democracia cristiana –socialdemócrata de “derechas”- que dio el tono a ese partido. Se acomodaron a la socialdemocracia ya que en el partido popular sólo hay liberales a título personal, pues todos son estatistas. Unos menos y otros más, y adictos a la Monarquía que impuso el régimen socialdemócrata, es decir el consenso. Se trata, pues, de una disputa interna por el poder en vista del rotundo –y ridículo- fracaso del partido en las últimas elecciones y el cansancio de un electorado harto de verse traicionado por su política de consenso. El liberalismo no es otra cosa que la antigua doctrina tradicional de que siendo el hombre un ser ontológicamente libre, la libertad política es incondicionada y, por ende, el gobierno ha de ser limitado: lo que se llama el gobierno bajo el imperio de la ley, que quizá fuese mejor decir sometido al Derecho. Como precaución sine qua non, exige que el gobierno sea representativo –el resultado del libre ejercicio de la libertad política- y, si hay Estado, que los llamados tres poderes, el legislativo el ejecutivo y el judicial, estén claramente separados. Su concepción de la forma de gobierno es, de acuerdo con la libertad política, republicana. Por otra parte, en realidad, el Estado con su soberanía político-jurídica plantea un grave problema, y el liberalismo, incompatible con esa teoría, según la cual el Derecho lo hace el soberano, es antiestatista. Pues aquel no es propiamente Derecho sino Legislación, ya que lo que puede llamarse la soberanía jurídica, origen del Derecho, pertenece al pueblo, no al Estado, que se la ha usurpado. De ahí que en Inglaterra y Estados Unidos, donde no existe propiamente un Estado, el liberalismo sea distinto confundiéndose con el conservadorismo.
La unión
España, y al fondo Portugal (foto:ilcavalieriinglesi) La unión hace la fuerza, lo sabe todo el mundo. El 1 de enero de 1942, Gran Bretaña, la URSS, EEUU y China suscribieron la Declaración de las Naciones Unidas para formar la Fuerza de los Aliados que se enfrentó y derrotó a las potencias del Eje durante la segunda guerra mundial. EEUU es hoy una potencia porque en un momento decisivo de su historia optaron por unirse y no continuar separados; lo sometieron a debate público y eran muchas más las ventajas que los inconvenientes. Pero un buen cesto necesita de buenos mimbres y adecuados tejedores. Ese es el secreto del éxito americano, como también lo es del fracaso soviético. En un lado había y hay democracia, y en el otro los mimbres se tomaron de plantaciones fumigadas con C.C.C.P. Reconforta observar en internet, el éxito espontáneo que tiene entre la gente el anuncio de una hipotética Unión entre España y Portugal en un Estado Federal. Como en EEUU, son muchas más las ventajas que los inconvenientes…hasta ganaríamos un Mundial, dicen algunos. Resulta mucho más agradable y natural este panorama, que no el del Sr. Montilla (cría cuervos…), desafiando con amenazas secesionistas al Estado y a la Nación. Cito a Madison: "Y si debe huirse de las novedades, creedme, la más alarmante de todas las novedades, el más absurdo de todos los proyectos, la más disparatada de las intentonas, es la de hacernos pedazos con el fin de conservar nuestras libertades y asegurar nuestra felicidad". Pero para conseguir realizar un cesto fuerte y preñado de éxito, los mimbres tendrán que ser cuidadosamente seleccionados de plantaciones que hayan germinado en la tierra de la verdad y la libertad: una tierra nueva y fértil con nombre antiguo y virtuoso, República. Además, será necesario que las manos tejedoras sean expertas, que cada mimbre ocupe su espacio con absoluta precisión, para conseguir así lo hasta ahora impensable: entrelazarse sin mezclarse, dar, entre TODOS, una nueva forma original y genuina al cesto republicano, una forma cuya forja, constitucional y democrática, sólo alcanzaremos por un camino cuyo trazado ya tiene Teoría: la de la República Constitucional.
