Mientras la clase política española, los banqueros y los burócratas de la Unión Europea se disponen a no hacer nada a bombo y platillo, la hemorragia laboral no cesa. Somos cinco millones de parados, sin contar, claro está, a los autónomos y profesionales que han cesado en su actividad por causa de la crisis económica. Ya son millón y medio las familias en las que ninguno de sus miembros lleva un sueldo a su casa. Mientras esto sucede, Amaya Arzuaga, exitosa diseñadora de modas, anuncia que cerrará su fábrica de confección en Lerma (Burgos) porque, dice, en estos momentos producir en España es muy caro, y se plantea fabricar en uno de los países emergentes. La realidad no aparece en los programas electorales.   La clase política española, tan preocupada por arañar votos en la eterna y permanente campaña electoral que es la partidocracia, defiende a capa y espada el Estado del bienestar como su último pretexto para permanecer.   El Estado de bienestar ya ha dejado de existir. El papel del Estado no puede quedar reducido a gestor de limosnas para que uno de cada cuatro españoles que se encuentra sin trabajo. A los sindicatos hay que preguntarles si van a renunciar a la subvención estatal para que se puedan pagar la sanidad, la educación y los demás servicios sociales que ya solo constan en certificado oficial, pero ni sirven para pasar por ventanilla ni garantizan la tranquilidad de nadie.   Sin crédito, con un mercado laboral regido por normas del franquismo y un régimen político de postguerra diseñado para controlar la política internacional de bloques, es imposible organizar una solución española en un contexto europeo al que nos aboca el consenso.   La partidocracia ha fracasado como fracasan todos los regímenes políticos que niegan la libertad. La verdad tiende a ser descubierta con el tiempo, y socaba lo fundamentado en las apariencias y las imposturas, en lo falso.   Lo auténtico, indiscutible y trágico es que la libertad política está secuestrada en las sedes de los partidos estatales. “¡Votad, malditos, votad!”, no lo haríais si supierais que con vuestro voto sólo se afianza en el Estado la clase política, pues es ella la que elige, no vosotros. El voto en el Estado de partidos legitima la condena miserable que nos impone la corrupción institucional.

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