Don Juan José Ibarreche (foto: fotosmak) La concreción del poder en una sola persona –Monarquía- enlaza con la realidad de la mente lingüística, con la cultura patriarcal y familiar, con la tradición que identifica la Política con el monopolio de la fuerza bruta y con la trayectoria histórica de la humanidad mucho mejor que la conquista común de la libertad que representa la República. Es normal que el esfuerzo que esta requiere, produzca rechazo en los espíritus perezosos y acomodados e inquietud placentera en los cuerpos satisfechos. Pero mientras la República jamás podría negar la Política que forma parte de su ser, es decir, mientras la República es ontológicamente política, la Monarquía es muy habitualmente antipolítica o, al menos, representa la tendencia a suspender esa faceta de nuestra especie o a convertirla en responsabilidad de otros.   Cuando los compromisos pre-políticos, el consenso, la estatalización de los "agentes sociales" y el maridaje entre prohombres de la economía y de la política en el hogar de la corrupción institucional -información privilegiada, favoritismo e impunidad- niegan la posibilidad de verdadera política y condenan a la sociedad civil a la contemplación de la tiranía espectacular, los políticos de clase actúan como si pugnaran por el poder, con insultos inocuos, teatrales. Ahora que el fracaso tribal ha convertido en carroña al señor Rajoy y su hedor mediático permite unos meses de verdadera política, aunque sea censitaria y necrófaga, ellos, nuestros políticos, niegan que exista y la ejercen por lo bajinis, disimulando. El mayor desprecio a la sociedad, hablar con terroristas en su nombre, es alta política si participa en las conversaciones el Gobierno del señor Rodríguez; si con la misma catadura moral y parecidas mañas el Presidente Ibarreche plantea la cuestión a sus súbditos, es locura. Cuando no hay política nos dicen que sí; cuando sí, que no. Pero para el ciudadano siempre es nunca.   El ahora del poder, en una sociedad sana, es poiético. No en el sentido instrumental, teleológico o fabril, no se trata de vivir en el hormiguero de los homo faber, sino en la sociedad donde los homo sapiens no encuentran ninguna cortapisa no natural -o institucional por decisión propia- a la realización de sus actividades, incluida la política. La poiesis social significa hacer común y en la creación civilizada es donde la Monarquía se descompone. Puede arbitrar a duras penas, pero no improvisar ni aglutinar.

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