(Foto: american lady) Como anticipo de la organización del próximo Mundial en Suráfrica, se está disputando la Copa Confederaciones en esas tierras donde –según una extendida creencia- los afrikáners introdujeron, por primera vez en el continente, el “apartheid”. Pero éste ya había sido llevado a la práctica, a mediados del siglo XX, por los descendientes de los esclavos negros que habían sido liberados o devueltos a su lugar de origen por unos filántropos norteamericanos.   Tras desembarcar en África, los esclavos de ayer se convertirían en los amos presentes, reduciendo a la esclavitud a los miembros de las tribus indígenas. Es decir, los mismos que habían estado sometidos al yugo y al látigo de los esclavistas sureños, conservan y desarrollan, ahora en provecho propio, ese régimen de servidumbre. Esta inversión recibió el nombre de Liberia (1847), constituyendo una sórdida paradoja histórica.   Sin embargo, no es cierto que todo el mundo aspire a ser más poderoso que los demás y a mandar sobre ellos. Más que el instinto de dominación predomina la adoración instintiva de la fuerza y la autoridad del orden establecido, extendiéndose entre los seres humanos una irreprimible inclinación a la obediencia.   Los neurobiólogos están abriendo el cercado de la docilidad para observar todas sus claves genéticas, con el propósito de asegurar la domesticación de los animales salvajes; pero sería infinitamente más provechoso para nuestra especie desentrañar el fenómeno de la servidumbre voluntaria, con el fin de que la libertad colectiva no fuese tan difícilmente conquistable.   Resultaba admirable en los revolucionarios franceses esa confianza en las propias fuerzas sin la cual un pueblo sólo es capaz de servir. No tenían dudas acerca de su misión, que se había convertido en una especie de religión nueva: estaban llamados a transformar la sociedad y a regenerar la condición humana. Y en aras del espíritu de igualdad arreglar las cosas de tal modo que todos mandasen o que nadie fuese mandado. Pero interpretar el poder “como una culpa que nadie puede jamás expiar” (Valéry) nos conduciría a la imposibilidad de legitimar su ejercicio con la libertad política.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí