F. Hayek (foto: Jay Dugger) La más corriente de las visiones políticas de la modernidad europea, al menos desde la Revolución Francesa, ha querido dar a entender que los diversos posicionamientos ideológicos podían colocarse en una especie de línea continua que va desde la revolución izquierdista, pasando por la democracia liberal burguesa, que se situaría en el centro, hasta el conservadurismo más pacato y tradicional, atado en la medida de lo posible a la monarquía absoluta, la Iglesia y el ejército. Pero, independientemente de la experiencia norteamericana de la democracia, que ya entonces podría haber puntualizado o curvado tal línea, ha sido sobre todo la experiencia totalitaria del siglo XX en Europa la que ha puesto de manifiesto hasta qué punto lo que esta línea consideraba extremos opuestos son formas que tienden a objetivos comunes con medios prácticamente idénticos. Sin pasar por alto algunas diferencias de relieve, nada más evidente tras examinar los sistemas de Hitler y Stalin.   En cierto artículo de F.A. Hayek, me parece que incluído al final de Los Fundamentos de la Libertad, éste habla de una relación triangular entre conservadurismo, liberalismo y socialismo, antes que de la clásica relación lineal en que el liberalismo ocuparía el centro. Tras algunas décadas más y a medida que la necesidad de una democracia formal y real se hace más y más patente, constituyéndose como la única vía posible de libertad política, allende programas conservadores o socialistas o utópicos que pendulan sin quererlo hacia el totalitarismo, aunque también por oportunismo quizá a la democracia al comprender que es la única forma de gobierno que garantizaría su presencia, percibimos que el triángulo equilátero hayekiano va tornando en uno isósceles cada vez más puntiagudo.   La constitución de la libertad política tiene ya formas demasiado concretas y definidas como para poder obviarlas fácilmente, tal y como era todavía posible con el liberalismo político; si bien por ejemplo el propio Hayek al final de su carrera (Derecho, Legislación y Libertad) se había acercado al constitucionalismo norteamericano con gran rigor. Y es de esperar que pellizcando y estirando aún más la punta de este triángulo, los viejos extremos, así como largos trechos que acarician el ideal democrático sin abrazarlo, se revelen como insuficientes e inviables para garantizar la libertad.

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