Billetes de 500 euros (foto: erikrasmussen) Hace unos años, con las escandaleras mediáticas de “filesas y naseiros” se aludía al agujero negro de la financiación de los partidos y la necesidad de reformar los usos y costumbres al respecto e incluso acometer la tramitación de una ley que eliminase las sospechas de recaudaciones ilícitas. Ahora, ni siquiera la virtud política recibe los homenajes del vicio oligárquico. La gigantesca ola de especulación inmobiliaria ha procurado réditos incalculables a los gestores e intermediarios de la cosa pública. Ya no extraña que las grandes constructoras recaben los servicios de un ex asesor económico (David Taguas) del Presidente del Gobierno, y que éste no ponga reparos a una fluida relación entre los hombres del poder político y las grandes empresas. Resulta irrisorio que so capa de proteger a los partidos cuyos contenidos ideológicos pudieran espantar a los patronazgos financieros, se preconizase recurrir a la financiación de un Estado neutral, que ofreciera liquidez permanente a los partidos que ostentaran la hegemonía electoral de la izquierda. Al sufragar, con subvenciones estatales y aportaciones paraestatales, los desorbitados gastos de los partidos del régimen, no se quiere garantizar la pluralidad de opciones representativas, en sí misma detestable para los adoradores del consenso, sino producir y reproducir el dominio de las banderías que están en la Monarquía partidocrática y son la esencia de la misma. La dificultad de la izquierda estatal para obtener los favores de la derecha económica resalta como patraña obsolescente: sus relaciones son concupiscentes, sus afinidades, profundas. En qué patético anacronismo incurren los que persisten en apuntalar las fachadas acartonadas de los partidos formalmente innovadores, desatendiendo sus comportamientos conservadores. ¿Qué tortuoso razonamiento puede convencernos de la obligatoriedad común de sustentar los armatostes organizativos de ciertos partidos políticos? La determinación institucional de que las mismas ambiciones de poder detenten la autoridad estatal fomenta el ansia de riquezas, porque los partidos estatales que constituyen la oligarquía, “serán pródigos de los bienes de los demás a causa del deseo que tienen de satisfacer sus pasiones” (Platón). A eso conduce el apadrinamiento sistemático de los “ganadores” del Poder.
Igualdad
Las señales económicas son cada vez más alarmantes. El alegre endeudamiento de las familias a lo largo de la última década, con la ilusa perspectiva de una infinita revalorización de sus bienes hipotecados, ha permitido un consumo desaforado que ahora está pasando una dura factura, tras la crisis inmobiliaria y el corte del grifo crediticio. ¿Quiénes preferirían ser pobres y libres en una democracia a ricos y siervos en una oligarquía? Tocqueville entreveía la silueta de la tiranía de la mayoría, en la igualdad de condiciones económicas: azacaneados en la defensa de sus pequeños intereses, alejados de inquietudes espirituales o intelectuales, los ciudadanos que engrosan una clase media cada vez más voluminosa tenderán a establecer unas superestructuras donde sus vidas puedan desarrollarse tranquilamente, sin el albur de iniciativas que conturben la ordenada insustancialidad de esa mayoría social con similares recursos económicos. Sería absurdo repudiar la tendencia a la igualdad económica, que Tocqueville aceptaba como cosa social irreversible en América y la vieja Europa. Sin embargo, sólo un pensamiento debilitado rehuiría las consecuencias políticas e ideológicas del consumo masivo de los mismos productos materiales y culturales. La falta de criterios racionales y morales para discernir lo valioso de lo insignificante, lo real de lo aparente, lo honesto de lo depravado, permite que la apabullante información que segrega el mundo tecnificado, sea interpretada y amasada para el consumo ciudadano, a través de las opiniones manufacturadas por la propaganda del sistema dominante, que empobrece la cultura y aplasta la naturaleza crítica e indagadora del pensamiento libre, con su unívoco y superficial mensaje, conformando a súbditos, incapaces de actuar con alguna grandeza y prestos a devolver acendrada sumisión por demagogia política. Esa deformación uniformadora desborda las jeremiadas y los desprecios misantrópicos, así como las fútiles declaraciones de intenciones, hallando eficaz contención en la seguridad institucional de la promoción de la riqueza y libertad de pensamiento. Si las minorías pudiesen utilizar los mismos altavoces que las mayorías y discutir con éstas, equitativa y respetuosamente, quedaría abortado el peligro de homogeneización ideológica de la sociedad y sus epígonos políticos. El afán indisimulado de la mayor parte de la población no es “a cada uno según sus necesidades” sino “a cada uno según sus deseos”, y ya se sabe que los deseos son ilimitados e imposibles de satisfacer completamente. La Historia ha demostrado que la felicidad o armonía públicas dependen de “una devoción firme y virtuosa a una Constitución” (J. Warren) que garantice la libertad política.
