La repetición constante de términos en una labor continuada de propaganda doctrinal, lleva a que sean irreflexivamente asumidos por las masas en su afán por verse, cada uno de los individuos que la componen, normalizados. Este hecho, ya conocido desde mucho tiempo atrás y en cuya práctica al parecer se especializó Goebbels, ministro de ilustración pública de Adolf Hitler, además de que permite inficionar a los gobernados para apaciguarlos mediante la inconsciencia de la realidad, lleva inevitablemente a una alienación patológica.
Si el absolutismo de Fernando VII hubiese caído en la cuenta de ello durante la etapa conocida cómo “década ominosa”, tal vez el monarca hubiese querido denominar “democracia” a su forma de gobierno y hoy, los españoles continuarían creyendo que disfrutábamos de la más larga democracia de la historia y que no ha cesado de mejorar desde entonces. Aún más, quizás podríamos considerar que fue iniciada con la travesía de Aníbal Barca, y que en un perenne progresar, no ha hecho más que aumentar desde aquél momento. Es por esto que tal vez Fernando VII debió haber usado la palabra “democracia” en lugar del paletó en su vestimenta, como rezaba en las canciones populares infantiles.
Pudiera parecer tal vez una exageración lo que explico, pero sin embargo, es la consecuencia coherente con la concepción ornamental que tiene la democracia, tal y como es entendido el término vulgarmente, y que sirve como broche de cierre del bienestar y el gozo perpetuo en la Tierra. Según la idea hegemónica, acorde con la política metafísica que impera, absolutamente todo el poder que se haya establecido y esparcido por el planeta, se rige mediante la democracia del paleto. Desde Corea del Norte a Turquía, desde Alemania a Rusia, de Chile hasta Ecuador o Venezuela, todo se concibe como democracia, variando en cada caso su grado. Tal es la enseñanza que han recibido los españoles desde su infancia para avasallarlos, haciéndoles agradecer, mediante votaciones, la bota del poder que los humilla y los oprime.
Que en lugar de haber democracia (que no hay) se diga “vivir en democracia”, demuestra la sustitución del estado de gracia divina por la intranscendencia de la metafísica política. Y como explicaba cuando iniciaba esta reflexión con una referencia al arte de Goebbels en la ilustración pública (la propaganda) esta metafísica política moderna conduce a que los españoles no es ya que ignoren la realidad política, es que ni siquiera saben cómo pensar en ella.
Así que ya lo saben: “canda Farnanda sáptama asaba damacrazaa…”.
Y ahora corran… corran todos a votar!

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