Los Viajes forman a la juventud (2001), de Francisco Nieva, muestran una relación sexual –homosexual– explícita entre el maestro y el discípulo como una lección académica de delirio y sabiduría, placer y erudición. La descripción dialógica que hace aquí Nieva de un acto sexual no es sólo una ékphrasis pornográfica –pornografía para dandis universitarios y gays-, sino que profundamente literaturizada crea un bello y escandalosamente amable texto que nos encanta también a los heterosexuales amigos de la buena literatura, y supongo que pueda asimismo excitar sexualmente a los homosexuales. Con lo que supongo que ellos lo gocen dos veces.

La ficción literaria es un juego que puede quitar truculencia moral a ciertas actividades promovidas por los instintos humanos más básicos y activos. En el supuesto de que se pueda llamar “instinto” a los deseos humanos; que yo creo que no. Porque el hombre, todo el hombre, el hombre entero y verdadero es un valor adquirido, un hecho cultural vivo, como ya demostrase con penetrante argumentación la sofística griega. La relación entre maestro y discípulo ha constituido un tema muy importante en la gran Literatura Universal. La pareja que nos presenta Nieva es un modelo de relación con más de dos mil quinientos años de presencia en el mundo occidental. Mosca (el abate) y Leone Volpi (el discípulo) tienen muchos precedentes; quizás el más inspirador sea Foire de París. Se ha reflexionado desde Sócrates de forma casi exhaustiva sobre la relación existente entre el amor y la sabiduría. Sócrates subraya el hecho de que se enseña gratuitamente, del mismo modo que uno se entrega gratuitamente en el amor. Las cosas más nobles no pueden tener precio; si lo tuvieran las envileceríamos, sensu stricto. La sabiduría tiene un prestigio no menor que el sexo. Por ello Sócrates llamaba “prostitutos” a quienes enseñan a cambio de un salario. Enseñar de modo comercial sería exactamente igual a consumir sexo. Gustavo Bueno –siempre inolvidable– reflexionaba largamente sobre este hecho en su largo prólogo al Protágoras de Platón.

El dinero que los sofistas cobraban y que sus discípulos estaban dispuestos a pagar (a veces a costa de enormes esfuerzos de sus padres) era “el más poderoso disolvente” de la aristocracia de sangre, de quienes mantenían como patrimonio exclusivo el cultivo de la “aretê”. Pero a pesar de esto, desde la visión socrática de la relación docente/discente entre el “sophós” (el sabio) y el “sophistês” (el profesor que mercadea sus enseñanzas), el “sophós” sería la mujer hermosa que se entrega a quien el amor le dicta y el “sophistês” la mujer que mercadea con su belleza. Ya Kierkegaard hablaba de esto en sus Migajas Filosóficas. Teognis y Píndaro mantenían la idea de que uno sólo puede llegar a ser, como mucho, el que es. Se es “sophós” por herencia genética y no por educación. Por eso sólo el amor gratuito y desinteresado entre el maestro y el discípulo puede acercarse un poco al vínculo familiar indestructible, y transmitir en ese amor la sabiduría perenne. La pseudohomosexualidad se configuraría entonces como un vínculo parafamiliar.

Y aunque hoy ya no se puede sostener que el cobrar constituya una degradación del gran profesor, del “sophistês”, la obsesiva aversión de la belleza mercader continúa. Lo que realmente repugnaba a Platón no era el hecho en sí de cobrar por enseñar, sino que era solamente el dinero que elegía al maestro y al discípulo. Cuando el dinero o la aleatoriedad de las Administraciones Públicas vinculan al alumno con su docente nos encontramos en una relación “laboral” alumno/profesor. Pero cuando el discípulo y el maestro “se eligen mutuamente”, por las flechas de Atenea, nos encontramos en la mágica relación de la transmisión de la sabiduría. Mathêtês/Sophós. Esta última y sublime relación ha sido siempre tan valorada que se ha simbolizado mediante el amor mismo: Abelardo y Eloísa, Narciso y Goldmundo… Mosca y Leone Volpi. El sexo como hipérbole vinculante entre maestro y discípulo bajo el tempo divino y adictivo de la sabiduría.

Pero dejemos hablar al sabio delirio docente del acto sexual.

Leone.-…No creía que pudiera concebir el universo dentro de mí. Contadme ahora lo que veis.
Mosca.- Veo…,veo… veo el pasado y el porvenir. Veo a los argonautas desnudos acariciar el lomo del mar y veo al Ícaro futuro descender de los cuernos de la luna (…) Veo una civilización que cae y otra que se levanta, los estandartes de Lepanto y el parto público de María Antonieta.
Leone.- ¡Oh, qué maravilloso cuadro de historia! Seguid, seguid.
Mosca.- Veo a Aracné tejiendo su tela, con más y más rapidez. Las tropas de Atila violando a la blanca Europa. Las patas de los caballos son abanicos de la hierba. Corred, corred, destruid el mundo.

La excitación que entraña el contacto apropiatorio de la sabiduría en el alma curiosa supone un placer no menor que el goce sexual, placeres ambos que buscan ansiosamente ese “monumentum perenne” que nos fundamenta y da razón de lo que somos, como autorrevelación.

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