El nunca político
Don Juan José Ibarreche (foto: fotosmak) La concreción del poder en una sola persona –Monarquía- enlaza con la realidad de la mente lingüística, con la cultura patriarcal y familiar, con la tradición que identifica la Política con el monopolio de la fuerza bruta y con la trayectoria histórica de la humanidad mucho mejor que la conquista común de la libertad que representa la República. Es normal que el esfuerzo que esta requiere, produzca rechazo en los espíritus perezosos y acomodados e inquietud placentera en los cuerpos satisfechos. Pero mientras la República jamás podría negar la Política que forma parte de su ser, es decir, mientras la República es ontológicamente política, la Monarquía es muy habitualmente antipolítica o, al menos, representa la tendencia a suspender esa faceta de nuestra especie o a convertirla en responsabilidad de otros. Cuando los compromisos pre-políticos, el consenso, la estatalización de los "agentes sociales" y el maridaje entre prohombres de la economía y de la política en el hogar de la corrupción institucional -información privilegiada, favoritismo e impunidad- niegan la posibilidad de verdadera política y condenan a la sociedad civil a la contemplación de la tiranía espectacular, los políticos de clase actúan como si pugnaran por el poder, con insultos inocuos, teatrales. Ahora que el fracaso tribal ha convertido en carroña al señor Rajoy y su hedor mediático permite unos meses de verdadera política, aunque sea censitaria y necrófaga, ellos, nuestros políticos, niegan que exista y la ejercen por lo bajinis, disimulando. El mayor desprecio a la sociedad, hablar con terroristas en su nombre, es alta política si participa en las conversaciones el Gobierno del señor Rodríguez; si con la misma catadura moral y parecidas mañas el Presidente Ibarreche plantea la cuestión a sus súbditos, es locura. Cuando no hay política nos dicen que sí; cuando sí, que no. Pero para el ciudadano siempre es nunca. El ahora del poder, en una sociedad sana, es poiético. No en el sentido instrumental, teleológico o fabril, no se trata de vivir en el hormiguero de los homo faber, sino en la sociedad donde los homo sapiens no encuentran ninguna cortapisa no natural -o institucional por decisión propia- a la realización de sus actividades, incluida la política. La poiesis social significa hacer común y en la creación civilizada es donde la Monarquía se descompone. Puede arbitrar a duras penas, pero no improvisar ni aglutinar.
Función de los partidos
El Mundo llena su portada con las citas entresacadas de un artículo, publicado en ese mismo periódico, del secretario de Comunicación del PP, aún en funciones, Gabriel Elorriaga, donde titulan a cuatro columnas que ese político pide que su partido sustituya a Rajoy por otro líder, porque “se necesita un liderazgo renovado, sólido e integrador” que Mariano Rajoy “no está en condiciones de ofrecer”. Fraga ha despachado este artículo, tildándolo de “sandez”, y el diputado valenciano González Pons, posible sustituto del crítico Elorriaga, ha denunciado la operación de desgaste que hay contra Rajoy, en cuyo entorno se cree que el improvisado articulista de El Mundo actúa por “un ataque de celos” al verse fuera del equipo dirigente. El diario citado sigue llamando la atención sobre la falta de democracia interna en el PP, donde sólo un 3,67% de sus afiliados ha elegido a los compromisarios que habrían de escoger al presidente del partido. En su editorial dominical, aboga por la coherencia con nuestra Constitución, que en su artículo 6, establece que los partidos políticos, en su estructura interna y funcionamiento, deberán ser democráticos; y añade El Mundo: “Sólo el cumplimiento de este requisito justifica las aportaciones públicas que cubren la mayor parte de su presupuesto”; “que decidan las bases del PP”, concluye. Pedro J. Ramírez ha descubierto que los compromisarios del PP “están sometidos en la práctica al mandato imperativo de sus señores feudales”, pero no se resigna a “seguir aguantando al pesado de Rajoy”, cuando se podría apostar por “el carisma de Aguirre, el tirón electoral de Gallardón o la baza segura de Rodrigo Rato”. Federico Jiménez Losantos también se ha dado cuenta de que tales compromisarios “han sido elegidos por el aparato de Rajoy para aclamar a Rajoy”, que es “un líder sin liderazgo”. Zapatero se ha referido a la crisis del PP como un “jeroglífico que no tiene solución”. Él, sin embargo, sí sabe deshacer los enredos internos de su partido, como ha demostrado con el expediente abierto al diputado socialista Juan Antonio Barrio, que votó en el Congreso a favor de la reprobación de David Taguas, ex asesor económico del Sr. Zapatero, y nombrado presidente de Seopan, la patronal de las grandes constructoras. hechos significativos El Gobierno vasco está redactando una ley que regule la "consulta" de Ibarreche al pueblo vasco sobre su capacidad para decidir su futuro político. Las constructoras tendrían que estar año y medio sin edificar para ajustarse a la demanda.
Visión de lo elevado
Contemplación (foto: Sara Borrell Castillo) Visión de lo elevado Cuando asistía a esas veladas en las que era introducido por su familia, Hans no dejaba de admirar las justificaciones que la inteligencia de los hombres aporta a sus pasiones, en especial las de aquellos que casi siempre hablaban a través de sus máscaras públicas y, que en círculos íntimos, prodigaban una delicadeza que no era más que la falsa conciencia de la posibilidad de unas relaciones desinteresadas. Este joven, más ansioso de ser bueno que de parecerlo, con un deseo insaciable de aprender e incapaz de ofenderse porque le dijesen la verdad, despertaba el apetito corruptor de los que le rodeaban. Menudeaban las apologías de una sabiduría mundana que indicaba la necesidad de separar y distinguir la propia piel de las camisas que vamos mudando, puesto que el hombre hábil desempeñará bien sus funciones, aunque no dejará de apreciar la estupidez y el vicio que en ellas anidan. Lo esencial consiste en valerse del mundo tal como lo encontramos. Esto socavaba la impresión de Hans sobre las mentiras que en su evidencia daban tanta pena al ser oídas como dichas, quizás porque creía que el que miente se avergüenza de tener que experimentar lo indigno de la organización del mundo. En esas reuniones descollaba un industrial como Zapparoni, el personaje de la novela de Jünger “Abejas de cristal” que fabricaba universos de ilusión a través de los mass media, y cuyas abejas mecánicas vaciando de néctar y destruyendo las flores, cosechaban más miel en un día que un enjambre durante un año entero. Este magnate todavía se lamentaba de la eficacia de las barricadas contra las fuerzas de caballería, y del triunfo de la revolución rusa que la falta de aviación y tanques del zarismo había propiciado. Hans abandonó la lujosa sala acariciando el deseo de una conversación con hombres verdaderamente libres que rechazaran la frívola sutilidad de los embaucadores y penetrasen en el fundamento de los fenómenos. Buscaba la alegría común de la libertad y que la más sublime comprensión del mundo no se produjese al lado de un fuego minoritario.
