Rectitud La antigua cultura china hizo símbolo de la rectitud al bambú, por su forma recta, reproducción boscosa adecuada a las necesidades del oso panda y, sobre todo, por su fiabilidad como materia prima de los productos artesanales para la comunicación social. Hay que reflexionar sobre el significado de “rectitud” para comprender la distancia conceptual y moral que la separa de lo correcto en general, y de lo políticamente correcto, en particular. Sin referirse a la geometría rectilínea o a la aplicación justa del derecho, la rectitud se predica de los caracteres y no de los actos. Sin constancia en el obrar recto no hay rectitud. Y sin considerar el tradicional rol activo de los hombres y pasivo de las mujeres, nada justifica hoy que se suela ver la rectitud en el hombre recto, y se confunda en la mujer con la honestidad o, más bien, con la fidelidad. Fuera de la judicatura femenina, no se dice de una mujer que es recta, por buena esposa, madre, trabajadora, funcionaria o empresaria que sea. No se trata de una discriminación de género, pues la rectitud tampoco se aplica a los hombres simplemente buenos, sino tan solo a los que tienen funciones de mando ejemplar en la familia, la empresa, la profesión y la política, o emiten con asiduidad certeros juicios de valor en tanto que profesores, escritores y artistas. La rectitud es sustantivo de lo recto, o sea, de lo que sería una inmoralidad rectificarlo. Mientras que el sustantivo de lo correcto es corrección, o sea, lo corregido por un patrón de habilidad o pericia externo a la moralidad. Ambos vocablos derivan de una misma etimología política: regere, regir, gobernar. La rectitud es un fin en si mismo, lo propio de un gobierno de la libertad. Lo correcto es adecuación de los medios para mantenerse en el poder. Lo políticamente correcto en la Dictadura es la represión; en el Estado de Partidos, la corrupción; en el Imperio, la guerra. Cambia lo correcto con el cambio de situaciones, pero no hay diversas concepciones de la rectitud política. La dificultad está en hacer posible que la gente gobernada actúe con rectitud en su propia conciencia, sin que la gente gobernante le diga lo que es rectitud, aunque la practique. Una virtud tan ejemplar que, siendo básica de la prudencia, hace imposible la inflexibilidad o rigidez excluyentes de la negociación sobre medios, tiempos y prioridades. La rectitud excluye compromisos y transacciones sobre principios y fines, que es lo propio del apolítico consenso. Sin libertad política, se ha de ser políticamente incorrecto para ser recto.