DIEGO OÑA ESPADA.
¿Qué es lo que ha hecho que la clase política y los periodistas más reputados hablen de la necesidad de recuperar el espíritu de la Transición o de una reforma de la Constitución? Los más atrevidos hablan incluso de un modelo político agotado, de un fin de régimen. Sin duda, los grandes casos de corrupción que afectan a todas las instituciones o el desafío separatista tienen mucho que ver. Es curioso que la solución que proponen sea la misma que dio origen al régimen que ha provocado estos males: reforma, pactos, consenso.

La corrupción no es una consecuencia de un régimen agotado, es parte de ese régimen, un elemento necesario para su funcionamiento, como el aceite que lubrica las piezas de una máquina. Creen que la solución para ese agotamiento del régimen es una revitalización con los mismos ingredientes que le dieron vida. Creen que los españoles necesitan ilusionarse, recuperar la afección por el régimen político. Creen que el problema es un estado de ánimo.

La corrupción ha estado presente desde el primer día de ese régimen. La crisis económica que ha golpeado duro a la sociedad española ha hecho que esta sea menos tolerante con la corrupción y los privilegios de los políticos, pero en cuanto mejoren sus condiciones económicas se olvidarán y asumirán con naturalidad que la corrupción es algo inevitable, un mal necesario, qué se le va a hacer, las cosas funcionan así. Muchas veces se conocen los casos de corrupción porque le interesa a un partido; es un arma para debilitar al adversario y llegar al poder. Conseguido su objetivo desaparece su deseo de justicia y puede que algún cabeza de turco vaya a la cárcel por un tiempo pero los partidos seguirán impunes y los votantes, identificados con la clase política, ratificarán las listas de partido y las siglas de la corrupción. Verán normal sacar provecho de un cargo público para beneficio personal y el nepotismo como una oportunidad que sólo un tonto dejaría pasar.

¿Y qué harán para frenar al separatismo? Que en la Constitución se diga que en España hay varias nacionalidades ha servido para nutrir ese nacionalismo periférico. Ahora hablan de federalismo, ¿saben qué significa esa palabra? ¿Es que hay en España varios Estados independientes que hayan acordado unirse en una Federación? Un jefe de partido ha dicho que es necesario reformar la Constitución para garantizar la convivencia de los españoles para otros veinte o treinta años. Al parecer los españoles necesitamos una reforma de la Constitución cada veinte o treinta años para poder seguir viviendo juntos. ¿Y qué clase de reforma puede satisfacer a un separatista cuyo sueño es la independencia de su región?

Reformar la Constitución para garantizar o ampliar los derechos sociales -más demagogia-. Para abrir las listas de partidos, misma partidocracia. Reforma.

Tanto la clase política como los entusiastas partidarios del reformismo del periodismo español piden reformas, pactos, consenso, una segunda Transición, recuperar el espíritu de la Transición y el espíritu de concordia. Un prestigioso periodista fundador de periódicos se refería a aquel periodo como el de la “Santa Transición”. Una nueva religión nació con el nuevo régimen, la del “dios Consenso”. Basta nombrar esa palabra mágica para que una situación ilegal sea aceptada: es que es fruto del consenso; o para obstaculizar cualquier innovación: es que no hay consenso. Al igual que para exigir obediencia o disuadir de una conducta bastaría decir el Gran Líder aprueba esto o el Gran Líder no lo aprobaría en un régimen totalitario o en una secta. El consenso es también el lenguaje de los mafiosos.

Cuando han pasado cuatro décadas de aquel proceso político se escriben libros, se hacen programas de televisión en los que se conmemora y celebra la Transición, se suceden las entrevistas a los protagonistas de la política de aquellos años, etc. Todos coinciden en que fue un gran logro.

Pero hay siempre un nombre y una idea ausentes. El nombre, Antonio García-Trevijano Forte. Si se le menciona es para quitarle importancia; alguien que simplemente estaba allí. La idea: ruptura democrática. Si se habla de ella es para convertirla en sinónimo de desorden, inestabilidad o utopía.

Nombre e idea condenados al silencio. Un silencio ensordecedor, intolerable para los oídos de los que buscan la verdad.

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