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lunes 22 diciembre 2025
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Patología de la Transición: Pensar es el primer paso

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Este 18 de julio regresa al teatro Patología de la Transición, la obra escrita y dirigida por Alberto Gálvez que desmantela, con rigor y belleza dramática, la mitología política de la llamada «Transición española». El acontecimiento tendrá lugar en el Teatro Victoria sito en la calle Pez, número 17, a las 20:00 horas.

Uno de los tabúes más férreamente protegidos por el régimen del 78 es la mitología de la Transición. La Transición, escribe Diego Oña, «fue un proceso político dirigido por el gobierno franquista y la oposición que aceptó la reforma». La Transición, punto de partida de problemas ya crónicos en la política española, fue una operación de continuidad del franquismo, pactada entre élites, maquillada de democracia. Una farsa en la que la libertad política colectiva fue sustituida por el consenso.

Efectivamente, la obra Patología de la Transición ha vuelto a escena. Ricardo Silvestre, en su canal de YouTube Primum Gradus, ha dedicado su último programa a hablar con Pedro Manuel González, abogado y comunicador incansable, y con Alberto Gálvez, autor y director de la obra, del legado de Antonio García-Trevijano, y del silencio impuesto por el régimen del 78.

La obra no se limita a recordar. No se contenta con la memoria. Lo que hace es poner la herida sobre la mesa, para que no podamos seguir haciendo como si no estuviera. Tan es así que Patología de la Transición no es solo un homenaje a don Antonio García-Trevijano —nacido un 18 de julio—, es una provocación. La figura de don Antonio volverá a alzarse en las tablas como lo que fue: la única voz que no se doblegó. Una voz silenciada no por estar equivocada, sino por tener razón.

Lejos del academicismo estéril, de la cultura subvencionada y del revisionismo interesado, Alberto Gálvez propone una mirada crítica sobre la construcción política y simbólica del régimen de poder actual. Desde el legado oculto —y deliberadamente ocultado— de Antonio García-Trevijano, hasta las estructuras de dominación que se disfrazan de consenso, su obra articula una denuncia tan divertida como implacable. La escena en la que los payasos se reparten el cadáver del dictador es una metáfora certera de esa Transición convertida en negocio de Estado.

La obra no recita consignas ni repite tópicos. Abre preguntas, incomoda, traza genealogías… Sobre todo, recuerda lo que el régimen del 78 trata de enterrar: que no hay democracia sin libertad constituyente, y que el régimen actual no fue elegido, sino pactado entre élites sin legitimidad democrática.

Si no aceptas etiquetas ni cobardías; si sabes que la partitocracia española está maquillada de democracia; si sigues sin entender por qué todo ha cambiado para que todo siga igual, no te puedes perder el bisturí fino de Alberto Gálvez. Hablar de la Transición no es una anacronía: es interpretar un manual de advertencias, ver la imagen de un espejo incómodo y, a veces, descifrar un mapa mal doblado que aún señala salidas.

El 18 de julio no es una fecha neutra. Y esta obra, tampoco lo es. Asistir a Patología de la Transición no es solo una experiencia estética: es una toma de conciencia. Si eres de los que ya no tragan con lo del «pacto de la Transición» y quieres saber más, ven, difunde, habla, porque el primer paso para salir del engaño no es votar, es pensar. Tienes disponible tus entradas en este enlace. Gracias por tu amable atención.

Ante el horizonte de la libertad política colectiva

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El MCRC tiene como finalidad que el pueblo español descubra y conquiste su propia libertad política colectiva.

Fuentes:
Radio libertad constituyente: http://www.ivoox.com/rlc-2017-11-30-piensa-veras-audios-mp3_rf_22386747_1.html

Música: Andante. BWV 1034. J.S.Bach.

El mito de la Transición vuelve al escenario

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Este 18 de julio regresa al teatro Patología de la Transición, la obra escrita y dirigida por Alberto Gálvez que desmantela, con rigor y belleza dramática, la mitología política de la llamada «Transición española». El acontecimiento tendrá lugar en el Teatro Victoria sito en la calle Pez, número 17, a las 20:00 horas.

En escena, el espectador no encontrará la consabida exaltación de una época «ejemplar», sino una sátira cruda y lúcida que denuncia lo que verdaderamente ocurrió: una reforma del franquismo diseñada para conservar el poder y no para entregárselo al pueblo. Como bien recuerda la obra, no hubo ruptura democrática ni proceso constituyente: se pasó «de la ley a la ley», y el resultado fue un Estado de partidos cimentado en el consenso y el reparto del botín institucional.

