El decoro de los pueblos, su urbanidad, se refleja primordialmente en la exactitud o adecuación de los adjetivos que usan para calificar en público la conducta de gobernantes y poderosos. Tan indecorosos son los epítetos que expresan elogio excesivo, signo de servilismo heredado, como la reprobación timorata, señal de miedo a la autoridad. Las sociedades europeas con tradición autoritaria del Estado nunca alaban sin adular, ni condenan sin paliar. El contraste con los pueblos anglosajones en general, y con EE.UU. en particular, denota las diferencias en libertad de expresión. Entre nosotros es inconcebible que gobiernos, jefes de partidos y medios de comunicación llamen sinvergüenzas a los malhechores desde posiciones de poder, como acaba de hacer el Presidente Obama, llamando sinvergüenzas a los altos ejecutivos enriquecidos con la ruina de las empresas que les pagan. La desvergüenza, descaro cínico o ineducado, no contiene la nota infamante de la palabra sinvergüenza. Más denigrante aún que la de vulgar delincuencia.   Ninguna autoridad, partido o medio de información llamó sinvergüenza, aunque lo era, a Felipe González, cuando gobernaba mediante corrupciones personales y de partido, torturas, escuchas ilegales y asesinatos. Es decir, con los mismos medios ilícitos por los que más del 60 por ciento de la opinión estadounidense, y el Senado, han aprobado una “comisión de la verdad” para investigar el alcance de los mismos delitos cometidos por la Administración Bush. Nadie llamó sinvergüenzas a los Magistrados del TS que, para no estigmatizar al señor X, lo disculparon de comparecer en los procesos contra los cumplidores de sus órdenes. Tal sinvergüenza sigue siendo respetado. Ninguna autoridad, partido o medio informativo llamó sinvergüenza, aunque lo era, a José María Aznar de las Azores, cuando se dirigió por televisión a los españoles pidiéndoles que miraran como de sus labios salía la información de que Bush le había mostrado pruebas objetivas de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Y ahora puede ser llamado, como testigo de evidencias delictivas, por la “comisión de la verdad” que investiga en EE.UU., los crímenes de lesa humanidad que trajo consigo aquella terrible mentira. Y tal paladín de la sinvergonzonería sigue siendo respetado. Nadie llama sinvergüenza, aunque lo es, al Sr. Zapatero, por retrasar maliciosamente la información sobre la crisis económica, a causa de su conveniencia personal, aumentando el tiempo y los daños que causará salir de ella con más dilación de la que era necesaria.   florilegio "No llamar sinvergüenzas a los que son poderosos, para no entrometerse en la intimidad de su honor, implica desprecio o ausencia del honor propio."

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