Del mismo modo que la primera víctima en todas las guerras, incluso en las defensivas, es la verdad informativa de los hechos que las justifican, en las grandes crisis económicas lo primero que desaparece del panorama mental, sin que nadie lo planifique, es el valor de todas las teorías que pretenden dar categoría científica y dimensión ética al conocimiento de la economía. Hasta tal punto es cierta la observación de esta constante, en los fenómenos de cambio de mentalidad ante la acción económica, que ha hecho veraz la idea de que toda teoría económica no ha sido más que la respuesta estructural del pensamiento lógico -derivado siempre de una concepción prototípica del “homus economicus”-, a una determinada coyuntura critica de la economía real. Dicho con otras palabras, las grandes crisis dejan obsoletas las pretensiones preventivas, predictivas o normativas de la teoría económica.   La crisis actual ha resucitado a Roosevelt y Keynes. Dos hombres de genio auténtico que, por caminos paralelos, encontraron la respuesta del sentido común al doctrinarismo liberal que anteponía su credo a las soluciones prácticas del paro y de la atonía de la inversión privada. Se cree que el hombre de Estado siguió los consejos del sabio. Pero está probado que Roosevelt nunca leyó la carta que Keynes le dirigió en 1933, recomendando el déficit presupuestario para un programa de vastas obras públicas que hiciera frente al desempleo. Este economista y matemático, patrón de los gobiernos europeos durante la década de reconstrucción que siguió a la guerra mundial, fue injustamente condenado al ostracismo cuando se creyó que la gran inflación era debida a la aplicación de su teoría, y no a la incompetencia de aquellos gobiernos partidistas que aumentaban la circulación monetaria, sin un paralelo aumento de la producción de mercancías, y no supieron prevenir las causas políticas que determinaron el alza repentina del precio del petróleo a comienzos de los años setenta.   El Tratado de Maastricht conmutó la pena de ostracismo keynesiano por la de muerte, al prohibir el déficit presupuestario en los Estados de la Comunidad europea. Una prohibición, paliada con la tolerancia de un tres por ciento, que hoy atormenta a todos los Gobiernos de la UE. Recién aprobado aquel funesto Tratado, tuve la oportunidad de denunciarlo, en una conferencia ante economistas, por dejar maniatados a los gobernantes, en épocas de depresión, para reactivar el empleo de los recursos humanos.   florilegio "Cuanto más incierto es el porvenir, más necesario parece encontrar socorro en el pasado. Y cuanto más se repite éste, más hace fracasar el presente."

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