En conversación reciente en el programa Informa Radio dirigido por Isabel Valero, Pedro Manuel González, abogado y comunicador incansable, y Alberto Gálvez, autor y director de la obra, han compartido con valentía las claves de esta segunda puesta en escena. Ambos coinciden: la mentira de la Transición no ha sido superada, sino elevada a dogma de fe constitucional. Y por eso, esta obra no solo es necesaria: es urgente.

Si en marzo el impacto emocional de la función fue rotundo, esta vez el objetivo es aún más claro: convertir el teatro en un espacio de verdad política. Por eso la obra viene en formato de representación teatral seguida de un coloquio en el que podrán participar todos los asistentes, convirtiendo el Teatro Victoria en un lugar de resistencia política, con su escenario como herramienta crítica.

La figura de Antonio García-Trevijano vuelve a ocupar el lugar que le fue negado por todos los partidos del régimen del 78. En la obra, su pensamiento resuena como un acto de justicia. No se trata de reivindicar a un mártir, sino de rescatar la única voz que defendió la libertad política colectiva en medio del pacto generalizado de sumisión.

El 18 de julio no es una fecha neutra. Y esta obra, tampoco lo es. Asistir a Patología de la Transición no es solo una experiencia estética: es una toma de conciencia. Si eres de los que ya no tragan con lo del «pacto de la Transición» y quieres saber más, puedes adquirir tus entradas en este enlace.

Estado: origen de la forma histórica de lo político (III)

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Leviathan

«[T]omando para sí poderes y conceptos» exclusivos de la ecclesia, «no reconociendo ningún poder en el exterior» y «monopolizando poderes antes dispersos en el interior del reino», resultado de «un proceso agregativo», resultó en «el monopolio del poder legítimo en un centro del que derivan las demás potestades»[i].

De soberano político a soberano político-jurídico y, paradójicamente, antipolítico[ii] por su posición de prius inter pares y monopolio de la Daseinsvorsorge (procura existencial)[iii]. El Estado es la concreción institucional permanente que, en construcción dialéctica secularizada a la ecclesia, monopoliza lo político y se conforma apolítico porque monopoliza la decisión existencial: salus populi suprema lex est[iv].

Frente a la guerra civil (Behemoth), el Leviathan es la «representación ideográfica» —«simbólica o icónica»— del «Estado en la realidad» que «transcribe» o grafica de lo representado[v]. Es un sujeto político nuevo, «totalmente moderno», mucho más «fuerte», «totalizador» y «con una vocación omnicomprensiva»[vi]. El Estado (Leviathan) «es la antítesis de la guerra civil [Behemoth[vii], es la unidad política neutral resultante de la decisión de lo político.

Soberanía jurídica: Monopolio de determinación del derecho

En el «proceso agregativo» faltaba por monopolizar la facultad de determinar qué es derecho, antes del monopolio de creación y asimilación positivista derecho-legislación. El «orden jurídico medieval» se conformaba de una multiplicidad de «ordinamenti giuridici primarii» («ordenamientos jurídicos primarios») que producían «diritto nel proprio ámbito e secondo il proprio livello di azione sono» («derecho dentro de su propio ámbito y según su propio nivel de acción»)[viii].

Era la società civile —en realidad cada grupo determinado por criterios subjetivos— quien «spontaneamente, dal basso, dalle pieghe stesse della esperienza quotidiana, individua e conia rapporti e istituti giuridici e Dove sono i privati stessi la primaria fonte produttiva»[ix].

En lo que aquí respecta, la soberanía jurídica implica el tránsito de la «heterogeneidad a la homogeneidad del orden jurídico». Un derecho de «surgimiento espontáneo» de «conversión de normalidad en normatividad», «primacía del derecho viejo sobre lo nuevo» y del «derecho subjetivo» sobre «objetivo», que solo era «efectivo en la medida en que su titular fuera capaz de hacerlo valer». Aunque los medios eran cualesquiera que fueran pertinentes, incluso la resistencia armada[x].

En este «orden jurídico» heterogéneo, sin ordenamiento, las fases de un contingente «proceso agregativo» resultó en el monopolio de determinación del derecho y, posteriormente, de su creación. Primero, con la formación de un «derecho general o común» en recopilaciones de costumbres regionales, pero de aplicación a todo el reino, «una tendencia a la sustitución de la costumbre por la ley». Simultáneamente, el Corpus Iuris Civilis se consideraba la ratio scripta, «derecho de los emperadores romanos» que «podía ser aplicado por el rey en el ámbito de su reino»[xi].

