Diputados a las puertas del Congreso (foto: psoe.es) Monárquicos de izquierdas Acostumbrados a manipularlo todo, en todo momento y sin el menor empacho, la izquierda ultramontana (la vieja Guardia Roja) recurre a los mecanismos usuales ante enemigos que, desde el punto de vista ideológico, no puede batir. La mentira, la calumnia y la descalificación como armas de lucha política. El problema de esa vieja izquierda es que hoy forma parte orgánica e institucional de la estructura del Estado de partidos; tiene poder y cobra de los presupuestos oficiales.   Ya no está formada por abnegados y heroicos revolucionarios de la clase trabajadora, salidos de las entrañas del proletariado, que jamás aspiraron a desclasarse, a traicionar a su clase para convertirse en burgueses. Hoy esa imagen ya no la pueden ofrecer. La época de privaciones, penurias y sacrificios ya ha pasado. La letra del viejo corrido mejicano se ha hecho realidad en España en una sola generación: “Mi padre fue peón de hacienda y yo revolucionario, mis hijos pusieron tienda y mi nieto es funcionario”.   Se dice de un magnifico rector de una de esas nuevas universidades creadas al calor de las ambiciones autonómicas, que siempre, incluso desde que estudiaba la carrera, ha viajado en coche oficial; en los años 70 en las lecheras de los grises, después, en Audi negro blindado.   Hoy la izquierda política, PSOE, IU, ERC, Bildu está al mismo nivel que la derecha política, PP, PNV, CiU, etc., sin conexión con la sociedad civil; todos forman la clase política estatal y la única lucha que entienden y les interesa es la partidista.   La táctica actual de la vieja izquierda para preservar la partidocracia pasa por controlar los movimientos de la sociedad civil, con cinco millones de desempleados se dan las condiciones para que se formen espontáneamente movimientos contra la corrupción institucionalizada que ellos encabezan.   Esa sociedad civil, que no necesita mucho para clamar por las calles y plazas de toda España: “¡Lo llaman democracia y no lo es!” o “¡Que no, que no, que no nos representan!”, ha distinguido de inmediato entre quienes acudieron a ella para rascar votos, de quienes se limitan a explicar la necesidad de cambios políticos, indican el camino hacia esos cambios y presentan sus propuestas: libertad constituyente, democracia formal, separación de poderes desde el origen, elecciones en circunscripciones uninominales por mayoritaría a doble vuelta. República Constitucional, como forma de Estado, y democracia como forma de gobierno.   Ha sido, precisamente, la izquierda social, abandonada por la izquierda política en el consenso de la Transición, la que ha conectado de inmediato con esos planteamientos, que son reforzados desde el punto de vista ético con una declaración precisa y clara: “No se discuten en el seno de los movimientos sociales posiciones ideológicas partidistas”, y garantizada su independencia de los partidos: “Nadie, en nombre de esos movimientos sociales, puede presentarse como candidato en ninguna lista electoral. Ante todo ello, la clase política, fundamentalmente la izquierda, que ya intentó sacar provecho electoral de los movimientos de indignados, muestra su impotencia tratando ahora, como ya lo hicieron los medios de comunicación más derechistas desde el inicio de las movilizaciones, de descalificar a unos, para generar división, desconfianza, y lograr, en definitiva, la desmovilización de la sociedad civil.   La clase política, derecha e izquierda políticas, se ha encontrado con un hueso duro de roer, que ninguna de sus castas había previsto: el mensaje de la libertad política ha sido entendido, bien acogido y cada día cuenta con más partidarios comprometidos con la causa. Los partidos estatales temen que la sociedad civil organizada en movimientos apartidistas, -que no apolíticos-, que reclaman verdadera democracia, ponga en peligro las prebendas y privilegios que les otorga esta Monarquía parlamentaria de partidos estatales.   La partidocracia contra ataca con un despliegue de medios a la altura de su poder, estatal, manipula la imagen que llega a los españoles de estos movimientos. Y por el otro flanco ofrece el soborno político, como una subasta, al aceptar elevar la cuantía de los recursos salariales inembargables en caso de ejecución hipotecaria lo que liberará a los morosos unos 45 euros al mes, pero no se menciona la dación en pago a efectos de liquidación de la deuda hipotecaria.   El Parlamento sigue sirviendo a los intereses de la oligarquía y legislando para el IBEX y el PIB, banca y gran capital, y en contra de los intereses del resto. Tomar conciencia de este hecho es el fundamento de los cambios políticos para instaurar una verdadera democracia en España. Pues no sólo el Parlamento no es representativo de la sociedad por su origen electoral, listas de partido, sino que además hoy ya se hace evidente que trabaja abiertamente en su contra.   Quienes pronostican un cambio de gobierno, y tras él, la recuperación de la confianza de los mercados en España, olvidan que no se trata de una saludable alternancia en el gobierno lo que sacará a los españoles de las crisis económica, social, política e institucional que sufrimos, sino un cambio de régimen, tras un periodo de Libertad constituyente; pues aunque los mercados internacionales confíen un poco más en un gobierno de la derecha, somos los españoles los que no confiamos en la clase política que detenta el poder en España, y cuanto más confíen los mercados en España, menos confiaremos los españoles en esta Monarquía de partidos de Estado. Necesitamos democracia y la queremos ya.

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