Algo se agita en Alemania. Y esta vez, para variar, es la Socialdemocracia. Después de un buen número de años alternando el puesto de tender en dos Grandes Coaliciones arrastradas por la locomotora de la Unión -con Ángela Merkel en el papel de jefa de tren- y una oposición poco lucida durante el gobierno liberal-conservador de 2009 – 2013, el SPD se postula finalmente en condiciones de asumir funciones de auténtico liderazgo político. Y no como resultado de un proceso interno de maduración, sino gracias a la imprevista aparición en escena de ese cisne negro llamado Martin Schulz. Los resultados de las encuestas son espectaculares, con un vuelco que en cuestión de pocas semanas ha hecho cambiar las expectativas de demóscopos, editorialistas y líderes de opinión. En las filas socialdemócratas se respira entusiasmo, un aire distinto. Incluso han aumentado las afiliaciones al SPD. La llegada de un nuevo candidato -que bien mirado no es tal, puesto que Schulz trae a cuestas una dilatada carrera como apparatchik en el dédalo tecnocrático y funcionarial de Bruselas-, con temas nuevos y un nuevo estilo, está dinamizando la pre-campaña electoral del 2017. Desde los tiempos de Willy Brandt no se había visto tanto optimismo en el foro. ¿Hay alguna explicación para este fenómeno?

No cabe duda de que si Martin Schulz brilla, es en parte por contraste con el aburrimiento y la mediocridad de los últimos tiempos bajo el mandato de Angela Merkel, así como el hastío de grandes sectores de la sociedad alemana hacia las políticas de la Unión. Sin embargo, y contrariamente a lo que se piensa, no es el caos migratorio lo que está haciendo subir a Schulz. Nadie tiene previsto utilizar este tema como munición para el debate electoral -en justa contrapartida, el consenso tácito entre los dos grandes partidos de la política alemana excluye también los problemas del candidato socialdemócrata con el alcoholismo durante los años de su juventud-. Martin Schulz ha crecido por méritos propios. Durante años el SPD estuvo dividido, polarizado y abúlico como resultado del apoyo prestado por los gobiernos de Gerhard Schröder (1998-2005) a la denominada Agenda 2010, que trajo consigo una flexibilización radical del mercado de trabajo, los minijobs y la precariedad. Hasta hoy había sido imposible hacer un buen cesto con tan debilitados mimbres. Pero algo ha cambiado.

En primer lugar, Martin Schulz ha sabido cambiar el marco de coordenadas de la opinión pública focalizando la atención en un tema nuevo: no es el Oriente Medio lo que importa, ni el estado de Europa, ni siquiera Donald Trump. De pronto, Alemania entera se ha dado cuenta de que su sistema social adolece de graves desigualdades y de un reparto injusto de la riqueza. Y es ahí donde debe actuar la clase política: haciendo que vuelva a haber una igualdad efectiva de oportunidades. Sin embargo, donde más claramente se revela el talento estratégico y la habilidad para la narrativa política de Martin Schulz es en la forma de superar contradicciones que enfangaban el debate interno del partido. Schulz no dice oponerse a la Agenda 2010, ni se propone abolirla. Tan solo promete corregir sus excesos y dar una respuesta eficaz a sus consecuencias más dañinas para la clase trabajadora. Y con ello, no solo resuelve las dudas de los compañeros y las compañeras del partido, sino que además consigue que vuelvan a los mítines y traigan consigo además a nuevos afiliados.

Desde una Unión Cristianodemócrata debilitada por la fuga de parte de su militancia a las trincheras populistas de AfD, y su formación gemela la CSU Bávara, se intenta rebajar el Efecto Schulz, argumentando que a su debido tiempo las cosas volverán a ponerse en su lugar. Ahora las encuestas dan saltos por la novedad. Pero más tarde, cuando el pueblo quede saturado de fantasías escapistas y la euforia se extinga, la cosa volverá a estar más o menos como a finales de 2016, cuando se contaba con el mediocrísimo vicecanciller Sigmar Gabriel como candidato socialdemócrata para las elecciones generales. No habrá gobierno de izquierdas en Alemania. En el peor de los casos, las cifras electorales permitirían reeditar la Gran Coalición, esta vez liderada por el SPD con Martin Schulz como Canciller.

Todo esto no pasa de ser un simple deseo caprichoso. Si Martin Schulz no consigue aprovecharse de las circunstancias para ganar por goleada, podríamos considerarlo el político más incompetente del mundo. Cierto compañero de partido de Angela Merkel expresaba hace no mucho con crudeza esta otra mitad del efecto Schulz, la que incumbe no a los méritos del candidato, sino a la debilidad y al desánimo del adversario. No será Schulz quien gane las elecciones, sino Merkel quien las pierda. El problema no es que ahora haya caras nuevas en el reñidero. El problema es el semblante viejo y fatigado de la Canciller.

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