Estas primeras tendencias en la «objetivación» del derecho, su «racionalización» y, especialmente, la «centralización» —en tanto que «aparato centrípeto di organizzazione e coazione»[xii]—. Aunque, el «primer paso y en verdad decisivo» lo supuso su «regulación [autoregulación], sometiéndola a ciertas formas y requisitos para su licitud», así como de la guerra en derecho internacional que fue posteriormente prohibida y concebida como «violencia legítima» monopolio del Estado[xiii].


[i] Manuel García-Pelayo, «Hacia el surgimiento histórico del Estado moderno», 2, p. 117, inédito de 1977, publicado en Idea de la política y otros escritos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales (CEC), 1983, pp. 107-133.

[ii] No es que sea «apolítico», si no que en tanto soberano político es unidad de decisión. Por tanto, tanto poder supremo como primus inter pares (en sentido de la monarquía medieval) y decisor (que se manifiesta en la excepcionalidad, pero que lo es siempre).

[iii] Es un término formulado por Ernst Forsthoff, discípulo de Carl Schmitt, en Die Verwaltunga ls Leistungsträger, Stuttgart, Kohlhammer, 1938.

[iv] La máxima es más que conocida, original de Marcus Tullius Cicero (españolizado Marco Tulio Cicerón), De Legibus, III, III, VIII.

[v] José Calvo González, «Iconografías políticas fantásticas: El “Leviathan” hobbesiano», 1-2, pp. 456-457, Anuario de filosofía del derecho, 1988, Núm. 5 (Nueva época), pp. 455-474.

[vi] Paolo Grossi, El novecientos jurídico: Un siglo posmoderno, II, 4, p. 72, Madrid, Marcial Pons, 2011, traducción de Clara Álvarez.

[vii] Dalmacio Negro, «Los partidos políticos en España ante el año 2000», I. 3, p. 535, Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, N.º 77, 2000, pp. 531-578.

[viii] Paolo Grossi, «Un diritto senza Stato: La nozione di autonomia come fondamento della costituzione giuridica medievale», II, p. 272, Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, Núm. 25, 1996, 267-284 (trad. española de Ana Matilde Kissler Fernández, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, N.º. 9, 1997, pp. 167-178).

[ix] Ibid., II, p. 273. En español (según la trad. citada): «es la misma sociedad civil quien espontáneamente, desde abajo, desde los pliegues mismos de la experiencia cotidiana, establece y forja relaciones e instituciones jurídicas y donde los mismos sujetos privados constituyen la primera fuente de producción» (pp. 171-172).

[x] Manuel García-Pelayo, «Hacia el surgimiento histórico…», Opus cit., 2. E, pp. 123-124.

[xi] Ibid., 2. E, pp. 124-125.

[xii] Paolo Grossi, «Un diritto senza Stato…», Opus cit., II, p. 270.

[xiii] Manuel García-Pelayo, «Hacia el surgimiento histórico…», Opus cit., 2. E, p. 125.

Cartas XIV y XV: El saqueo: único sacramento del capitalismo moribundo y El dragón que guarda el estrecho (y Washington le suplica)

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Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley.

Cuando las bombas escoltan a los barriles, y el dólar baila al ritmo de la pólvora

Querido Hassan:

Mientras camino por las callejuelas de Estambul, donde vendedores de pistachos discuten índices bursátiles y bombardeos con idéntica fiebre, me asalta una verdad sombría: el capitalismo ha dejado de producir. Solo saquea. Como un vampiro senil que chupa sangre fresca para olvidar su propia putrefacción.

¿Recuerdas, hermano, cuando los sumos sacerdotes del «libre mercado» prometían paz? Afganistán sería la nueva Dubái; Irak, un oasis de gasolineras y votos; Libia, el puerto dorado del FMI. Hoy solo quedan escombros que mendigan limosnas ante embajadas cerradas. Occidente ya no conquista por civilización o petróleo: conquista por necesidad. Sus arcas —como odres rajados— solo retienen deudas. Su industria fantasma habita en sweatshops de Bangladesh. Su hegemonía flota sobre portaviones herrumbrosos. Como diría Marx con un narguile en la mano: «Cuando el capital deja de parir hijos legítimos, viola al mundo».

Y entonces, Hassan, aparece la ONU: no como árbitro, sino como notario de los ladrones. ¿Recuerdas aquel debate sobre sanciones a Irán mientras drones estadounidenses destripaban bodas en Yemen? ¿O la condena a Rusia por Ucrania, mientras Areva —esa hidra francesa— robaba uranio en Níger con contratos firmados con sangre? El doble rasero no es hipocresía: es liturgia. Las «intervenciones humanitarias» son contratos de rapiña: Francia vende misiles a Arabia Saudita y llora por niños yemeníes; EE.UU. presta millones para reconstruir Gaza tras financiar su destrucción; Alemania envía tanques a Kiev mientras firma acuerdos gasísticos con Qatar. ¡Una orgía bendecida con incienso de Ginebra!

