En sentido literal, el voto cautivo se refiere al que es recogido por la autoridad con amenazas de represalias. Cautivo, como captado y capturado, viene de “capio” (coger con la mano). Y dado que en España no se vota en función de problemas, al no existir representación ni posibilidad de revocación de los diputados que no se atengan al mandato imperativo de los electores, y las promesas de los gobernantes, como decía aquel viejo profesor de cinismo, están hechas para no cumplirse, podríamos hablar en sentido no sólo metafórico, de unos votantes cautivados, capturados, en las urnas, por sentimientos infundados de temor y esperanza. Tan cautivo es el voto de los pobres pensionistas que consideran como favor de un partido lo que es su derecho como el de ricos banqueros que buscan como favores del Estado lo que debería pertenecer a su capacidad de maniobra. Lo decisivo es lo que resulta inconcebible en una oligarquía: la libertad de voto, la autonomía del elector. No su racionalidad.   La omnipresencia de la escasez económica obliga en la vida civil, a un alto grado de cálculo racional en las decisiones cotidianas. Pero la racionalidad del “homo economicus” no se da en el “homo politicus”. El elector no paga por votar, no asume responsabilidades por las consecuencias de su acción. Puede permitirse el despilfarro de escoger a un equipo gubernamental dominado por unos perfectos sinvergüenzas, por sentirse identificado con un partido con más de cien años de honradez, o a gobiernos de la especulación bursátil, inmobiliaria y financiera, por razón de identidad con el partido de los pobres o con el que pregona la “cultura del esfuerzo”.   Más allá de que en este espectáculo resulte irritante que vayan asociadas la insignificancia (antes Montilla y ahora Mas, por ejemplo, en la farsa electoral catalana) a un poder funcional enorme, sobrecoge que todavía haya tanto voto cautivo de unas instituciones demostradamente fatales. Pero en estos momentos críticos, siendo extemporánea la demagogia de las políticas sociales, la propaganda del Régimen tiene el difícil cometido de hacer que los desheredados del bienestar voten de vez en cuando de qué manera quieren que la burocracia de los partidos estatales administre su miseria.

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