Quien es partidario de las estatuas debe serlo también de Los escombros.   G.  Benn

 

Un gobierno o un sistema o un régimen  pueden ser ilegítimo, que yo sepa, de dos maneras:

                Una es la fuerza;  la otra, conseguir la hegemonía en las ideas y en la cultura a través de medios ilegítimos. La partidocracia pertenece a este último tipo de gobierno ilegítimo. Los artificios que utiliza son todos aquéllos que provienen de los  medios generadores de enajenación de las conciencias. La prensa, en todas sus variantes,  y la escuela, en todos los niveles, sostienen la estructura falaz de la monarquía de partidos, exenta de cualquier crítica que sea racional y  se sostenga en la verdad de la experiencia  colectiva.

                A falta de una demostración absoluta, que sólo sería posible  desde el propio suicidio de unos medios enriquecidos con nuestra ignorancia y estupidez, es necesario recurrir a señales, indicios y pruebas que, aunque puedan en algún caso ser discutidos  particularmente, el conjunto de ellas, para una mente avisada y alejada ya de la ingenuidad que propicia el régimen, es suficiente para poder emitir el diagnóstico de que el régimen que nos gobierna es ilegítimo y, por lo tanto, está pidiendo como todas las cosas ilegítimas y perniciosas para la sociedad su revolución.

                Las poderosas industrias  culturales  en las que se conjugan prensa, radio, televisión y editoriales son una patada de buey en la libertad de pensamiento del ciudadano; obligada su mente a transitar por un páramo fantasmal  de pensamientos codificados en el hemipléjico hemiciclo. La crítica partidista sólo fortalece al sistema de partido, pero, ¿por qué es falaz el sistema?, ¿por qué no está legitimado por la voluntad general?

                Porque a pesar de todos los intentos de adoctrinar y enajenar las conciencias, a pesar del diario trabajo de la casta periodística, los políticos constituyen  el grupo social peor valorado por la ciudadanía, porque muy pocos de sus líderes alcanzan la nota de aprobado y porque es voz mayoritaria en las calles de España que no tienen vergüenza.

                 Porque si por un momento nos olvidáramos del nombre de este país y de sus caras y de cómo se llaman esos que las llevan y aparecen en los medios, y viéramos lo que ocurre con Dívar, con Urdangarín, con los ERE, con los interminables bancos, con el Rey, con las televisiones, con las financiaciones  ilegales  de los partidos…, nuestras inteligencias, por muy  estupidizadas que estuvieran, no tendrían más remedio que exclamar: ¡qué podrido está ese país, tenga el nombre que tenga¡

                Porque toda esa corrupción se refiere a las instituciones del Estado. No es  la sociedad o una parte de ella la que aparece en las portadas de los periódicos o en cualquier noticiario, es el propio Estado el que se muestra en toda su bestial inmundicia y, probablemente, sólo una parte, la que  ha  sido desvelada por el insoportable hedor que emitía.

                La necesidad del régimen de mantenernos en ese estado de estupefacción, se hace evidente en cómo no renuncia a su deber  de mantener la propaganda, sin miedo al ridículo o a la contradicción, comprometido como está con bendecir la idiotez.

             Podemos encontrarnos con la situación, contraria a cualquier sentido  económico, de cómo en un  programa de  TVE, 24 horas, varios  periodistas y entre ellos  un profesor y periodista (Justino Sinova) tiene el cinismo  de sentenciar sobre la huelga de la enseñanza, pontificando, acostumbrado a su púlpito de arcipreste del buen MUNDO,  que no les pasa  nada a los profesores por  trabajar unas horas más con más alumnos y por menos dinero, y que aún menos le pasa a la calidad de la enseñanza.

 ¿Y nadie le contesta que, por supuesto, que tampoco le pasa nada a la televisión pública ni a ese informativo por desprenderse de cuatro periodistas como él, que con el locutor ya tenemos bastante para ir con el coco comido al día siguiente al  trabajo?

 

Fotografía: DAVID WETHEY (EFE)

Zoilo Caballero Narváez

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