Fotocomposición (foto: Eccctecnologías) Trivialización técnica Desde el comienzo de los primeros imperios, gracias a la domesticación de animales y vegetales, hasta entrado el siglo XIX, los medios de comunicación no cambiaron sustancialmente. La velocidad de la correspondencia entre emisores y receptores dependía de la tracción animal o eólica. Con el descubrimiento y utilización de la transmisión eléctrica y fósil para emitir mensajes o enviar mercancías el panorama cambió de un modo drástico. Es posible que, debido a lo reciente de un cambio que no hace más que incrementar exponencialmente, no podamos todavía evaluar sus consecuencias con un mínimo de comprensibilidad, pero valga dejar constancia de algunas de sus aristas.   A nadie se le escapa, por ejemplo, que tales descubrimientos colocan a la técnica en un nivel global-planetario que nunca antes había poseído. Pero, antes que describir algunas de sus características principales, me gustaría señalar que el carácter de la técnica dista mucho de ser terreno neutral, como muchos piensan. Es decir, parte de un punto de vista y tiene unos objetivos concretos dentro de una concepción del mundo delimitable. No se trata de algo “natural” o puro, como caído del cielo para que sea disfrutado por los humanos. Toda tecnología parte de un diseño, y este diseño es restrictivo en sentidos decisivos. Hablo aquí de “sentido” en su doble acepción, pues los sentidos (sensoriales) en uso al abrir una carta son distintos a los utilizados con un ordenador.   La pérdida de estos sentidos con las nuevas tecnologías  ha sido  señalada  repetidamente por una miríada de autores (generalmente artistas) desde el momento mismo de su incepción, con variantes en el grado de romanticismo con que se miraba lo antiguo y se desdeñaba lo moderno. Del mismo modo que no parece válida la dicotomía, más bien post-moderna, entre humanismo (o su permutación “anti-humanista”, como en Heidegger y Jünger, siguiendo a Nietzsche) y técnica, tampoco resulta satisfactoria una visión neutralista de la técnica, la cual, en tanto que no investiga las limitaciones inherentes al diseño, esconde asimismo una ideología.   La tecnología actual ha abierto un enorme espacio para la ficción, y ha roto de un modo irreversible modos de contacto que, por su cercanía, se corresponden mejor con la autenticidad personal y con valores morales más sólidos que gaseosos. Es verdad que también ha facilitado la comunicación entre afines para propósitos venerables, pero no puede decirse ni que ésta fuese la intención original ni, por desgracia, que constituya el mayor porcentaje de su uso. Más bien lo opuesto es la verdad abrumadora.   El espacio de ficción creado por la tecnología actual, más alienante que educativo, se discierne por ejemplo en la jovial exposición a escenas violentas a que nos somete la pantalla, ya sea en noticieros o en el cine. Y la consecuencia es una trivialización de valores morales o estéticos. La apoteosis de esta trivialización se encuentra tal vez en la famosa escena de la película Pulp Fiction, en la que el personaje encarnado por John Travolta dispara accidentalmente a un joven negro sentado en el asiento trasero de un automóvil cuando pisan un bache. El público se ve entonces sometido a un impacto emocional a caballo entre la hilaridad (empujado hasta límites genuinamente sádicos) y el horror. Pero a diferencia de la ambivalencia emocional que sintió Babeuf al contemplar las cabezas cortadas del ministro Foulon y su yerno Bertier durante la Revolución Francesa, también entre la alegría y el terror, el aspecto más relevante de la película es su tendencia hacia una trivialización total. Esto se emparenta con la desensibilización ante los horrores mostrados con cuentagotas por el noticiero, o de tantos mensajes alarmantes que se cuelan en nuestro buzón electrónico.   Mi análisis está lejos de abogar retrógradamente por un imposible regreso a un pasado mítico. Pero sí es necesario percibir qué hemos perdido o vamos perdiendo por el camino, así como reconocer los límites de la tecnología presente en lo que a valores morales y estéticos se refiere, que son esenciales en un cambio político. Alguno dirá que me contradigo porque emito mi mensaje precisamente a través de medios tecnológicos postmodernos. Pero la diferencia está en que mi mensaje puede ser emitido también por otros medios, mientras que una trivialización de la violencia tan feroz como la de Tarantino necesita de la distancia (ficticia) de cierta tecnología para producirse.

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