Ars Magna de Raimundo Llull Carl G. Jung diferenciaba entre fantasía e imaginación en tanto que fantasía tenemos todos como producto natural del juego entre la conciencia personal, la colectiva, y el mundo externo. Pero la imaginación es una actividad consciente asociada a toda empresa creativa. Mientras que la fantasía va un paso por detrás de lo ya dado, la imaginación se adelanta y abalanza hacia lo nuevo. La fantasía a menudo peca de irrealidad; la imaginación arranca de lo real para escudriñar lo posible.   Nada hay nada más característico en la imaginación que el orden. Aunque la fantasía sea su fundamento, la fantasía vive de conexiones azarosas y casi siempre infructuosas. Las tradiciones culturales son, así, acumulaciones de ordenamientos de la fantasía. Y sus individuos más sobresalientes efectuaron, gracias a una comprensión cabal de lo acaecido, un reordenamiento conceptual que permitía una transformación del mundo acorde con sus necesidades reales, anticipadas por la imaginación.   La constatación de este fenómeno ha conducido desde tiempos inmemoriales a un mapeo visual de la realidad cuya sofisticación llega a ser en algunos casos prodigiosa. Ignacio Gómez de Liaño, en su portentoso estudio sobre los diagramas de la imaginación, toma a Metrodoro de Escepsis (s. I a.C.) como punto de partida de una tradición de ejercicio imaginativo y mnemónico que viaja desde el reino de Mitríades I hasta el gnosticismo cristiano, y desde aquí al maniqueísmo para llegar –vía Padmasambhava (s. VIII d.C.)– hasta el budismo tibetano, cuyos mandalas son considerados hoy como una cristalización paradigmática de tal ordenamiento del saber.   Los rastros de esta tradición mnemónica son evidentes en genios como el mallorquín Raimundo Llull, Giordano Bruno o Salvador Dalí. Mas los mapas contemporáneos del saber no pueden pasar por alto todo lo sucedido desde el comienzo de la era moderna. Ello requeriría una actualización del mapa también en el dominio político, sobre todo de cara a la historia. Nuestro mundo no permite ya sostener la visión arquetípica, entendida como algo fijo emanado de la eternidad de lo Uno, de los diagramas mnemónicos. Pero el recuerdo activo y la reconstrucción imaginativa de lo nuevo permanecen para no olvidar ni la historia de nuestros fracasos ni el potencial liberador del saber.

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