Verdictum estatal
El advenimiento de la actual Monarquía, aprovechando el poder del estado totalitario, fue posible por la adicción de los partidos de la oposición al postfranquismo. A la traición de éstos a la causa de la democracia, hubo que añadir la anulación de la “nación histórica” en la búsqueda de los espacios comunes que cimentaran el Régimen. Tamaña monstruosidad necesitó, no obstante, del refrendo de la mayoría de los españoles. El nuevo Estado, fruto del pacto de la transición, dominador de la sociedad civil y concesionario de la libertad de expresión, definió a su voluntad las fronteras de lo público. Que los grandes medios de comunicación en España son parte activa del statu quo imperante es algo que nadie puede dudar. Viendo lo que ha sucedido, y llegando en ocasiones a denunciar la descomposición nacional, la irrepresentatividad de los partidos políticos o la inseparación de poderes, ninguno de ellos ha osado cuestionar (editorialmente, no con alguna firma aislada u ocasional para dar apariencia de libertad) la constitución del poder. Y es que en la esfera pública de la Partitocracia no puede existir valor lógico y ético de verdad. En España, comentaristas y opinadores son incapaces de una síntesis objetiva de los fenómenos sociopolíticos, todo lo terminan con el artificio verbal que debe verificar (hacer verdadero) el verdictum (en el sentido romano de declaración de verdad por la palabra de unos magistrados) del consenso de los partidos. No responden ante la realidad, sino ante el poder, timoratos de traspasar la frontera del oficial discurso estatal. En el Hipias Menor, Platón hará observar a Sócrates que es más sabio quien miente sabiendo mentir, que quien dice la verdad porque no puede evitarlo. Si lo bueno es el fruto de la libertad, no puede oponérsele la inteligencia; pero cuando un embuste obligado triunfa sin necesidad de refugiarse en la astucia, sólo puede ser síntoma de un malvado despotismo. La burda manipulación del lenguaje, calificando de “conducción temporal” a un “transvase”, o diciendo “fase descendente del ciclo” por no pronunciar “crisis económica”, es muestra palmaria de ello; y verdictum de partido, que identifica el interés particular con el engaño. Mucho más grosero que el indiscutido verdictum estatal, mentira en interés de todos, en que se basa: “el Congreso de los Diputados representa la soberanía nacional”; reduciendo la sociedad española, por refrendar proporcionalmente sus listas, a la voluntad de los partidos estatales. Juan Carlos I (foto: scalleja)
El Rey se compromete con un partido
La rica Familia Real española EL REY SE COMPROMETE CON UN PARTIDO Antonio García-Trevijano Sólo la hipocresía explica que ahora constituyan piedra de escándalo político las inoportunas alabanzas del Rey al jefe del Gobierno, que implícitamente suponen una clara ofensa a los Presidentes anteriores. Si Juan Carlos dice que el Sr. Rodríguez Zapatero es una persona honesta e integra, debe tener conocimientos personales y directos para afirmarlo, en contraste con los anteriores Jefes de Gobierno de los que no pudo o no quiso decir lo mismo. Desde que fracasó el golpe de Estado del 23-F, promovido por el propio Monarca con los auspicios del PSOE, se sabía que el Rey ya no podría ser imparcial en la contienda de los partidos estatales por alcanzar y mantener el supremo poder. Dada la naturaleza partidista del Estado de Partidos (cuya definición científica, según la doctrina alemana y la del primer presidente del Tribunal Constitucional español, Manuel García-Pelayo, corresponde con exactitud a la naturaleza de la Monarquía de Juan Carlos), nadie de importancia política, económica, cultural o social, y con más motivos que nadie el Rey, puede permitirse la extravagancia de quedar al margen de inclinaciones hacia uno u otro de los dos partidos gubernamentales, sin arriesgarse a sufrir la pena de ostracismo. Es normal que Juan Carlos, educado en la idea de que la Monarquía no se consolidaría en España mientras que no fuera gobernada por los socialistas, sintiera ansiedad por ver realizada cuanto antes esta creencia. Los sucesivos gobiernos de Felipe González le dieron, además, la total seguridad de que podía satisfacer la más profunda y constante de sus ambiciones personales. La de enriquecerse de modo inmediato y continuo. La de no sufrir las penalidades y humillaciones de un Rey sin recursos propios en el exilio, como su padre, el Conde Barcelona, había experimentado. La seguridad de poder convertir en dinero el favor Real. La de traficar su influencia en instituciones políticas, Monarquías petrolíferas y centros financieros de la sociedad civil. La de cultivar amistades expertas en especulaciones. No se necesita inteligencia, prudencia o habilidad, pero sí cinismo y deslealtad, para acumular una gran fortuna personal, mediante la selección de amigos transitorios que hagan negocios fraudulentos por cuenta del Rey y que, si el fraude es descubierto, acepten el escaso riesgo de ir a la cárcel en nombre propio, para salvar a la Corona, como ha sucedido en los