En lo público se acentúa, cada vez más, la tendencia vital, propia de la juventud y característica común de las sociedades salientes de una guerra, a vivir el presente día a día, como si éste no fuera efímero enlace del pasado al futuro. Los jefes de la UE nos han mostrado lo arraigada que está, en la clase gobernante, su indeclinable propensión a no pensar las consecuencias de sus decisiones, hasta después de tomarlas. El Presidente francés lo decía con claridad cartesiana: primero salvemos a los bancos, después ya veremos lo que se hace para que la economía especulativa no prevalezca sobre la productiva. Contra toda lógica, el sentido del común, que no es el prudente sentido común, comparte esta vulgar sabiduría.   La positiva reacción de las bolsas a las medidas adoptadas por los Estados para dar liquidez inmediata a los bancos de la UE continental –que dicho sea de paso no son de signo nacionalizador como las de UK y EEUU-, está ya siendo considerada, por gobiernos, estamentos financieros y medios de comunicación, como una corroboración científica de la hipótesis sobre la causa especulativa -eficiente y suficiente- de la crisis, y la adecuación de la terapia aplicada. Un tipo de optimismo tan repentino, excretado catárticamente con el pánico generado por el anterior pesimismo, que no está justificado.   Las bolsas no son campos de verificación directa del estado de la economía productiva. Por su propio juego institucional, pronosticador del futuro de las sociedades cotizadas, las bolsas sólo son termómetros de medir los grados de fiebre especulativa de los inversores sobre las grandes empresas. Mas del 80% del PIB no está en lo cotizable. Las bolsas han subido con la misma intensidad de sus bajadas, porque confían más en un Estado avalista y financiero del crédito, que en un mercado libre para las finanzas. Y las ingentes cantidades de dinero público inyectadas a la banca privada, al parchear los efectos inmediatos, sin resolver las causas profundas de la crisis, harán más difícil, por no decir imposible, que el problema financiero se resuelva, a causa de tres nuevos factores que antes de la crisis no existían. La falta de urgencias para afrontarlo. La alteración que produce el dinero inyectado, por razones de coyuntura, en la estructura del sistema. Y, el factor más determinante, la casi irresistible potencia de la inercia política y la imperiosa rutina del Estado, para convertir en definitivo lo provisional, el expediente en fórmula, lo coyuntural en estructural.   florilegio "Quienes reciben una inesperada ayuda del Estado, por sus abusos contra la sociedad, descubren en el acto que esa era la razón histórica de sus delitos."

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