Pero el arma más letal, Hassan, no es el drone. Es el dólar: ese papel verde bendecido por la Reserva Federal que mata economías con un clic. Imponen sanciones, congelan reservas, estrangulan el SWIFT… y si la víctima respira aún, envían misiles. Venezuela, Irán, Rusia —todos aprendieron la lección: independencia monetaria es herejía castigada con fuego. Observa el ritual: primero, el Washington Post acusa a un país de «dictadura»; luego, el Tesoro congela sus activos; finalmente, Raytheon prueba bombas «quirúrgicas». El dólar vuela escoltado por misiles Tomahawk, como un ángel exterminador con corbata de Brooks Brothers.

Mientras doblaba esta carta cerca del Cuerno de Oro, Hassan, un vendedor kurdo —sus manos agrietadas como mapas del Éufrates— me susurró: «Quien roba pan va a la cárcel; quien roba países recibe el Nobel de la Paz». Occidente ya no tiene economía: tiene botín. Su PIB es humo de derivados financieros; su deuda, un agujero negro; su moral, mercancía de outlets.
Por eso invaden. Por eso saquean. Por eso llaman «reconstrucción» al expolio. Como escribió Al-Ghazali en La incoherencia de los déspotas: «El tirano que no siembra, arrasa. Y quien arrasa, será devorado por su hambre infinita».
Esta bestia moribunda se alimenta de sangre porque olvidó el sabor del trigo.

Sheij Naser al-Khorasani.

Carta XV: El dragón que guarda el Estrecho (y Washington le suplica): Cuando el Imperio de las Sanciones descubre que su víctima controla la sed del mundo

Querido Hassan:

Desde este café de Estambul, donde mercaderes sirios trazan rutas petroleras sobre manteles manchados de kaymak y té amargo, retornan a mí las palabras de Hafez: «El tigre que gruñe a la luna no entiende que la noche tiene otros guardianes». Jamás esta verdad retumbó —como bien apuntas— con tanta claridad mientras observaba al senador Marco Rubio, ese firangi floridano cuyo conocimiento de Asia cabe en la etiqueta de una botella de ron barato, suplicar a China que calmase a Irán. ¡Occidente ha reducido la geopolítica a un zoco donde hasta los enemigos venden misericordia a crédito!

Déjame pintarte la escena, hermano de mi alma: Washington tiembla ante el puro espectro de que el Estrecho de Ormuz —esa garganta por donde bebe la economía global— se cierre como un puño sobre su cuello. Entonces Trump, ese sheij del petróleo que confunde tanques con tuits, ordena a su bufón Rubio llamar a Pekín. ¿A quién? Un funcionario de tercer nivel, un mero kâtip entre miles. ¿El mensaje? «Por favor, Gran Dragón, convenzan a los persas de no estrangular el petróleo… y nosotros fingiremos no ver sus barcos cargados de crudo iraní».

La hipocresía desprende un hedor más acre que el azufre de Mosul. Durante años, Estados Unidos amenazó con «sanciones infernales» a quien osara comprar un solo barril persa. Ahora, cuando su economía se agita como un borracho en una hamaca tropical, ofrecen «permisos especiales» cual cambista que vende aire del desierto. ¡Hasta desempolvaron el cuento de ‘aliviar sanciones’… sobre un comercio que fluyó como el Éufrates bajo la luna! Bien dice el refrán beduino: «El mismo camello que escupes hoy será el que te lleve al oasis mañana».

Observa el teatro de las sanciones, Hassan: un nazr —promesa ritual— tan hueca como las tumbas de los Safávidas. China compró silenciosamente 1.5 millones de barriles diarios en 2023; Rusia e India pagaron en yuanes como quien arroja migajas a un estanque de lotos. ¿Castigos? Palabras para entretener audiencias domésticas, como esos magos de Isfahán que fingen tragar sables ante incautos.

Al ofrecer «no obstaculizar importaciones chinas», Washington no concedía un privilegio: tallaba en mármol su derrota. Hasta el sheij Trump admitió en su palacio digital: «El petróleo debe fluir… aunque sea iraní». Hipocresía de altos hornos, hermano. Como si un mullah prohibiese el vino pero ordenase a sus vecinos que le llenaran la copa en la sombra.

