Cuando todo está perdido otra luz vendrá (foto: Piacer)   Sin lenguaje común todo está perdido   Que el ser humano, y el ciudadano, están constituidos por el lenguaje ya es una certeza incuestionable desde la hermenéutica y Wittgenstein, quien en su “teoría figurativa del lenguaje” o “teoría de la lógica como un retrato” señalaba que de la misma manera que un dibujo o una pintura retratan con colores y líneas, una proposición retrata lógicamente por medio de palabras. Los límites del lenguaje coinciden con los límites del mundo.   El lenguaje es siempre social y común a todos. El sentido común -que en francés tiene la muy sugestiva denominación de le bon sens, “buen sentido”- nos desvela la naturaleza del mundo en la medida en que se trata de un mundo común.   No deberían existir “lenguajes privados o particulares” que divorcien al pueblo de su libertad política. Sin embargo, hace unos días, no les miento, veo por televisión que un grupo de parlamentarios españoles -y entre ellos, creo ver ¡al mismísimo presidente del Senado!- se ponen de acuerdo – después de tres años- para elegir a miembros “suyos” del Tribunal Constitucional, órgano superior del poder judicial – además de “político”-. Qué lejos estamos de aquellas ideas liberales y democráticas de Montesquieu cuando, a mediados del siglo XVIII, nos advertía de la posible tiranía contra el pueblo si el poder Legislativo y el poder Judicial se convierte en la misma cosa: “Así sucede también la tiranía cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor”.   Y es que en el Estado español actual, en el que un hombre solo, o una sola corporación partidista, administra los tres poderes, y tiene la facultad de hacer las leyes y de ejecutar las resoluciones públicas, todo se pierde enteramente.   Se pierde la libertad pública y con ella también el lenguaje común democrático. Y como los seres humanos somos, ante todo, lenguaje social y colectivo: se pierde también la esencia del ciudadano en una democracia.

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