llamativos casos conocidos de la opinión. La impunidad del Rey no se extiende a sus amistades peligrosas, a sus asociados en la corrupción. Aunque el número de los delitos descubiertos es sólo indicio revelador de los Realmente cometidos y encubiertos por los gobiernos anteriores. Las palabras del Monarca en elogio del Presidente del Gobierno, Sr. Rodríguez Zapatero, confirman lo que la opinión había intuido desde hace mucho tiempo, esto es, que el Rey no es imparcial, objetivo o neutral en su actitud ante los dos partidos con capacidad de gobernar. Sus relaciones con Aznar no fueron equiparables a las que mantuvo con Felipe González. El PP sabe que no es simpático en la Zarzuela. Pero lo que preocupa a la clase política y mediática, respecto de las declaraciones partidistas de Juan Carlos -en estos momentos de crisis politica en el PP, de proyecto de reforma de la Constitución en el orden sucesorio de la Corona, de tensiones agudas con el plan soberanista de Ibarreche y de conflicto abierto en la modificación federal del modelo de financiación de las Autonomías-, no es tanto la imprudencia o falta de tacto de su contenido discriminador, frente a otros Presidentes de Gobierno, como la cuestión de su legalidad constitucional. El art. 56 de la Constitución Española dice que el Rey es símbolo de la unidad del Estado, es decir, de la unidad de todos los elementos estatales. En el Estado de Partidos, todas las agrupaciones políticas con representación parlamentaria son elementos orgánicos del Estado. El Rey se inhabilita, en tanto que símbolo de la unidad estatal, si muestra preferencia por el partido al que honora en su jefatura, frente a todos los demás. Añade el art. 56 que el Rey arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. En la Monarquía de Partidos, las instituciones regulares son, ante todo, los partidos parlamentarios. Se inhabilita para arbitrar o moderar entre partidos estatales quien previamente los discrimina en favor de uno de ellos. El art. 59.2 de la Constitución ha previsto que el Rey se inhabilite para el ejercicio de su autoridad, pero interpreta esa inhabilitación como imposibilidad de ejercer su autoridad, reconocida por las Cortes Generales. Lo cual excluye que se trate de una autoridad moral que, desde luego, ya no tiene ante los partidos discriminados. Un verdadero contrasentido, pues la facultad de arbitrar o moderar solo la puede tener quien goce de autoridad moral en los necesitados de arbitraje o moderación. ¿Pueden confiar los partidos de oposición en el arbitraje del Monarca, en caso de conflicto irreconciliable con el partido de este gobierno? Si las imprudentes palabras del Rey carecen de trascendencia legal, eso no quiere decir que sus consecuencias políticas dejen de ser muy graves en un Estado de Partidos. Especialmente para el PP y los partidos nacionalistas. Si honra a un partido, deshonra a los demás. El Monarca ha alterado las reglas de juego de su Monarquía, que no es parlamentaria, pues el Parlamento no es soberano, ni constitucional, porque el Rey no gobierna.
Entrevista a Antonio García Trevijano
Antonio García-Trevijano es un político de la España que no ha podido ser. Hombre de la denominada Transición Española. Fundador en 1974 de la Junta Democrática de España, cuya legitimidad fue reconocida por el Parlamento de Estrasburgo. Tras la muerte de Franco y comienzos del reinado de Juan Carlos 1, logró la unidad de la oposición mediante la Coordinación Democrática (Platajunta). Sin pertenecer a ningún partido o grupo de presión, y siendo uno de los abogados más famosos de España, Trevijano ideó la estrategia de la ruptura pacífica de la Dictadura (contra la Reforma del Régimen) y comprometió a todos los partidos en un pacto de rechazo de la Monarquía , a no ser que ésta venciera en un Referendum donde se pudiera elegir con absoluta libertad la República. Por ser alma y motor de la ruptura democrática, Fraga lo encarceló sin proceso judicial. Se retiró de la política cuando los jefes de los partidos socialista y comunista, traicionando el compromiso por la ruptura democrática, pactaron en secreto con Suárez la continuidad de la Monarquía de Franco y la sustitución de la democracia representativa (separación de poderes y sistema electoral de mayoría) por una oligarquía de partidos financiados por el Estado. Como el propio Trevijano dice, él se retiró de la política cuando los partidos también la abandonaron en favor del consenso que, por antonomasia, es la pasión antipolítica de las oligarquías. Escritor de libros de pensamiento ( Discurso de la República, Frente a la Gran Mentira, La Alternativa democrática, Pasiones de servidumbre ) y de arte ( Donatello modela la infancia , David es Mercurio, Retorno a la Belleza ), ha publicado en la prensa más de mil quinientos artículos (de filosofía política, sociología de las pasiones, psicología social, estética, pintura del primer tercio del XX, terrorismo, Europa), sin repetir jamás un tópico, una frase hecha o un lugar común. Este hombre idealista, culto, distinguido, inteligente, claro en sus