Y aquí reside la belleza del ajedrez celestial: Wang Yi ni siquiera atendió la llamada. Pekín se mantuvo impasible como esos minaretes de Herat que observan tormentas de arena sin inclinarse. ¿Por qué? Porque el Dragón ya tiene lo esencial: contratos petroleros de veinticinco años con Irán, puertos clavados como jambiyas en el Índico, y la Nueva Ruta de la Seda bebiendo del Golfo Pérsico. Porque comprenden que Occidente, cuando tiembla, cambia principios por barriles con la urgencia de un náufrago intercambiando oro por agua salada. Como escribió Sun Tzu: «La mejor victoria es la que se logra sin desenvainar la espada».

Mientras anudaba estas reflexiones, Hassan, un anciano turco de ojos agrietados como cerámica selyúcida me susurró: «Cuando el chacal pide ayuda al león, no es alianza: es la hora de cambiar de zoológico». Este episodio revela la verdad que Bagdad conoció en el siglo IX: Occidente impone reglas que solo obedecen los débiles.

China no «guardó» el Estrecho: dejó que Estados Unidos descubriera su propia irrelevancia. Y mientras Rubio buscaba un número de teléfono entre sus papeles, el Dragón recordó otro verso de Hafez: «Quien controla el agua no grita. Silba, y los sedientos vienen a él».
Hoy, el silbido resonó desde el Mar de la China hasta el Golfo. Y Washington corrió con la lengua seca.

— Sheij Naser al-Khorasani.


Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.

Huelga de jueces y el hipócrita CGPJ

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 272 de «La lucha por el derecho» analiza los fundamentos ridículos de Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) sobre el rechazo del derecho a la huelga a jueces y magistrados.

La huelga de jueces y el CGPJ

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En un movimiento que más que jurídico parece puramente político, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha acordado —por unanimidad, dicen— que la pasada huelga de jueces «no tiene sustento legal». Lo ha hecho con la solemnidad con la que acostumbran los órganos burocráticos cuando pretenden dar apariencia de legalidad a una decisión que en realidad nace de la obediencia política, no del Derecho.

Conviene recordar, porque parece que el tiempo lo borra y la prensa lo bendice, que no existe en nuestro ordenamiento jurídico ni una sola norma que prohíba el derecho a la huelga de los jueces. El artículo 28.2 de la Constitución reconoce expresamente este derecho a todos los trabajadores, sin excepción explícita alguna. Y si bien la Ley Orgánica de Libertad Sindical excluye a los jueces del derecho a sindicarse, no hace lo propio con la huelga. Lo que la ley no prohíbe expresamente está permitido, salvo que haya fraude de ley. Y aquí no hay ni una cosa ni la otra.

Lo verdaderamente escandaloso no es ya que el CGPJ actúe como vocero del Gobierno —pese a ser un órgano que debería velar por la independencia del poder judicial—, sino que se atreva a reescribir el ordenamiento a conveniencia del ejecutivo de turno. Pretenden convencernos de que los jueces, como supuestos titulares de un «poder del Estado», están moral y legalmente impedidos para ejercer derechos laborales. Una falacia jurídica y política.

El judicial no es un «poder» en el sentido político de la expresión. No crea ni ejecuta normas, ni ha de adoptar decisiones políticas y su legitimidad no emana del sufragio, sino de la ley. Es una función estatal que, como tal, debe ejercerse con independencia, sí, pero también con garantías. Precisamente porque la independencia judicial no es una cualidad mística de sus titulares, sino un diseño institucional que debe garantizarse también en lo material, en lo profesional y en lo organizativo.

Y ahí está el quid de la cuestión: si el Gobierno recorta medios, bloquea nombramientos o presiona mediante el presupuesto o la carrera profesional, ¿cómo puede defenderse la independencia sin mecanismos de presión colectiva? La huelga, en este contexto, no es un privilegio, sino un instrumento de legítima defensa institucional.

Pero el CGPJ, nombrado por cuotas políticas, no puede permitirse cuestionar la autoridad de quienes lo sostienen artificialmente en pie. En lugar de defender la independencia judicial, la sacrifican en el altar de la obediencia partidista. Y para ello fabrican, con ropaje jurídico, una resolución que ni se apoya en norma alguna ni pasa el más elemental análisis de legalidad.

Una vez más, no estamos ante un debate jurídico, sino ante un acto político vestido de toga. Y mientras tanto, la independencia judicial, la auténtica, sigue siendo un mito por construir.

Los disvalores socialdemócratas

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Los disvalores de la hegemonía cultural socialdemócrata están generando una educación con falta de valores e ideales.

