Union Europea

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Al brazo ejecutivo de la Unión Europea se le nota nervioso. Las recientes citas electorales en Austria, Holanda y Francia han traído consigo una notable novedad: el posicionamiento público descarado de la Comisión Europea en favor de los candidatos percibidos como pro-europeístas y en contra los candidatos etiquetados de “extremistas”.

Y es que hasta la fecha la Unión Europea había sido muy exquisita con relación a interferir en los procesos electorales nacionales. Sin embargo, el pasado mes de mayo de 2016 la tradición empezó a romperse cuando el Presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, declaró a un medio alemán – entre la primera y la segunda vuelta de las presidenciales austríacas – que “no quiero que el candidato del FPO (el Partido de la Libertad austríaco) se convierta en el nuevo Presidente de Austria”.

En el caso de las elecciones holandesas del pasado mes de marzo, el Sr. Juncker se felicitó por la victoria del Sr. Rutte frente al Sr. Wilders, “un voto en contra de los extremistas” según sus propias palabras. Pero la ocasión la pintan calva y el pasado domingo, también respiró aliviado por el triunfo del Sr. Macron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas y no dudó en telefonear para felicitar al candidato, una acción que fue jaleada de inmediato por el gabinete del Sr. Juncker en la red social Twitter.

Yo simplemente le recordaría al Sr. Juncker que su sueldo lo pagamos también millones de ciudadanos a los que no nos gusta aquello en lo que ha convertido la Unión Europea. Ha sido una pena que su Libro Blanco sobre el Futuro de Europa (publicado hace tan sólo unas semanas) no haya servido para abrir un debate sobre qué tipo de cooperación europea queremos los europeos.

Ya que ese debate ya ha sido zanjado por los que lideran la UE, el club de países con menor crecimiento de la zona OCDE, lo único que le queda a los ciudadanos es votar a opciones políticas que quieran abrir ese debate… o aún mucho mejor, abstenerse de votar del todo para así desprestigiar a unos sistemas políticos no democráticos que han sido construidos por élites ajenas a la sociedad civil.

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