Presentación electoral de López Aguilar (foto: PSOE) España es un país de ilusiones.   Iluso es quien piensa que está donde no hay nada objetivo que indique tal cosa, o bien el que cree ingenuamente que llegará a su ideal sin haber unido causa con efecto. Ilusos casi todos porque creen que en España hay democracia, y que las sucesivas crisis o la corrupción son males necesarios e inevitables. Ilusos también porque pretenden que la salida a los problemas se dará por sí misma, es decir, que los políticos con quienes más nos identificamos, no por razón sino por inercia, nos sacarán de “ésta”. Y si no son los políticos, será el mercado, una conspiración de oenegés, el turismo, o un cambio de casa astral.   A la libertad colectiva nunca se apela para el cambio, a no ser que sea con la más absoluta falta de seriedad. En realidad, la idea de la libertad política es incompatible con la ilusión. La penetra como un torno, o la corta como el diamante secciona la roca.   Ilusión transmitida vía normalización. Funciona así: yo me creo esta mentira y vivirás sin el dolor de exponerte a condición de que te la creas tú también. Y así nos pasamos la bola unos a otros, como si no supiésemos que estamos enlodados en mendacidad hasta el cuello.   No haber descubierto la salida no es motivo de reproche. Nadie nació aprendido. Pero la ilusión ha aniquilado la voluntad de conocer la verdad, cueste lo que cueste. Dígase lo que se diga de la política de Platón, con el mito de la caverna dio en el clavo.   La verdad es un ser extraño, pues nos elude de maneras distintas según la fase de búsqueda. En la primera, uno sufre porque no sabe dónde ni cómo encontrarla. Aquí no hay tacha, salvo el que hace de la búsqueda una causa para el propio victimismo y se perpetúa en el infantilismo del no-saber. En realidad no había buscado. En la segunda, cuesta admitir que la hemos encontrado. Y cuesta porque, queriendo dárnoslas de sabios, somos incapaces de reconocer que otro ha avanzado más lejos que nosotros mismos. En una tercera fase, la dificultad consiste en abrirse a lo que no sabemos todavía. Una verdad concreta no agota todas las demás.

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