Fuentes:
Radio libertad constituyente: https://go.ivoox.com/rf/15732256

Música: 3er. mov, allegro .BWV1065 de J.S.Bach.

Carta XIII: El teatro de los títeres ebrios

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Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley.

Sobre guerras que comienzan cuando se declaran victorias, amos que son marionetas y Pandora esperando tras la próxima bomba

“A mi lúcido Rhedi, en la biblioteca de Shiraz:
¿Recuerdas aquel cuento donde un bufón creía gobernar el reino mientras el visir movía los hilos? Trump el Efímero acaba de estrenar su propia farsa: anuncia ‘la gran negociación’ con una mano mientras con la otra firma la orden de guerra. Macgregor, ese coronel que huele la pólvora antes que el perfume de los discursos, desvela el truco: el ataque ya estaba decidido cuando los halcones aún fingían ponderar la paz. El ‘retraso’ de dos semanas no es para deliberar, sino para que los portaaviones —esos mastodontes sedientos— beban petróleo y escupan misiles hacia Persia.”


La guerra eterna que apenas comienza
«Irán no es Irak», advierte Macgregor con voz de profeta belicoso. Occidente baila sobre un volcán: creyó que su ataque sorpresa —ese donde los B-2 rasparon la piel del desierto— sería el acto final. ¡Ingenuos! El contraataque persa, veloz como el guepardo de los montes Zagros, solo mostró una fracción de sus 3000 misiles dormidos. Israel, ese león desdentado que ya ve arder Haifa, enfrenta ahora una guerra de desgaste. Netanyahu suplica a Trump que acelere el paso: sus reservas se agotan, su ‘Cúpula de Hierro’ es un mito, y hasta la BBC cuenta cadáveres en las calles.

El verdadero botín: Petróleo y delirio hegemónico
Tras la cortina de humo, brilla el oro negro. Los mismos señores de Londres y Nueva York que quisieron descuartizar a Rusia —y fracasaron— ahora clavan sus garras en Oriente. Su objetivo: forjar un imperio sionista desde el Éufrates al Mediterráneo, robando el gas y el crudo persa. Netanyahu, ese titiritero con kipá, no es un aliado de Trump: es su amo. Controla el Congreso yanqui con hilos de oro y lágrimas de cocodrilo. Trump, el mercader convertido en verdugo, cree que la sangre iraní regará su reelección.

El error que desatará a Pandora
Aquí yace la locura: EE.UU. planea un ataque masivo con «cientos de aviones» para decapitar a Irán —desde reactores nucleares hasta comisarías de policía—. Pero los búnkeres de Fordow, tallados en roca viva, se burlan de las bombas convencionales. Macgregor escucha susurros aterradores: usarán cabezas nucleares ‘tácticas’ (MRR) para romper la montaña. «¡Insensatos!», grita el coronel. Abrirán la caja de Pandora: la primera explosión nuclear desde 1945, y esta vez… en suelo musulmán.

Y aún hay más necedad: creen que el pueblo iraní, al ver llover fuego sobre Teherán, se alzará contra su gobierno. ¡Como si los mártires de la guerra contra Saddam besaran la mano que los bombardea! Las calles de Irán gritan «¡Muerte a América!», no «¡Salvennos!».

El aislamiento del titán tambaleante
Mientras Trump juega con sus portaaviones —«magníficas fotos en aguas prístinas»—, el mundo se vuelve contra él. Rusia, China, India y los BRICS armarán a Irán. EE.UU. será un paria global. Macgregor lo resume con crudeza: «Una potencia continental de 92 millones jamás será vencida por una isla de 7 millones, aunque la sostenga un gigante cojo». Israel ya está «contra las cuerdas»; sus ciudades son escombros, su ejército agota misiles, y soldados yanquis operan sus defensas. El Tío Sam ha convertido a su ‘aliado’ en un escudo humano.

Epílogo: La trampa sin retorno
Trump no retrocederá. Como Lyndon Johnson en Vietnam, está atrapado en su propia bravuconería. Actúa por impulso, creyendo que es 1991 y que su ejército es invencible. Pero cuando los misiles persas hundan un destructor en el Golfo, o arrasen una base en Qatar, el pueblo yanqui despertará. Preguntará: «¿Por qué nuestros hijos mueren por Netanyahu?». Entonces descubrirán la traición: el Congreso nunca debatió esta guerra. Los senadores, comprados por el lobby sionista, vendieron su honor por shekels.

