Definición     Nos conviene siempre definir los sucesos y las cosas si no queremos que el tiempo y los enemigos de la verdad, por sortilegio y juego de manos, hagan que los hechos no fueron ni las cosas existieron. Esto debemos ya aplicarlo al atentado de Barcelona de modo perentorio y con premura, máxime cuando desde el momento mismo de la masacre ya los malvados intentaban desdibujar la cosa, como si las atrocidades se hubiesen hecho ex nihilo, como si hubiese sido un accidente descontextualizado y, por tanto, imposible de calificar o catalogar, como el ornitorrinco de Carolus Linneus. Mañana será un espejismo, y los espejismos son la mejor justificación para la continuación de nuestra cobardía moral y suicida. Contra esta pretensión de borrar lo ocurrido tenemos que luchar los amigos de la verdad. El orden de la definición está establecido, desde el Mundo Clásico, así: primeramente “qué es la cosa” (Quid est?), en segundo lugar, “si ella es esto” (an hoc sit), y en este planteamiento el mayor esfuerzo consiste precisamente en que lleguemos a encontrar una segura determinación definitoria. Es seguro que nuestra definición a estas alturas del ruido miserable de lo políticamente correcto y de la cobardía nacional, impugnará las verdades alternativas de la magia prestidigitadora de buena parte de la política.

Discutida la consideración sobre qué es una cosa, casi queda resuelta por completo la pregunta “sobre si es esta la cosa”. Frente a la verdad alternativa de que “jóvenes musulmanes no mataron ni hirieron a muchos españoles, y de haberlo hecho estos pobres jovenzuelos nunca obraron con mala intención”, nuestra rotunda “finitio” es: “una célula terrorista de musulmanes mata y hiere salvajemente a muchos españoles en nombre de Alá”. ¿Hay algo en esta “finitio” que no se acomode a los hechos? ¿sobra o falta algún vocablo?

Al estado de la definición le sigue el estado de la cualidad. Aquí se pregunta cuál es el modo de ser de cada cosa, y cuál es su apariencia externa,”Qualis est cuiusque rei natura, et quae forma quaeritur?”. El modo de ser de la cosa se relaciona con la seguridad del Estado, por lo que deberían ser las fuerzas de seguridad del Estado ( Policía Nacional, Guardia Civil y Ejército ) aquellas a las que atañe la cosa, y no otras fuerzas que no representan al Estado ni se fundaron con ese cometido. Pero en España ya estamos acostumbrados a superar las antinomias cediendo siempre el interés de España.

En esta causa los defensores del mal se sirven de medios auxiliares extrínsecos de la cosa para defender lo indefendible. Los griegos llamaban a esto “kat´antísthesin”, y los romanos causa asuntiva ( prueba con argumentos fuera del caso ). En esta causa asuntiva se suele utilizar la figura de la anténklema, que consiste en acusar a la propia víctima: se les ha matado, pero pertenecen a una nación racista, se les ha matado a quienes se les ha matado porque a aquellos jóvenes musulmanes les era imposible matar a los dirigentes cristianos. Se desvía así la causa a otros hechos ( metástasis o desplazamiento ). Se disminuye también la culpa por la ignorancia, la necesidad o la comparación ( cándidos jóvenes seducidos por un imán, pobres musulmanes explotados por el capitalismo cristiano, cotejar los niveles de cristianofobia con los de islamofobia, etc. ). Incluso el desplazamiento en la ejecución de la masacre ha llegado al propio Rey o a Rajoy, como últimas causas extrínsecas de este salvajismo vesánico. La maldad nunca ha tenido límites en sus acciones malignas y miserables, es consustancial a ella.

Pocas horas después de cometerse la acción depravada ( maleficium ) de la célula musulmana algunos nauseabundos medios – la masacre ha destapado la gigantesca maldad que alienta organizada en nuestro pobre país – ya ejercían con paternalismo una representación tutelar de los jóvenes asesinos musulmanes. Cuando una cariñosa tutela llega inmediatamente después de haberse perjudicado a una comunidad nacional, diríase que hay caballos de Troya en el seno de esta comunidad nacional o la comunidad nacional ( res publica ) está muy enferma (tolerar que fuerzas políticas con importante representación popular pongan boca abajo al Jefe del Estado, no condenar el atentado,  etc. ). La ira pública, tras sufrir una masacre de esta naturaleza, lejos de ser un síntoma de locura, es un síntoma de salud nacional. Es la propia valoración del hecho la que nos debería señalar cómo se resuelve el problema que el Islam plantea a Occidente.

Por otra parte, aunque se ha estado de acuerdo en condenar explícitamente el atentado, han sido muy distintas las intenciones de la tímida condena. Hay colisión de intenciones entre los diversos partidos políticos, cuando la intención ( voluntas ) debería haber sido sólo una.

Si ya en muy triste que ciudadanos que llevaban viviendo desde niños en España maten de forma salvaje a otros ciudadanos a causa de la religión, también es muy desolador que la Nación española no exprese de forma unánime el dolor por esta pérdida absurda de un buen número de sus hijos. Todo el “ratiocinativus” que sacamos de esta matanza nos llena de perplejidad y soturna incertidumbre: los españoles, ciertamente, amamos a España de modo un poco extraño. Y desgraciadamente, la Historia nos enseña que “tradi enim omnia, quae amor efficit, non possunt” ( no pueden ser trasmitidas todas las cosas que el amor construye ). Que sea ese amor eterno – tan difícil de aprender – de nuestros padres quien nos salve.

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