J.A. Belloch, cargo vitalicio A menudo se nos olvida que la ciencia aspira al descubrimiento de lo maravilloso. Imagino que nos sucede tanto a los legos, por lo imponente de cada especialidad, como a los expertos, que a ratos, supongo, se sentirán cautivos en sus propios laberintos, sin percibir el conjunto. Buena parte de las discusiones académicas sobre la ciencia discurren más bien en torno al método científico; no tanto sobre su propósito general o sobre las perspectivas que nos va abriendo. Esto último es difícil porque supone dar un paso atrás con respecto a la supuesta obviedad de los lugares comunes. Se trata de un salto mental cualitativo que ha pertenecido siempre al corazón del descubrimiento científico, así como a la experiencia religiosa antes que él. En realidad, la presión de lo maravilloso es abrumadora. El poeta lo sabe bien, y cualquiera de nosotros, quizá tan sólo hojeando una obra de divulgación científica como las de Carl Sagan, puede comprobarlo fácilmente. Pues no podemos mantener fijo por mucho tiempo, sin marearnos, el pensamiento de que el universo surgió hace quince mil millones de años, que se expande a velocidades incalculables, y que exciten innumerables galaxias como la nuestra, de la cual conocemos bien poco… entre otro trillón de incógnitas astronómicas. El aspecto revolucionario del descubrimiento científico, así como de la creación artística, suele pasársenos por alto, y los historiadores nos quieren acostumbrar a pensarlo sólo en sus coordenadas culturales. Cuando uno se abisma en una meditación como la de más arriba no puede ocultarse que, por mucho que desconozcamos la magnitud de lo incógnito, ésta es una realidad más verdadera y pura que la de nuestras míseras vidas terrenales. Y qué decir de cuando comparamos la magnificencia de lo existente con la mediocridad moral, política, e intelectual de nuestro Estado de partidos. Tropezón y caída. De la especulación celestial a lo rastrero del acontecimiento diario. Cuánto han robado esta vez; con qué engendro moral nos deleitan hoy; habrá matado ETA (o, para el caso, el Estado) una vez más; qué embuste corresponde al presente interés; cuáles son las cifras de la disfunción sistémica; las mismas fotos de los que envejecen en sus cargos; y, al fin, la indiferencia general, empezando por la prensa y terminando con una sociedad que no termina de despertar a lo elemental.