La Moral no proviene de Dios ni de la sabiduría de los grandes hombres. Proviene de la frustración. El individuo biológicamente tendente a constituir por sí mismo una especie, se ve obligado a volver al seno del grupo para vivir tan condicionado por el todo como si el primer microorganismo habido sobre la faz de la tierra jamás se hubiera dividido. Esta moral es el código cultural legado a las generaciones, una cartografía elaborada con el recuerdo de mil tempestades.   Pero la moral pierde su sentido sin libertad. Pierde su propia esencia, tanto en su aspecto matriz de altruismo como en su aspecto orientador -¿represivo?- de la iniciativa individual. Los regímenes políticos que niegan la libertad conllevan una disciplina moral rigidísima impuesta desde el Estado y siempre incoherente con el comportamiento que resulta de ella (puritanismo aconfesional). Los sistemas que incluyen la libertad política niegan la autoridad pedagógica estatal y dejan a la tradición la educación moral laxa en lo doctrinal y consuetudinariamente estricta en cuanto a los usos y costumbres.   Cualquiera puede ser un adolescente de por vida, mientras acepte el régimen político y no saque los pies del tiesto. La demagogia del lenguaje grosero, identificado con lo libre, sencillo, verdadero y cabal, en la que caen incluso los personajes más brillantes, da fe de cómo se expresa la libertad de los esclavos. Pero nadie puede poner en duda aquello que genera y alimenta nuestra opinión sin ser considerado nocivo. Se llega a utilizar el sustantivo “político” como insulto. Quien se preocupa por las condiciones de vida de todos es sospechoso. Hay que dejar que la casta política nos domine para no ser casta política. Increíble.   Traigamos un ejemplo de cómo se implanta en la mentalidad ese evangelio silencioso. Este fin de semana en Madrid un tipo asesina a otro de un balazo. Según parece el asesino es un vigilante de seguridad y el muerto un emigrante dominicano. Pues bien, la noticia se presenta como el crimen xenófobo de un consumidor habitual de cocaína. Dos lecciones en un solo caso morboso. Moral e información relevante. La mitad de los porreros y cocainitas de España reprenderá duramente a sus hijos si estos deciden consumir drogas. La ley del Dios muerto lo exige.   Los valores que tanto se desprecian públicamente como inductores de uniformidad social, los prejuicios de los que al parecer hay que librarse para tener una mente abierta (como si pudiera haber mente sin prejuicios), los dogmas que parecen restos de tiempos bárbaros, se eliminan del debate por principio y se asimilan el valor del sinvalor, el prejuicio del Juan Sin Prejuicio y el dogma del antidogmatismo. De aquí a la moralina de Estado conformada mediante noticias, programas cómicos y tertulias de amigos influyentes, sólo hay, no hay más que verlo, un telediario.

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