Don Gaspar Llamazares (foto: Jaime d’Urgell) El nuevo mundo que las revoluciones del siglo XVIII habían alumbrado requería una nueva ciencia de la política, tal como señalaba Tocqueville en su introducción a la "Democracia en América". La izquierda, que sigue sin disponer de una teoría del Estado y una práctica del poder distintas de las tradicionales, ha coadyuvado de forma decisiva, con sus prejuicios y utopías, al continuado éxito de la reacción. Aparte de la "incurable enfermedad del cretinismo parlamentario" (Marx) o de la duradera confusión entre parlamentarismo y democracia que afecta a los europeos, se ha mantenido la indiferencia inoculada por el marxismo, con respecto a la mejora institucional de un Estado, cuyo destino era la desaparición en una sociedad sin clases. Marx adoptó la utopía anarquista de la supresión del Estado, tras una supuesta etapa transitoria en la que el despotismo burocrático del proletariado utilizaría en sentido inverso la intacta maquinaria estatal de la burguesía. El desprecio ideológico de la democracia formal, emboscado en el rechazo del Estado, es la funesta seña de identidad de los partidos que provienen del marxismo.   A los dirigentes de Izquierda Unida se les ha hecho insoportable la herida de la desigualdad de los votantes españoles, y la han denunciado en los juzgados, alegando que la Ley Electoral es "injusta y anticonstitucional". Deben de haber abandonado un mundo feliz, o al menos ya no viven en Icaria ni en Erewhon. Según el esquema de Mannhein -ideología y utopía-, al estar integrados en el campo reaccionario de la conservación del orden existente, ya no representan, con una búsqueda de sociedades igualitarias, las posiciones utópicas de la ruptura y el cambio. Resalta la incongruencia de considerar injusta una ley electoral por su mayor o menor proporcionalidad cuando lo que debe garantizar es la representación política de la sociedad civil mediante un sistema de elección mayoritario a dos vueltas. La no separación de poderes consagrada en la Constitución  que invocan  los creyentes comunistas, es la negación de la libertad política, lo que demuestra que se puede abusar del poder y permanecer dentro de los límites de la ley, como decía Montesquieu. Si la constitución de la libertad política es "revolucionaria", palabra que sólo puede aplicarse a las revoluciones de la libertad (Condorcet), Izquierda Unida es profundamente contrarrevolucionaria.

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