Zapatero, Göebbels y Rajoy Simpleza y enemigo * Jean-Marie Domenach resumió en su libro “La propagande politique”* las reglas que Göebbels y el aparato de propaganda Nazi emplearon de forma sistemática para alcanzar y mantenerse en el poder. Basta con detenerse un poco a analizar los medios de comunicación tradicionales, para reconocerlas en el uso cotidiano.   La primera regla es la de simplificación y del enemigo único. Simplificación. Cualquiera que esté familiarizado con el mundo publicitario sabrá que este concepto es fundamental. Los mensajes deben de ser sencillos, breves. Se debe evitar por todos los medios transmitir una idea compleja, algo que invite a la reflexión, pues se podría arruinar el efecto que se pretende conseguir: si el receptor tiene tiempo y/o la necesidad de pensar sobre el mensaje, puede percibir las contradicciones, lo negativo, lo que le produzca rechazo. Un mantra se repite sin cesar, se transmite sin pensar, y se retiene fácilmente en la memoria. Es el slogan o, en último término, el símbolo, ya sea una cruz gamada, una rosa o una gaviota. El slogan apela directamente a las pasiones y a los sentimientos. Está cuidadosamente estudiado para conseguir unos fines estéticos, y que se quede grabado en nuestra cabeza como esas insidiosas y molestas melodías que a veces asaltan nuestro cerebro.   Y la máxima simplificación debe de darse en el enemigo a batir. Las ideas del partido o grupo contrario, sus propuestas, sus defectos, todo debe de concentrarse en algo concreto, preferiblemente un individuo. Se debe identificar el odio o las esperanzas, la doctrina adversaria, en una sola persona, para reducir así la lucha política a un enfrentamiento personal, a una rivalidad entre individuos. Es más fácil enfrentar personas visibles que ideas. Y es más fácil manipular a la masa si se le hace creer que su adversario es una minoría, un pequeño grupo de disidentes, no un sector amplio de la población. Después, basta con desacreditar al individuo y no hará falta rebatir sus ideas. Se elimina así la necesidad de razonar sobre las propuestas ajenas y argumentar a favor o en contra: la validez del individuo es lo que dará validez a sus planteamientos. El efecto final se consigue cuando se hace recaer sobre ese adversario la culpabilidad por los errores propios: es el triste espectáculo diario que nos ofrecen los líderes del Estado de partidos.

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