ideas y en su expresión -posee una de las prosas más refinadas que he conocido en mucho tiempo-, contrasta con la vulgaridad de los políticos, sean del partido que sean, que han hecho de la mediocridad, la ignorancia, la ordinariez y la corrupción una suerte de aristocracia parda, una selección al revés como diría Gramsci. Arturo Seeber: Si toda transición es un proceso de tránsito, ¿de qué cosa a qué cosa ha transitado la llamada transición española? Antonio García-Trevijano: En realidad, dejando de lado las consignas de la propaganda, se trata del proceso de transición del Estado de un partido al Estado de varios, es decir, el tránsito de la dictadura de Franco a la oligarquía del Estado de Partidos en la Monarquía de Juan Carlos. A.S.: ¿Cuál es la diferencia entre el punto de partida y el de llegada? A.G.T. : Para el pueblo, para la libertad política, para la naturaleza del poder, la diferencia entre el franquismo y la monarquía juancarlista es muy pequeña. Antes se votaban las listas del partido único y ahora se votan las de tres o cuatro partidos. Antes el pueblo carecía de libertad para elegir y deponer al Gobierno y ahora tampoco la tiene. Antes estaban unidos todos los poderes del Estado y ahora también. Antes se llamaba democracia orgánica a la dictadura de un partido, y ahora se llama democracia a la oligarquía de varios. Antes se reprimía la libertad de expresión mediante la censura y ahora se reprime la libertad de pensamiento mediante el consenso. Lo esencial no ha cambiado. Aunque en los gobernados y en lo subordinado se ha producido un cambio notable. Bajo la dictadura el pueblo consintió su servidumbre forzosa, bajo esta Monarquía se cree libre con su servidumbre voluntaria. Se partió de Fraga y se ha llegado a Fraga. A.S. : ¿Y qué era lo esencial de la dictadura? A.G.T.: Los dictadores no matan, torturan o encarcelan por sadismo. Están convencidos de que el terror de Estado es el modo mas seguro de conservar su poder. Los sádicos se enrolan en los cuerpos de policía o seguridad de todas las formas de gobierno, incluso en la democrática. Esto no disculpa a los jefes de Estado y de Gobierno que toleran la tortura o el asesinato de los "subversivos". Pues se sirven de medios inhumanos para detentar un poder inhumano. Pero lo esencial de la dictadura no es lo absoluto de su poder personal, que comparte con el numeroso séquito de sus poderosos partidarios, sino lo absoluto de la falta de control del poder político. A.S.: ¿Cuál sería, pues, el logro esencial de la Monarquía española? A.G.T. : Las libertades personales y la incorporación a Europa. Pero también haber conservado, con las libertades públicas, salvo la libertad política (que es libertad colectiva), un mismo tipo de poder sin control. El Presidente del Gobierno es el jefe absoluto del partido que detenta el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial. La corrupción política es consecuencia inevitable del uso normal de esta forma de poder indiviso. La Constitución es la fuente institucional de la corrupción. El sistema se parece a la dictadura porque no tiene alternativa de poder, pero se diferencia de ella porque ofrece a los partidos mayoritarios una alternancia en el poder. A.S. : Esta Monarquía de los Partidos, como Vd la define, ¿es algo original? A.G.T.: En modo alguno. La historia está llena de ejemplos parecidos en la manera de constituirse y en el tipo de poder que consagra. En la manera de instalarse, repite un modelo universal, el que realizó Francia con la instauración del corrupto Directorio, tras la caída de Robespierre. Un modelo que describió Polibio como el tránsito del poder de uno al poder de varios, sin llegar al poder de muchos. La muerte del tirano no daba paso a la democracia sino a la oligarquía. Y en cuanto al tipo de poder, la fórmula monárquica ideada para dar estabilidad a las oligarquías, procede de la monarquía polaca de comienzos del XVII, donde el Rey era elegido por la Dieta a propuesta del Papa. El caudillo Zamoyski rechazó la corona alegando que "el Rey reina pero no gobierna". La fórmula no la inventó, como se cree, ni el corrupto Walpole ni el turbio Thiers. A.S. : ¿Por qué los partidos republicanos aceptaron la monarquía? A.G.T.: Es muy fácil de comprender. Sin confianza en sus propias fuerzas, y sin convicciones ideológicas, la Monarquía de Franco les ofreció un paraíso estatal que no podían rechazar: elecciones por el sistema de listas de partidos y reparto del poder estatal según las cuotas electorales obtenidas. Todos estarían financiados por el Estado. Todos tendrían una cuota de poder en las instituciones. Ninguno tendría un poder excluyente. El partido gobernante no sería controlado, pues siempre tendría mayoría en las instituciones de control (comisiones parlamentarias, poder judicial, tribunal constitucional, tribunal de cuentas, televisión pública), y los partidos de oposición participarían en todas las empresas públicas. En resumen: esta monarquía garantiza el equilibrio de una verdadera oligarquía de partidos estatales, de un sindicato de poder. Por