«Pero también puedo no cumplir»

A consecuencia de los acuerdos entre el PSOE y distintos partidos se ha producido la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Muchos se quejan porque el propio Pedro Sánchez ha hecho lo contrario de lo que prometía en la campaña para las votaciones del 23-J. Como si aún no se hubieran enterado de que eso es lo que hacen todos…

En efecto, durante toda la campaña y ya desde la precampaña, aseguraba el candidato —día sí, día también— que «negociar una amnistía es contrario a la Constitución». Como se puede comprobar, esto no es una opinión, sino que es algo que está demostrado: hechos, y lo hemos visto en todos los medios.

Indignarse por el hecho de que Pedro Sánchez no cumpla su palabra es no saber de qué pasta está hecho (al igual que lo están todos los políticos de este régimen; esta pseudodemocracia: una casta aferrada al poder del Estado, que ha convertido a la mayoría de los gobernados en aplaudidores a su servicio.

Muchos se indignan porque «hace lo que le da la gana». La razón de que esto sea así es sencilla: lo hace porque puede. Porque con vuestros votos, todos cuantos acudís a las urnas y depositáis la papeleta, le habéis dado ese poder. ¡Sí!, se lo habéis dado. Aunque muchos no lo sepáis, y aunque ésa no fuese vuestra intención.

Pero no vayáis a creer que ese poder se lo han dado sólo los que le han votado.

¡De ninguna manera! Ese poder cuasi absoluto se lo habéis dado todos cuantos vais a llenarles las urnas (apoyando a esta clase dirigente que tenemos en España), sin daros cuenta de que sólo estáis dando un cheque en blanco. Da igual a quién deis vuestro voto. Sí. El/los que más votos coseche/n, hará/n de su capa un sayo.

Y es así, porque —con este sistema proporcional de votaciones— con el voto nada se elige, sino que únicamente se corrobora lo que han determinado los que mandan en los partidos (que son los únicos que eligen) al hacer las listas.

De este modo, a los gobernados —cual si de individuos inmaduros se tratara, que necesitan ser tutelados— para emitir su voto, sólo se les permite corroborar una lista. Lista que ha sido elaborada por las élites de los partidos.

Es por eso que el voto (con este sistema proporcional) no es sino un cheque en blanco con el que quienes más votos cosechan (insisto) —sea uno o varios partidos— convertidos en manada del Estado, adquieren todo el poder. Y con ese poder conforman el Gobierno (poder ejecutivo), dominan el Parlamento (poder legislativo) y colocan a sus peones para tener la mayoría en los órganos de la Administración de Justicia (poder judicial). Para que luego nos hablen de separación de poderes.

En España no existe la separación de poderes. Existe, sí, una separación de funciones (igual que en el franquismo), pero un solo poder. De ahí que el/los que manda/n (al tener en sus manos todo el poder) se constituyen en un poder sin control posible.

Para que exista separación de poderes —y así se pueda controlar al poder—, es necesario que al Parlamento (poder legislativo), y al Gobierno (poder ejecutivo), se les elija de manera separada. Es la única forma de que ambos tengan la misma cantidad (y calidad) de poder y de que ninguno de ambos tenga poder sobre el otro (este concepto —descubierto por Montesquieu— lo desarrolla Antonio García-Trevijano en su obra magistral, Teoría pura de la república constitucional).

La mencionada separación de poderes se justifica en la necesidad de que uno de los poderes (el de hacer las leyes) pertenece a la nación —para poder ser un pueblo libre—, y el otro poder (el de hacer que las leyes sean cumplidas) se deposita en el Estado (conjunto de órganos y mecanismos que asumen la personalidad jurídica de la nación), cuyo brazo ejecutivo es el Gobierno.

Ambos, pues: Ejecutivo y Legislativo, han de ser elegidos (en origen, no de manera indirecta) por los gobernados, y de manera separada: por una parte, al Gobierno, y por otra a los diputados (Parlamento). Pero, para que dichos diputados sean —de verdad— nuestros representantes, es imprescindible que la elección sea por distritos. Un diputado por cada distrito (diputado de distrito). Esta es la única manera de que se cumpla el Principio de la Representación Política: el elector elige a una persona (y no corrobora una lista donde ya están todos elegidos).

En cuanto al tercero de los poderes del Estado: la Justicia, el poder de juzgar (y dictar sentencia) para que nadie escape al imperio de la ley (Montesquieu define este poder como presque nul, casi nulo), cuyo verdadero poder se concreta en ser independiente de los otros dos poderes.

Éstas son las condiciones que deben cumplirse para que un sistema pueda ser considerado democrático. Y como se ve, España adolece de estas condiciones. Por esta razón, asistimos a una degradación y a una decadencia sistémica, en la que el despotismo y la arrogancia de las clases dirigentes —las oligarquías— nos están subyugando bajo esta vergonzante tiranía de los partidos.

Y ahora muchos protestan contra la arbitrariedad que supone hacer una ley de amnistía —a la medida de sus intereses—, que no sólo perdona una retahíla de graves delitos (el perdón —en sí mismo— sería indulto), sino que se concreta en la extinción del propio delito; es decir, que cuando esos reos sean absueltos (ego, Estado, te absolvo) y vuelvan a hacer lo mismo —que lo volverán a repetir (sin duda)— ya no estarán cometiendo ningún delito. Por lo que no faltarán descerebrados que se apresuren a declarar nuestra (micro) república independiente. Imagínese el lector. Tras Cataluña, Murcia, Asturias, La Rioja, Extremadura, Madrid… ¡Qué alegría! ¿No?

De esa manera, España dejaría de existir. Y quién nos dice que a continuación, Marruecos —aprovechando la coyuntura— no pudiera reeditar La Marcha verde y apropiarse de Ceuta, Melilla, Canarias… Y ya puestos, ¿por qué no de Al-Andalus? (Téngase en cuenta que Al-Andalus llegó hasta más allá de Zaragoza).

El caso es que, ante la encrucijada en la que nos encontramos, algunos se harán la inevitable pregunta: qué hacer. Para responder a esta cuestión, lo primero que hay que comprender es que desde «el 78 para acá» cada proceso de votaciones (que no elecciones) ha llevado al poder a un presidente que (excepto para su parroquia) ha hecho bueno a su predecesor: González (con los GAL) hizo bueno a Suárez: nada más —¡y nada menos!— que el secretario general del Movimiento Nacional (el partido de Franco). Aznar (con la Guerra de Irak) hizo bueno a González; Zapatero (con el 11-M) hizo bueno a Aznar; Rajoy (con el 155) hizo bueno a Zapatero, y Sánchez (con la amnistía) ha hecho bueno a Rajoy. Conque, va a ser muy difícil imaginar cómo será el próximo (el que haga bueno a Sánchez). No sé, como no lo evitemos, sólo se barrunta un abismo.

Y comprendido esto, a ese qué hacer sólo puede responderse: dejar de apoyar. Basta con dejar de apoyar al tirano, para que —cual gigante con pies de barro— su poder se desvanecerá (Étienne de La Boétie, en el Discurso de la servidumbre voluntaria).

Sí. Si la mayoría se abstuviese de ir a llenarles las urnas, con una abstención activa que superase ampliamente el 50% del electorado, la sociedad civil (nosotros: la nación), conseguiríamos deslegitimar esta tiranía a la que nos está abocando la clase dirigente. Y —nosotros: la nación— estaríamos en condiciones de exigir que se vayan a su casa todos. Y poder iniciar el camino hacia una verdadera democracia.

4 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí