El imprescindible trasiego ideológico, que continuamente ha de realimentar el Estado Autonómico de Partidos en España, multiplica las oportunidades para un aparatoso número de medios de comunicación, que siempre pueden encontrar un hueco en el pluralismo de la mendacidad pública. Es absurdo pretender lo certero en el análisis, o la inteligencia en la crítica, cuando está vedado erigir criterio alguno de verdad más allá de una chabacana justificación de la caprichosa voluntad de las jefaturas de los partidos estatales, una vez que ya han conseguido el mayoritario apoyo plebiscitario a sus listas. A cambio de acceder al arcano de los poderosos, que es aquí lo decisivo, resulta poco menesteroso ocultar, hurtándoselo a la etiología de lo cotidiano, que el Régimen del posfranquismo impide la elección democrática personal, la representación política de la sociedad civil y la división del poder en origen; careciendo, en suma, de constitución alguna. Es por ello por lo que evocan periódicamente un “espíritu” del que se saben chamanes. Pero en este caso son ellos los que han de administrar el alucinógeno a las masas para que no puedan contemplar la podredumbre de un poder sin regla.   En la litúrgica disputa por lo insustancial, se ha descubierto la opinión pública, piedra filosofal que sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Igual es tribunal que reo, juez que parte. Periodistas y opinadores la conjuran, pues solamente ellos la miden, la pulsan y la manejan. Ellos son su único médium; y, gracias a ella, parte sustancial de este Régimen, “La Democracia”, bajo cuyo yugo protector pudieron medrar.   Sin pudor lo proclaman. Respecto a cualquier asunto, “se discute en el Parlamento, el otro partido ofrece sus argumentos, y a ver quién gana ante la opinión pública”. Tan banal y tan sencillo. Pero, ¿es verdaderamente la referida opinión pública lo que pone coto al poder, o es éste lo que encierra a aquella? Para responder a esta pregunta hay que comprobar si sus límites pueden llegar a coincidir con la verdad. Y, en España, el periodismo participa en la dialéctica del poder precisamente porque ha renunciado a desvelar su verdadera naturaleza.     (Fuente: Leria Nope)

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