La presentación que el Gobierno y los partidos políticos hicieron hace unos meses de las medidas a adoptar al amparo del artículo 155 de la Constitución, y la explicación que los anteriores dan de las medidas realmente adoptadas y de los objetivos conseguidos, deja al descubierto la realidad del Régimen de poder que padecemos en España desde hace cuarenta años.

Al observador avezado no se le escapa que las efectistas medidas del artículo 155 no tenía como objetivo poner fin y reconducir las derivas de los separatistas catalanes, sino frenar la reacción de parte de la sociedad española generada por los excesos económicos y políticos de los separatistas y estadócratas catalanes.

El objetivo oculto de las medidas del 155 era y sigue siendo desactivar la reacción espontánea de la sociedad civil española. Un par de manifestaciones adornadas por los colores rojo y gualda fueron suficientes para que cundiera el pánico entre la oligarquía política. En un ataque de sinceridad uno de sus portavoces confesó -o hacemos algo o nos echan-.

El legado más importante de la Revolución Francesa que perdura hoy, es la conciencia colectiva de que las cosas pueden cambiarse aunque se opongan a ello las instituciones y las fuerzas políticas y sociales existentes.

La situación política y económica que tenemos hoy en España ha sido generada por la clase política que los españoles, votación tras votación, han apoyado activa o pasivamente desde la muerte de Franco.

Que las cosas sean de otra manera o sigan empeorando depende exclusivamente de la fuerza colectiva de la sociedad española y de la actitud individual de cada español.
Dejar que decidan por nosotros, por ejemplo, que el Presidente del Gobierno o el Alcalde de cada Ayuntamiento sean elegidos por pacto entre los jefes de dos o tres partidos políticos, y no directamente por todos los ciudadanos con derecho a voto; o que los diputados sean meros portadores de la voluntad del jefe de su partido que los ha elegido para formar la “lista electoral de partido” sometida a ratificación de los votantes, en lugar de defender y representar a los votantes del distrito electoral en el que ha sido votado cada diputado; o tolerar que los partidos políticos fueran los constituyentes reales de la Constitución de 1978 y sean desde aquel año los detentadores de la soberanía nacional, de hecho son los únicos que tienen capacidad para cambiar las cosas; son sólo algunos ejemplos de aspectos que los votantes podrían decidir directamente, que ni es complicado de organizar ni requiere formación especial; sólo el sentido del bien que tenemos casi la totalidad de los seres humanos.

El antídoto contra los desmanes de los separatistas catalanes, que de momento mantiene anestesiada a la sociedad española, ha sido el efectista cese de algunas autoridades separatistas y la convocatoria inmediata de elecciones autonómicas; en otras palabras, aparentar que algo ha cambiado para que las cosas sigan igual. Todo lo demás intacto, incluido la continuidad de la financiación por el Gobierno del Estado de la política de los separatistas y la fórmula para repartir los recursos estatales y de los ciudadanos, que es la causa real de la pelea oligárquica en Cataluña. Los intereses de los ciudadanos no juegan en este partido.

Sapere aude

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