eso se parece tanto, en cuanto al reparto y disfrute del poder y a la propaganda del sistema, a la dictadura franquista: la misma adulación al poder, la misma descalificación a los demócratas que no aceptan esta oligarquía, el mismo respeto a las facciones partidistas, la misma represión de la libertad de pensamiento. La diferencia entre partidos en esta Monarquía es la misma que la que tenían las facciones de la dictadura (Falange, Carlistas, Acción Católica, Opus Dei). A.S.: Vd. describe lo que yo llamo "la dictadura de la democracia". Hay en el ambiente como una obligación de hablar bien de esto y mal de aquello. Parece algo casi impreso en el alma de cada español. A.G.T.: Los escritores debemos ser objetivos y precisos en el uso de los términos políticos. Dadas sus ideas políticas y sus valores espirituales, debo entender que, con la expresión "dictadura de la democracia", Vd se refiere a la dictadura del consenso oligárquico, pues en la democracia formal no puede haber dictadura de ninguna especie. A.S. : Todos somos víctimas de la degeneración del lenguaje político. Pero creo recordar que algunos clásicos temieron la dictadura de la democracia. A.G.T.: Es cierto. Pero, sin negar la tendencia al maniqueísmo en todos los pueblos mediterráneos, tanto Madison como Tocqueville hablaron del peligro de tiranía en la democracia material o social, por razón de la demagogia de la igualdad, pero no en la democracia institucional en cuanto forma de gobierno. Madison odiaba la democracia directa de los atenienses, y nunca tuvo conciencia, a diferencia de Hamilton, de que el federalismo republicano que ellos propugnaban era la democracia representativa. En mi libro Frente a la Gran Mentira dedico un capítulo a la historia moderna de la palabra democracia. Antes de la primera Guerra Mundial, se sabía distinguir entre la democracia de EEUU y el parlamentarismo europeo. Hoy se llama democracia a todo sistema de poder donde los gobernados votan lo que sea y los medios de comunicación se expresan con relativa libertad. Pero en toda Europa no hay una sola forma de gobierno que responda a los requisitos constituyentes de la democracia formal. Sin elecciones uninominales de diputados al colegio legislativo y elecciones presidenciales al poder ejecutivo, no hay poder representativo de la sociedad ni separación de poderes, es decir, no hay democracia formal. No puede haber dictadura de la democracia donde no hay democracia. A.S.: Pero, ¿cómo pudo instalarse, en nombre de la democracia, la oligarquía que los italianos llamaron enseguida "partitocracia"? A.G.T.: La democracia americana venció a la Europa fascista. Y por una ley de la victoria, lo que impuso a Europa, fuera lo que fuera, lo llamó democracia. De Gaulle restauró la República parlamentaria. Su error tuvo que corregirlo luego con el golpe de Estado que instauró la V República. Una cuasi democracia porque el Gobierno designado por el Presidente tiene que ser aprobado por el poder legislativo. No hay separación de poderes. Y por eso hay corrupción. Más triste fue que la regeneración política de Europa occidental, controlada por el general Eisenhower, fuera confiada a los políticos que fracasaron ante el fascismo, a la democracia cristiana de los Adenauer y De Gasperi. Ninguno de ellos tenía talento de estadista. No comprendieron que Hitler triunfó con tanta facilidad electoral gracias a los sistemas proporcionales de la Republica de Weimar. Y estos ideales, la estatalización de los partidos, los realizó la Constitución italiana y la de Bonn. La prohibición de los partidos nazi y comunista demuestra la falta de representatividad del sistema, que ni siquiera se atrevió a ser liberal. El Plan Marshall no sólo obligó a la unión de los gobiernos de Europa occidental, sino también a la de los partidos gubernamentales en un sindicato o bloque de poder, en una partitocracia. A.S.: Yo creía que el Estado de partidos, como lo llama la ciencia política y jurídica alemana, fue creado por exigencias de la guerra fría. A.G.T.: La realidad desmiente esta creencia tan extendida por la propaganda. Spaak confesó en una conferencia de Ginebra (1947) que la guerra fría había sido consecuencia de una provocación occidental a la Unión Soviética y no de una necesidad histórica. Lo cierto es que, como Franco, los Gobiernos europeos se consolidaron difundiendo el miedo al comunismo, y sustituyendo la verdad por la mentira de la propaganda en todos los ordenes del saber histórico, filosófico, sociológico y artístico. Mentira que todavía hoy sigue vigente. ¿Quién conoce, por ejemplo, que el arte abstracto, tan apreciado por el capitalismo a partir de la década de los cincuenta, es una mera difusión mercantil de la pintura y escultura bolcheviques? Malevich pinta de negro un lienzo (1917) y tarda cinco años en descubrir que se ha equivocado, que el sumo de la belleza pictórica es un cuadro completamente blanco. La pintura de Mondrian, la abstracción geométrica, la arquitectura funcional y casi todos los modernismos del siglo XX provienen del arte bolchevique, concebido en función de su utilidad para las masas. No es un arte desinteresado en busca de la belleza. A.S.: ¿Y cómo ve Vd. la literatura, la novela actual? A.G.T.: En un nivel ínfimo. La decadencia de la literatura corre pareja a la de las ciencias históricas. La novela complementa la historia. Cuando no hay historia verdadera del pasado, como sucedió durante el largo periodo de la guerra fría, y cuando se pacta silenciar el pasado, como ocurrió en la Transición española, no puede haber gran novela. Pues ella es la que descubre las causas de los hechos históricos y los móviles del discurso público. Desde 1950 no hay en Europa continental grandes historiadores ni grandes novelistas. Si dijeran la verdad sobre lo ocurrido en Francia, Italia, Alemania, España y los demás países durante el fascio-nazismo, tendrían que condenar a los millones de europeos que sostuvieron con entusiasmo las dictaduras y las represiones. Y ningún novelista ha tenido ese coraje. A.S. : Incluso se silencian los novelistas anteriores a la guerra. A.G.T. : Claro, claro. La relación entre los hechos del pasado y la novela es muy estrecha. La historia más fiable es la más abstracta, la que relata los hechos sin explicitar sus causas, del mismo modo que la naturaleza nos enseña los fenómenos naturales sin decirnos por qué y cómo se producen. La ciencia cumple ante la naturaleza la misma función que la novela ante la historia. Es inútil pedir a los historiadores que nos digan las causas de los acontecimientos. No las saben. Esa es la misión de los grandes novelistas. A.S. : Comprendería lo que dice si hablara de los filósofos de la historia, pero no alcanzo a ver la razón de la impotencia de los historiadores. A.G.T.: Muchos acontecimientos menores se explican por sí mismos. Pero todos los que cambian el sentido o el signo de los tiempos históricos, los que más necesitamos comprender, escapan al dominio de los historiadores. Pues todos toman por veraces los motivos y pretextos que pregonan los discursos de los protagonistas. Y las palabras de los gobernantes son ridículas, insignificantes, en comparación con los efectos que producen sus acciones. Por ejemplo, los historiadores atribuyen el Estado de Autonomías a la decisión del ignorante Adolfo Suárez sobre el "café para todos", como si las fuerzas sociales no estuvieran comprometidas en esta decisión. El novelista explica las causas de la historia que los historiadores desconocen. La novela explica la realidad mediante ficciones, tiene la grandeza de llegar a la verdad de los hechos históricos por medio de ficciones. A.S.: Es evidente que Vd no habla de los novelistas "bestsellerianos", los de Polanco y Planeta, pues estos cuando no siguen las consignas de la propaganda de la Transición, no dicen más que tonterías. A.G.T.: Esa gente, tan ambiciosa como inculta, ignora todo. Ni siquiera ha intuido lo esencial de la Transición. En su gran novela Lucien Leuwen , Stendhal explica el tránsito de la Francia borbónica a la Francia orleanista, o sea, la rápida disolución de la aristocracia en la burguesía. Y Goethe, en su maravilloso Willelm Meister , expresa las primeras manifestaciones del aburguesamiento de la aristocracia, o sea, la disolución del mundo tradicional en el mundo moderno. Es inconcebible que un novelista español comprenda lo que ha supuesto, para la sociedad civil y los valores morales o estéticos, el paso de la Dictadura a la Monarquía. A.S.: Los dos grandes grupos editoriales, Prisa y Planeta, sólo publican lo que favorece sus posiciones dominantes en el mercado editorial. Esto se comprendería si sus móviles sólo fueran económicos. La cuestión no explicada es la vinculación de Prisa con los intereses políticos del PSOE. A.G.T.: Esto no se entiende sin conocer que en el consenso monárquico, para eludir las responsabilidades de los que habían sostenido la dictadura, no sólo entraron los hombres políticos de Franco, sino también los editores de los medios de comunicación franquista. El diario "El País", por ser posterior a la dictadura, pudo quedar fuera del consenso editorial, pero prefirió ser el salvavidas de sus colegas franquistas, puesto que tanto los principales accionistas (Polanco), como sus directores (Cebrián), habían sido destacados servidores de la dictadura. Su poder actual se basa en el complejo franquista (Planeta) de los demás medios de comunicación. El consenso crece en sociedades refractarias a la libertad de pensamiento. Prisa y Planeta no saben el significado de este concepto. Alardean de su libertad de expresión sin aclarar que es la de un pensamiento único y débil. Presumen de tolerancia porque ignoran el valor democrático del respeto. A.S.: Antes de concluir, me gustaría conocer su opinión sobre los Estados Unidos. A.G.T.: El asunto me concierne de modo muy particular. Pues la causa de la ruptura democrática de la Dictadura , por la que expuse vida, bienestar, libertad y honor, no fue derrotada por los hombres del franquismo, ni por los partidos emergentes de la clandestinidad, sino cuando el Departamento de Estado, con la misma ignorancia