Korea war (foto: US Army Korea, IMCOM) Sinrazones bélicas La lógica antiterrorista de la guerra de Irak ha sido suficientemente desacreditada, y salvo recalcitrantes belicistas como Aznar, los impulsores de aquélla se rinden a la evidencia de la impostura de su justificación. Sin embargo, en Afganistán –en cuya “misión de paz” siguen muriendo militares españoles- persiste el convencimiento de la necesidad que se tuvo de abrir las hostilidades para eliminar a los talibanes, y ahora, de mantenerlos a raya con el fin de que no vuelvan a proyectar su sombra protectora sobre Al Qaeda y su espectral líder.   La expresión “lógica de guerra” ha hecho fortuna en la clase dirigente porque, usada como idea autónoma, hace creer que el fenómeno bélico se desarrolla por sí mismo, incluso contra la voluntad de sus patrocinadores, arrastrados por la lógica de los acontecimientos. La idea del fatalismo histórico de las guerras dominó el pensamiento de los tratadistas hasta que el movimiento pacifista trató de evitarlas haciendo recaer sobre los gobernantes la responsabilidad de las mismas. Para ello creyó necesario sustituir las teorías sociológicas o las distintas lógicas explicativas de la guerra como fenómeno colectivo de los pueblos, por las teorías psicológicas basadas en la ambición o la gloria de los dirigentes que la declaran.   Pero una teoría científica no es mejor que otra por el hecho de que parezca más útil para hacer responsables del curso de los acontecimientos colectivos a los hombres de poder. Sobre todo cuando no todas las explicaciones sociológicas suponen la inevitabilidad de las guerras, y cuando la historia muestra cómo jefes de Estado que se han resistido a las impulsiones belicosas del medio social perdieron el favor de la opinión.   No hay necesidad de recurrir a la psicología guerrera de los jefes para rebatir la supuesta lógica social o histórica de la guerra. Basta situar la guerra en su lugar propio, en el terreno de los instintos o sentimientos colectivos, y a la lógica, en el campo de la mente individual, para comprender la vacuidad e impertinencia de la expresión “lógica de la guerra”.   Sólo la razón puede hacer irracional a la agresividad. La desplegada por la fiera, para satisfacer sus necesidades instintivas de sobrevivencia, no es menos racional que la liberada por el hombre para salvar su vida amenazada. La razón introduce la irracionalidad, en la lucha por la existencia, porque da al hombre la capacidad de superar los límites de contención natural del instinto, la posibilidad de franquear la barrera de un reino, puramente animal, que impide matar a distancia y elegir al enemigo.   La violencia política elimina la función crítica de la razón para poder realizar el milagro de convertir el homicidio, de convencionales adversarios, en heroísmo. Tal prodigio sería imposible, en el mundo civilizado, sin el concurso de la razón técnica y de la razón política. La primera proporciona al grupo una confianza mítica en la potencia de su armamento de largo alcance. La segunda le permite sustituir su propia adversidad por la de un adversario conveniente.   Más allá de los enemigos agigantados por las ansiedades de seguridad, la mayor adversidad radica en las condiciones feudales que destinan la riqueza del petróleo a mantener vecinos el lujo asiático y la potencia militar, en lugar de apaciguar con ella, las frustraciones sociales de donde nacen el sentimiento de inseguridad y la mentalidad de violencia. Sin estar conmovida por esta injusticia, la razón occidental, que la ha creado y la sostiene, desvaría.

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