Los valoristas
La polémica sobre principios y valores, generada con la crisis de mando en el PP, no sólo es asunto inédito en la Transición, sino algo sustancialmente incompatible con los disvalores y falta de ideas que la engendraron y presiden. Aquel ominoso pacto de silencio sobre lo que más interesaba saber en aquellos momentos decisivos, suprimió todo atisbo de debate público sobre las cuestiones esenciales de la libertad politica. Cosa lógica en una operación taumatúrgica que cambió de repente a los franquistas en demócratas y a los republicanos en monárquicos. Su éxito transformista se basó en el asustado consenso de una clase politica emergente que, por miedo al conocimiento de la verdad sobre su pasado y a la carencia de ideas constructivas sobre el futuro de España, no permitió que los caminos del porvenir los abrieran los gobernados, mediante un período de libertad constituyente que les permitiera conocer los principios ideológicos de cada partido y los valores éticos que inspirarían su actuación. Es natural que al cabo de treinta años de un Estado de Partidos, sin imperativos éticos ni principios democráticos, se trastoquen los juicios de valor sobre los políticos y los medios que se pronuncian sobre las motivaciones de Maria San Gil, que quiere seguir haciendo la misma politica de oposición, sustituyendo al jefe que la hizo durante cuatro años, o las de Rajoy, que desea “flexibilizarla”, sustituyendo al equipo de su confianza que le obedeció. Ahora resulta que en la extrema derecha no está el franquista Fraga, sino los liberales reformistas Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos; que los dirigentes del PSOE los denuncian por el peligro que representan para su querida monarquía; que Zapatero y Llamazares apoyan a Rajoy como lo mejor que le puede suceder al PP. Estos juicios estimativos no los hacen expertos en valoraciones políticas o en axiología, sino valedores de su propia causa. Son valoristas de sí mismos. No valoradores de la mercancía que ofrece el mercado político. En “Goethe desde dentro”, y a propósito de la pasión de la soberbia, Ortega llamó valoristas a los iniciados en la estimativa de los valores. Orgullo en Maria San Gil, ambición de poder en Rajoy y soberbia en los periodistas que intentan cambiar la dirección del PP. Desde su perspectiva personal los valoristas reducen la democracia a firmeza ante los terroristas o la amplían, fuera de su ámbito, al derecho de autodeterminación. florilegio "La idiotez politica alcanza su apogeo con la disyuntiva democracia o terror. El debate sobre estrategias antiterroristas suprime el de la libertad politica y el de la democracia formal."
Nación
La experiencia es la madre de muchas cosas e ideas. Ser madre es la experiencia nacional por excelencia. No es una imprecisión ni una exageración. La palabra “nación” significa, en su origen, “nacer”. Y “nación” es por donde se “nace”. La Ministra de Defensa de España ha dado a luz recientemente (¡Felicidades¡) a un hermoso niño (Miguel) y declarado: “Esto es algo maravilloso que no tiene explicación ni comparación con nada”. La sentencia de Carmen es propia de la genialidad presocrática pero también revelación de la lengua española ante la crisis (la nada) de la nación que la viera nacer en tierras riojanas. Es también una frase apropiada políticamente. Así, con esas precisas y preciosas palabras, el idioma español “habla” por boca de la Ministra de Defensa. Ilumina a la ministra, y a todos, a través de “El País” del viernes 23 de mayo: nacer (nación) es maravilloso, es incomparable con nada. La nación española (recapacitemos) no es una simple nación étnica ni solamente una maravillosa nación biológica, es una maravillosa nación histórica y “política”. Cuando Carmen Chacón, afectivamente, reconoce lo “maravilloso” del “hecho” del “nacimiento” de su hijo Miguel está expresando, por razón de su cargo, la constatación del lenguaje español en su nación histórica. Por eso la política es el método por el que se reproduce la nación histórica. Doña Carmen Chacón pasando revista (Chesi_FotosCC) La nación política incluye no solamente a los nacidos, sino también a los ya desaparecidos (padres, de ahí que un sinónimo sea “patria”) y a los por nacer todavía (los hijos y nietos de Miguel, etc…). ¡Doña Carme no puede perder la nación! No existe la condición de “ciudadano del Mundo”, aunque Pi y Margall se empeñara en ser hombre antes que español. Eso es lo maravilloso. La nación política española no puede estar de fiesta entre faralaes en los momentos de crisis. Si es necesario se tendrá que constituir una sana y bella forma de vida política en la que la democracia representativa lo sea todo – y no nada, como ahora-, y de paso, Miguel pueda presentarse y ser elegido Jefe del Estado. Frente al engendro del Estado de Partidos, avizoramos la naciente constitución de la libertad política, que ya sabemos con qué nombre vendrá al mundo.
Se aclara la crisis
La crisis del partido popular está revelando la crisis del sistema establecido. Las palabras del rey reconociendo que el partido socialista es su favorito con sus elogios al Sr. Rodríguez Zapatero han dado un giro inesperado a la situación echando más leña al fuego. Nadie podrá dudar ya de quién es el director de la orquesta y que la operación emprendida por el Sr. Rajoy no tiene otro objeto que domesticar a su partido a satisfacción del consenso. Quizá con la esperanza, o la promesa, de que, una vez conseguido, podrá turnarse con el Sr. Rodríguez Zapatero a lo Cánovas y Sagasta. También parece que empieza a estar claro el objetivo final de la Instauración. ¿Se trata del problema de la sucesión? El Sr. Rodríguez Zapatero, ha dicho el Monarca, “sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué y para qué hace las cosas”. Por las trazas, el objetivo es disolver la Nación Histórica, en sí misma una suerte de mineral compacto, la conciencia de los españoles de formar una Nación, organizándola en pequeños semi-Estados Autonómicos rivales, reduciendo el Estado a una oficina de registro, archivo e intercambios. Eso le daría una función a la Monarquía, que podría hacer de relaciones públicas entre ellas y mediar en sus disputas. Al mismo tiempo, la haría indispensable. Puede parecer absurdo, pero a juzgar por los datos es lo que hay. Las Naciones Históricas son muy peligrosas para las Monarquías si se toman en serio lo de que la soberanía le corresponde a la Nación. La Asamblea de Frankfurt de 1848 le ofreció la corona imperial de Alemania a Guillermo IV de Prusia. Pero Guillermo, bien aconsejado, puso como condición ser investido por la gracia de Dios –por la voluntad de Dios- no de la Nación, a la que representaba la Asamblea. Como se sabe, al no acceder ésta, el rey de Prusia no aceptó el ofrecimiento. Bismarck hizo emperador a su sucesor utilizando la diplomacia y la fuerza. Y es que, en último análisis, lo único que justifica a las Monarquías es el derecho divino de los reyes. En el fondo, las disputas constitucionales del siglo XX español se centraron también en quien debiera ser el soberano: ¿el Monarca o la Nación? Si la Nación es el titular de la soberanía la institución monárquica está siempre en peligro. Esto parece ser lo que hay en el trasfondo de la “renovación” por Rajoy del partido popular, donde, velis nolis, quedan los mayores y más fuertes residuos más o menos organizados del legítimo sentimiento nacional. Objetivamente, la operación tiene sin duda ese sentido. Si el Sr. Rajoy la lleva a cabo con éxito, la suerte está echada, por lo menos desde el punto de vista de los intereses de la Instauración. Si pierde, seguramente se fortalecería el sentimiento nacional, arrasado por el consenso.