sobre los asuntos españoles que la exhibida en los de Irak, creyó que el triunfo de la ruptura democrática implicaría el predominio del partido comunista, como ocurrió en la última fase de la revolución portuguesa. Kissinger y Brandt se pusieron de acuerdo para convencer al Rey y al PSOE de la necesidad de la Reforma, en lugar de la Ruptura. Esto sucedió pocos días antes de que Fraga me encarcelara (26-3-76). Mis amigos de Bruselas, Comisarios del Mercado Común, me habían informado del concierto internacional contra mi acción política. No estoy seguro de que mi encarcelamiento fuera fruto de estos pactos. Lo cierto es que Fraga me encarceló y Felipe González me retuvo preso. Los Comisarios europeos se disponían a suspender las negociaciones con España por mi apresamiento, pero Felipe González les pidió de mi parte, sin hablar conmigo, que no hicieran nada para liberarme, ¡porque a la causa de la oposición le convenía mi encarcelamiento! A.S.: ¿Y qué me podría decir de la Constitución Europea? A.G.T .: Pues que no es Constitución ni Europea. La más rigurosa doctrina constitucional considera que no hay Constitución donde no hay distintos poderes estatales separados. Quien manda en la Unión Europea no es el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, el Consejo de ministros ni la Comisión Europea. Y, menos que nadie, los ciudadanos europeos. En lo financiero manda el Banco Central Europeo. En lo económico, la normativa que se ha venido institucionalizando desde el Mercado Común. En lo político, todavía no se han definido las virtualidades del eje francoalemán, núcleo de poder que terminará imponiéndose a las desuniones nacionales fomentadas por EEUU. Política exterior y ejército común aún no existen. La Constitución Europea es un Reglamento de Régimen interior para la dominación del mercado común por los grandes grupos transnacionales europeos. Su utilidad es inmensa. En este terreno, creo que su creación obedece a una necesidad histórica del desarrollo económico. A.S.: ¿Por qué hoy se llama democracia a todo tipo de poder con libertad de expresión y posibilidad de votar a más de un partido? A.G.T .: A los sistemas parlamentarios europeos se comenzó a llamarles democracias al final de la primera guerra mundial. En el siglo XIX, los pensadores y políticos ingleses hubieran tomado por insulto ser llamados demócratas. Sólo Disraeli se atrevió a eso. Desde la República de Weimar, se llamó democracia al gobierno parlamentario de Partidos. A.S. : Pero no le pregunto por el origen de la confusión entre parlamentarismo y democracia. Quisiera saber por qué ha sido tan fácil confundir la democracia con el actual Estado de Partidos que, entre otros defectos, no representa ya a la Sociedad civil, como en el sistema parlamentario, sino a la propia sociedad política o estatal. A.G.T.: A causa de un progreso continuo de la demagogia. Progreso que ha conducido a la confusión básica del mundo moderno entre democracia formal o política (forma de gobierno) y democracia material o social (contenido de gobierno, medidas de igualación social). Hoy se ha olvidado que la palabra democracia se refiere a una forma de ejercer el poder y no a un estado de igualdad social. Según este último criterio, el primer gobierno demócrata habría sido el de Bismarck. Y las mejores expresiones, las de Stalin o Fidel Castro. Hay que reservar el nombre de democracia para las formas de gobierno representativo y con separación de poderes. A.S.: Alguien definió a los sistemas presidencialistas como dictaduras elegidas por el pueblo. ¿Tiene fundamento? A.G.T.: Si no hay separación real con el poder legislativo y el judicial, como sucede en Suramérica y en los países emergentes del sovietismo, puede estar justificada la definición de dictaduras electivas. En EEUU, de ningún modo. Ningún Presidente podrá ser equiparado a un dictador transitorio. A.S.: Pero la realidad es que en todos los países la política se reduce a una elección entre dos partidos que, llegados al poder, gobiernan del mismo modo. ¿No se trata de un monopolio de la política o, cuando menos, de un secuestro de la libertad de elegir? A.G.T.: Vuelvo a repetir que debemos ser muy cuidadosos con las palabras que usamos. Su pregunta puede tener fundamento en sentido sociológico, pero no en el terreno propio de la política. El Estado de Partidos no es representativo de la sociedad civil porque los gobernados no pueden votar a diputados que los representen, sino a los candidatos elegidos por los jefes de partido para que los representen a ellos. Por esta razón, desde el punto de vista formal, en cuanto forma de gobierno, el Estado de Partidos es una perfecta y estable oligarquía de partidos. Bajo la Monarquía de Partidos no hay solución democrática. A. S. : ¿Encuentra Vd gran diferencia entre el PP y el PSOE? A.G.T.: En cuanto agentes o gestores del Estado, ninguna. Cuando gobiernan hacen y son lo mismo. Se diferencian en sus discursos, en la distinta clase de demagogia. Uno, demagogia del orden; otro, demagogia de la libertad; y ambos, demagogia de la igualdad.