“Querido Rhedi, este teatro de títeres ebrios confirma el verso de Hafez:
‘El arrogante cree mover los hilos, ignorando que Dios es el titiritero’. Trump es un bufón que canta victorias inexistentes, Netanyahu un visir que incendia el reino para robar las cenizas, y Occidente… un borracho que baila al borde del volcán. Pero cuidado: cuando Pandora abra su caja nuclear, ni dioses ni hombres controlarán el fuego. Desde mi balcón en Estambul, veo la verdad que ellos niegan: Irán no teme a la guerra larga. La ha practicado 40 años. Los imperios efímeros, en cambio, caen al primer soplo del desierto.”


Sheij Usbek (observando el golfo Pérsico convertido en polvorín).


Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.

Estado: origen de la forma histórica de lo político (II)

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MONARQUÍA Y SOBERANÍA: DE BEHEMOTH A LEVIATHAN

Los orígenes institucionales del Estado son indiscutidamente europeos. Empero su origen historiográfico es problemático. Carl Schmitt lo situó, probablemente por la influencia determinante de Jean Bodin (1530-1596) y Thomas Hobbes (1588-1679)[i], en el proceso de pacificación de las guerras civiles de religión[ii].

Manuel García-Pelayo, tomando la posición conceptual de Schmitt, ubicó su origen en el siglo XIII: «Países como Aragón, Castilla, Francia, Inglaterra, los dominios de la Orden Teutónica y las Signorias italianas avanzan en una conformación de la vida política destinada a desembocar en esa forma histórica que suele llamarse Estado moderno, y que algunos —cita inmediatamente a Schmitt— denominan Estado, sin más, negando tal carácter a las formaciones políticas precedentes»[iii].

Frente al carácter mundialista de la respublica christiana o ecclesia universalis, como forma imperial[iv], se conformó el orden autónomo de los regna, del orden jurídico medieval[v], y, finalmente, el Estado[vi]. Las fases sucesivas se instituyen por oposición dialéctica.

REX EST IMPERATOR IN REGNO SUO: AUTONOMÍA POLÍTICA

Frente a la ecclesia, «unidad teopolítica de ámbito universal» que «se extendía a toda la cristiandad» y «abarcaba todos los sectores sociales», aunque distinguía entre esferas «laica» y «religiosa», se «inclinaron» tendencialmente los regna «a no reconocer autoridad superior alguna en materia temporal»[vii]. La proyección de la distinción laico-religioso en la esfera política implicaba diferenciar entre lo temporal y lo espiritual que condujo a la autoafirmación del regno como autónomo en la esfera laica[viii].

Durante el siglo XIII, los reinos hispánicos, franceses y británicos se declararon «exentos» de iurisdictio de la ecclesia, que se limitaba a «constituir una corporación religiosa»[ix]. Los «juristas al servicio de los reyes» inventaron la fórmula rex est imperator in regno suo que implicaba que el rey, en el ámbito de su reino, «tiene un poder pleno y originario y, por consiguiente, sin superior en lo temporal»[x]. Sin embargo, la subordinación o «sumisión» espiritual a la auctoritas en los asuntos religiosos implicó la perduración de la ecclesia como «sociedad universal», ya no en forma imperial con la autoafirmación política de los regna[xi].

En la Europa de la multiplicidad de pequeñas unidades políticas, que no jurídicas, se produjo la escisión de la unidad católica en pluralidad de confesiones. La Reforma protestante del siglo XVI supuso la fragmentación de la unidad espiritual cristiana en facciones y las sucesivas guerras civiles en territorio europeo hasta finales del siglo XVII. En este contexto, los autoafirmados reyes, gobiernos soberanos (políticos) de los regna, tuvieron que decidir «en forma de una itio in partes»[xii].

CUJUS REGIO, EJUS RELIGIO: SOBERANÍA TEOLÓGICO-POLÍTICA

La locución cujus regio, ejus religio conformó el principio de soberanía, antes teológico-política secularizada que jurídica[xiii], propia del Estado[xiv]. Esta fórmula «significaba una salida de las guerras civiles confesionales»[xv].

Frente a la pluralidad de confesiones en un mismo regna, el rey (gobierno y soberano) «determinaba» —decidía— cuál era la única que podía profesarse en su reino. El soberano político decidía la unidad religiosa del reino para la terminación de la guerra civil, «such a war as is of every man against every man»[xvi]. Toda guerra civil es una guerra existencial y perpetua, en tanto que enemigos políticos: «a perpetual war»[xvii].

El gobierno —en trance de formación del Estado— se erigía, en tanto soberano, como decisor en la guerra civil religiosa en el territorio de su regna. Así, itio in partes, decidía la única religión del territorio bajo su dominio —relativo en cuanto a capacidad de orden y mando—. Por tanto, se formaron unidades territoriales autoidentificadas en la extensión territorial y cuyo decisor se constituía antipolítico. No había, pues, enemigos en el interior.