Abogacía dependiente
La administrativización de la Justicia es consecuencia directa de la inseparación de poderes. Su excesiva burocratización proviene de la necesidad de un control político de tal intensidad, que afecta incluso a la actividad de los profesionales de libre ejercicio que intervienen en el proceso judicial. Si el sometimiento de la Jurisdicción (Jueces, Secretarios, Fiscales…) a la clase política a través de órganos rectores elegidos por ésta resulta de una evidencia incontestable, es igualmente necesario denunciar cómo sus tentáculos alcanzan incluso a los profesionales del Derecho que no integran la denominada “Administración de Justicia”. Fachada del Colegio de Abogados de Madrid (Fuente ICAM) La obligatoria integración de Abogados y Procuradores en Colegios Profesionales configurados como Órganos Administrativos cuyo presupuesto y medios dependen en su mayor parte de asignaciones presupuestarias, coarta la imprescindible independencia en el ejercicio de la Profesión al atribuir a esta Administración Corporativa facultades reguladoras y disciplinarias. No es de extrañar que macrodespachos multimillonarios y personajes incombustibles acostumbrados a medrar al calor del poder político intenten copar Decanatos de Colegios. Resulta ejemplar como la Ley sobre el Acceso a las Profesiones de Abogado y Procurador de los Tribunales puso en manos de los Colegios la capacitación profesional gestionando y otorgando licencias de ejercicio, con un sistema de cursos y prácticas en Despachos, cuya homologación corresponde a la misma Administración Corporativa a cambio de un apoyo explícito al “Pacto por la Justicia” consensuado por los partidos. La imprescindible independencia del abogado, sólo será real cuando la Colegiación sea potestativa y no obligatoria, atribuyendo a los Tribunales Superiores de Justicia las facultades de censo, control del cumplimiento de las condiciones académicas de acceso a la profesión y deontológico, de la actividad profesional. De la misma forma, la provisión de los medios y fondos necesarios para la digna existencia de una Justicia Gratuita para aquellos que no puedan asumir los costes de una asistencia jurídica de pago correspondería a los propios TSJ, organizando y sufragando el correspondiente Turno de Oficio. Con ello, los Colegios Profesionales dejarían de ser mera Administración Corporativa, para convertirse en verdaderas asociaciones de profesionales en las que, lejos de primar sinecuras económicas y políticas, la continua formación de postgrado y la defensa y dignidad de la Profesión constituirían la verdadera razón de su existencia.
Profesores
Busto de Bertrand Russell (foto:ruselldavies) La Universidad Española es una de las peores de Europa. Lo demuestran todos los rankings internacionales, la pobreza extrema en premios Nobel y las dificultades económicas por las que algunas atraviesan. Recientemente, las universidades valencianas se declararon en estado de pre-quiebra. A pesar de la calamidad del saber hispano, los rectores detentan el orgullo de regentar algunas de las más antiguas instituciones del saber europeo. ¿Por qué? La Universidad española y sus mandamases se aferran a un modelo enemigo de las pasiones del saber. E inventan falsas disyuntivas para permanecer, orgullosos, entre las ruinas del baby-boom instruido y alienado por la economía del pelotazo juancarlista. Ante la hecatombe del modelo "coraje taurino, sol y todos al ladrillo", el cambio de paradigma en la "enseñanza superior" amenaza la apacible decadencia rectoral. Ante este panorama de crisis, los rectores se apresuran a contraponer la figura del investigador con la del profesor: "No todos los investigadores son buenos profesores". Esta estupidez es el argumento de mayor peso que los rectores poseen para seguir al mando de las instituciones más improductivas, y aferrarse al viejo modelo universitario de financiación a cambio de la instrucción de masas pasivas en el saber y serviles en el poder. Cualquiera que posea interrogantes como lanzas que perforan el cerebro, no perderá ni un minuto sin hacer suya la máxima de Francis Bacon: " De lejos, la mejor prueba es la experiencia"; o someterse al compromiso de Albert Camus: "No puedes adquirir experiencia mediante la realización de experimentos. No puedes crear la experiencia. Debes sufrirla." En los países anglosajones el término de profesor está reservado a aquellos investigadores que han contribuido de forma única al avance del conocimiento en una materia determinada a lo largo de una prolongada carrera. Se considera que los descubridores son capaces de comprender mejor y sólo el que comprende es capaz de enseñar. Lo demás, la pedagogía, es un sucedáneo edulcorado para los que no poseen ni pasiones de acción, ni de pensamiento y prefieren ocupar una cómoda vacante estatal a la sombra de "la enseñanza superior" que someterse al empirismo radical para conseguir como dijo Russell: the slow achievement of men emerging from the brute.