España in albis
Las elecciones oligocráticas del último marzo, suponen el segundo fracaso electoral para don Mariano Rajoy. Durante el resto del mes: el día 11, el señor Rajoy comunica su decisión de no dimitir al Comité Ejecutivo Nacional, que adelanta el XVI congreso del PP a junio. Día 13, el señor Ruiz Gallardón liga su determinación de continuar como Alcalde de Madrid a la de su incondicionado jefe de partido; don Eduardo Zaplana se convierte voluntariamente en diputado raso. El 31, Sáenz de Santamaría ocupa la portavocía en el Congreso y García Escudero en el Senado. Los días de abril. 2: Rajoy invita a comer a Aguirre para frenar la posibilidad de alternativa (El Mundo) y la Presidenta ratifica su lealtad al líder. 7: doña Esperanza dice en el Foro ABC que no se resigna a que su partido no presente las batallas ideológicas. 8: Cobo, vicealcalde de Madrid, no comprende el espectáculo montado por Aguirre. 12: Don Mariano dice que no considerará como enemigo a quien presente una lista alternativa. 17: La señora Aguirre responde a un periodista que no le sorprende que la socialdemocracia se encuentre más cómoda con Rajoy. 19: Rajoy invita a abandonar el partido, sin citarla, a Aguirre y la relaciona, sin citarlos, con el Mundo y la COPE. 20: El Mundo: Mariano Rajoy lo ha hecho (mostrar la puerta de salida) con Esperanza Aguirre en una muestra de autoritarismo y de ceguera política; el señor Jiménez Losantos en su página digital: …pero nunca (he visto) el espectáculo de que un oso torpón resultara serpiente. 21: Doña Esperanza pide a Rajoy que aclare si se refería a ella y más tarde, en TVE, dice que no encabezará candidatura alguna; El Mundo critica en su editorial la “atrofia democrática” del PP; Mariano Rajoy aclara que jamás pensó que Aguirre pudiera estar en otro partido. 22: Fraga y De Cospedal, presidenta del PP castellanomanchego, expresan su apoyo a Rajoy. 23: don Mariano promete integración; El Mundo publica que la mayoría de los votantes del PP desea unas primarias. 30: Zaplana renuncia a su escaño. Entramos en mayo. Día 2: Para El Mundo, Rajoy y Aguirre han firmado la paz. El 4, según el mismo periódico, Aznar critica a Rajoy. 5: Acebes presenta su renuncia y altos dirigentes del PP valenciano creen necesario un “plan B” (Las Provincias). Día 6: Ramón Luis Valcárcel, Presidente de Murcia, continúa fiel a Rajoy. Hoy: los españoles, convidados de piedra a las intrigas de la clase política. hechos significativos Putin se nombra Primer Ministro de Rusia a través de Medvedev. El Ayuntamiento de Gijón anuncia subvenciones al uso de energías poco contaminantes o renovables.
Sumisión dulce
Narcisos montanos (fotografía: Óscar) Sumisión dulce La vejez de quienes han personificado el poder oligárquico en La Transición, los introduce en el mundo de la adulación de todo lo que huele a muerto porque, desgraciadamente, esa ancianidad no es venerable de la misma forma en que lo es la experiencia en la tribu, sino de la morbosa manera en la que los buitres que rodean el cadáver, miran a los que ya no se alimentarán más de él; los apartados por el tiempo, las enfermedades y los codazos. Los que fueron tachados de arribistas, mediocres e ineptos están condenados, sí, pero ahítos de carroña y llamados al estadismo celestial. Así que la respetabilidad hacia los poderosos tiene un raro carácter gerontofílico en la sociedad que jubila, idiotiza y entierra todavía con vida a sus mayores. Este tipo de sumisión formal destinada a anticipar el prejuicio favorable del propio recuerdo, es tan hipócrita que no merece más comentario. Los etólogos han puesto muchas veces como ejemplo de otro tipo de sumisión ritual a los lobos no dominantes, que gustan comparar a los héroes homéricos vencidos (C. Lorenz). Se asombran ante la analogía en los comportamientos de ambas especies: evitación de miradas directas, gestualidad minimizadora del tamaño corporal, presentación de zonas vitales al campeón, etc… Es evidente hasta qué punto esta conducta ha constituido buena parte de lo que hoy consideramos reglas de urbanidad y fácil comprender lo útil que la ritualización culturizada ha resultado para la convivencia y, por extensión e intensión, para la vida partidaria. Pero no es tan sencillo comprender por qué todos aquellos que tuvieron el poder, por el mero hecho de haberlo tenido, resultan oscuros objetos de culto. F. González orientará a Europa y J. M. Aznar sonríe yocóndamente mientras periodistas, comilitantes y amas de casa le piden que descubra su oráculo de paz para el PP. También resulta extraño que las mismas personas que ruegan, maliciosa o estúpidamente, con expresión jacobina o nózicka, que los partidos se organicen democráticamente, añoren las figuras que la historia oligárquica de estas asociaciones ha dejado atrás. Por fortuna, como ocurre en las investigaciones lógicas, dos extrañezas unidas hacen una primera coherencia.