El «universalismo» católico altomedieval se transformó en un «pluriverso político con tantos centros como regna» y por último, en este proceso, como Estados, cuya complejidad fue en aumento[xviii].


[i] Vid. Carl Schmitt, «Ex captivitate salus», 4, en Ex captivitate salus: Experiencias de la época 1945-1947, Madrid, Trotta, 2010 (original Ex captivitate salus: Erinnerungen der Zeit 1945/47, Colonia, Greven Verlag, 1950). La edición de trotta de Julio A. Pardos, traducción de Anima Schmitt de Otero, hija del propio Carl, podría decirse que es, en español, la edición definitiva.

[ii] Es una tesis reiterada en su obra. Vid. Carl Schmitt «El Estado como concepto vinculado a una época histórica», Veintiuno: Revista de pensamiento y cultura, 1998, Núm. 39, pp. 67-82, trad. española de Francisco A. Caballero (original: „Staat als ein konkreter, an eine geschichtliche Epoche gebundener Begriff“ (1941), incluido en Verfassungsrechtliche Aufsätze: Materialen zu einer Verfassungslehre, Berlin, Duncker & Humblot, 4 Auf. 2003, pp. 375-385); «Ex captivitate salus», 4-5, Opus cit.; y «La revolución legal mundial: Plusvalía política como prima sobre legalidad jurídica y superlegalidad», 3, p. 12, Revista de estudios políticos, N.º 10, 1979, pp. 5-24 (original: „Die legale Weltrevolution: Politischer Mehrwert als Prämie auf juristische Legalität und Superlegalität“, Der Staat, vol. 17, N.º 3, 1978, pp. 321-339).

[iii] Manuel García-Pelayo, «Hacia el surgimiento histórico del Estado moderno», I, p. 141, inédito de 1977, publicado en Idea de la política y otros escritos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales (CEC), 1983, pp. 107-133.

[iv] Son formas políticas «espontáneas», «naturales» la Ciudad, el Reino y el Imperio. La Iglesia es un supuesto problemático, aunque puede adoptar la forma de Imperio (imperio mundi). El Estado es una forma de lo político «artificial», «un mecanismo». Para las tipologías, vid. Dalmacio Negro, Historia de las formas del Estado: Una introducción, I, III, 2, Madrid, El buey mudo, 2010.

[v] Paolo Grossi, «Un diritto senza Stato: La nozione di autonomia come fondamento della costituzione giuridica medievale», Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, Núm. 25, 1996, 267-284 (trad. española de Ana Matilde Kissler Fernández, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, N.º. 9, 1997, pp. 167-178).

[vi] Manuel García-Pelayo, «Hacia el surgimiento histórico…», Opus cit., 1, pp. 110-117.

[vii] Ibid., 1. C, i-ii, pp. 113-114.

[viii] Ibid., 1. C, i, p. 113.

[ix] Ibid., 1. C, ii, pp. 114-115.

[x] Ibid., 1. C, ii, p. 115.

[xi] Ibid., 1. C, ii, pp. 115-116.

[xii] Carl Schmitt, «La revolución legal mundial…», Opus cit., 3, p. 12.

[xiii] Ibid., 3, p. 12.

[xiv] El Estado es monopolio político y jurídico, vid. Dalmacio Negro, Gobierno y Estado, VI, p. 47, Madrid, Marcial Pons, 2002.

[xv] Carl Schmitt, «La revolución legal mundial…», Opus cit., 3, p. 12.

[xvi] Thomas Hobbes, Leviathan or The Matter, Forme, & Power of a Common-wealth Ecclesiasticall and Civil, 1651, I, 13. En español: «guerra de cada hombre contra cada hombre» (ed. española Leviatán, Madrid, Alianza, 1989, traducción de Carlos Mellizo).

[xvii] Ibid., II, 24. Un párrafo previo lo resume con claridad: «And therefore if any two men desire the same thing, which nevertheless they cannot both enjoy [que puede ser el poder], they become enemies; and in the way to their end (which is principally their own conservation, and sometimes their delectation only) endeavour to destroy or subdue one another» (I, 13).

[xviii] Manuel García-Pelayo, «Hacia el surgimiento histórico…», Opus cit., 1. D, p. 116 y 2, pp. 117-130. Sobre el aumento de la complejidad estatal, que es relevante en cuanto a las formas del Estado, vid. «El crecimiento de la complejidad estatal», en Las transformaciones del Estado contemporáneo, Madrid, Alianza, 1985, Segunda edición ampliada.

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